Cuando alguien nos hace una pregunta que ni estaba prevista ni se la esperaba, casi siempre nuestro interlocutor espera o una respuesta que definitivamente aclare sus dudas y además sea una respuesta inteligente, o por el contrario una evasiva que justifique el vacío de aquella respuesta. En el primero de los supuestos diré, que es difícil contestar a veces con rotundidad a una determinada pregunta en frío, cuando en ocasiones uno no supo ni contestarse a sí mismo en toda su vida. El segundo de los supuestos, desgraciadamente, es el más frecuente entre el más común de los mortales. Y esta enseñanza, esta manera de contestar con evasivas, esta justificación de vacío en las respuestas, se la debemos precisamente a nuestra clase política, que ha hecho de esto un arte. Repasen, repasen si no hemerotecas recientes y quizás se sorprendan; aunque hoy en día eso de sorprenderse por algo sea ya ciertamente difícil.

Y es que esta vida, al final es una secuencia de sucesos (queramos o no, de corte político) que a veces y dada la frecuencia con la que se repiten como la historia misma, justifican para algunos determinados panoramas, a veces, inverosímiles.

Hablaba hace un momento de justificación y me viene a la mente ahora el irónico personaje de Mafalda, y una frase suya que aparte de irónica es lapidaria. Dice Mafalda: “El drama de ser presidente es que si uno se pone a resolver los problemas de Estado no le queda tiempo para gobernar” . La ironía que gasta Mafalda en esta sentencia “justifica” por qué en muchos gobiernos es mucho más importante el poder que realmente preocuparse por los problemas propios de Estado.

Poder, contestaciones con evasivas, justificaciones, hipérboles, eufemismos, esto es la política de hoy en día al fin y al cabo queridos amigos; también –por supuesto– amigas, porqué ahora hay que andar con un cuidado y de un fino, con lo de los géneros, pronombres y demás, ya que algunos/as lo tienen de un delicado…

¿Y saben lo más disparatado de todo esto? Pues que al final, de una u otra manera, toda esta permanente mentira afecta a nuestra libertad. Y a eso me niego pero en redondo. Se lee a propósito de lo comentado –cómo no– en uno de los libros de cabecera de muchos ciudadanos del mundo. Se lee en nuestro “Quijote”, en nuestro sabio libro. De entre sus capítulos, es raro que uno no saque aprendizaje o advertencia, aplicable siempre a cada día de nuestra vida. Es el caso –como decía– a propósito de lo comentado anteriormente sobre la libertad.

Últimamente, preocupado quien escribe (más de lo recomendado) por lo que en su entorno acontece, recuerda, busca y literalmente transcribe, algo que en su momento leyó de tan tremendo e instructor libro, de plena vigencia y aplicación en el siglo que vivimos. Esto es lo que el hidalgo caballero dice a su fiel escudero en el capítulo 58 de la segunda parte:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” ... ”venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo”.

Parece mentira que en los tiempos que vivimos, tengamos que andar preocupados por nuestra libertad y algunos sean incapaces de apreciarla como la soberanía que cualquier individuo ostenta para decidir sobre su vida, sin vetos, sin presiones, sin condicionamientos, sin recompensas, únicamente mediatizada (la libertad me refiero por supuesto) por su inteligencia y su voluntad. Muchas de estas personas son reconocidas en nuestros días, como los bien llamados “estómagos agradecidos”. Nuestros actuales sindicatos de izquierdas, sin ir más lejos, son claro ejemplo de lo dicho.

Sin entrar hoy en más profundidades en este nauseabundo asunto, les invito en este momento a hacer el consiguiente acto de introspección y reconocimiento de nuestros entornos respectivos, y con aquella sinceridad que debiera de definirnos, respondernos.

No debemos dejarnos arrancar ese preciado bien que es consustancial a nuestro ser, hasta aventurar nuestra vida en ello, como nos recomienda el caballero de la triste figura en el fragmento del “Quijote” que acabamos de recordar. Debiéramos ir intentando en adelante aprender a conjugar perfectamente el verbo reflexivo “rebelarse”; y a buen entendedor…

Y no olvidemos pedírselo también a nuestra Madre Santísima de Covadonga, “La Santina”, para que también vele y nos guarde bajo su manto, que falta nos hace ante tanto cafre suelto.