Las recientes elecciones generales en Paraguay e Italia son merecedoras de cierto análisis conceptual, siquiera sea lo breve y conciso que exige un espacio como el presente. En Paraguay ha ganado un candidato aglutinador de las fuerzas del cambio, de la izquierda. Ha sido derrotado uno de los mastodontes sudamericanos (Partido Colorado) que con mil caras y disfraces, por más de 60 años, mantuvo el bello país guaraní minado por la corrupción, la represión y el atraso. En Italia, la derecha más dura, la derecha reminiscente del fascismo, se ha impuesto. Berlusconi y sus aliados neofascistas, en un demagógico contubernio, intentan revivir los días de gloria del Fascio. A estas elecciones habría que añadir las más recientes municipales inglesas, donde se ha dado vuelta a la misma moneda, lo único que diferencia a laboristas y a conservadores es ser anverso y reverso del mismo penique. En todo caso, es demostrativa la derrota del otrora izquierdista Brown: los ingleses prefieren una derecha sin disfraz.

La elección paraguaya ha venido, casi, a completar a Sudamérica como territorio de la izquierda política e ideológica; digo casi, porque faltaría Colombia, cuyas particulares merecen consideración aparte. Cabría añadir a las naciones sudamericanas, otras de Centroamérica y del Caribe. Ciertamente, los gobiernos sudamericanos no tienen, dentro del campo de la izquierda, la misma profundidad ideológica, pero a todos les une el común denominador de defender posiciones progresistas, economías no sometidas, con matices, a los dictados del FMI y del BM, ser economías de carácter integrador; economías de defensa de sus recursos naturales y de sus materias primas frente a la política del TLC; economías de oposición a una globalización neoliberal y desestabilizadora. Se puede concluir en que, hoy, gran parte de Latinoamérica y del Caribe constituye un área o zona que emerge, con planteamientos contrarios a los modelos renacidos e imperantes en Europa, donde, contrariamente, desde el lejano grito agónico de rebeldía de mayo del 68 se ha ido retrocediendo política e ideológicamente. Hoy, la mayoría de los países europeos están gobernados por sectores del centro-derecha o de la derecha pura y dura. Los escasos gobiernos que, desde el ángulo político, no se alinean en esta dirección, son tímidos estertores de una rebeldía olvidada. En algunos, caso de España, la socialdemocracia, casi a hurtadillas, intenta hacer buenos algunos principios del reformismo socialista. ¡Claro está!, económicamente no se diferencian gran cosa, todos hacen del liberalismo económico, cuando no del neoliberalismo, su patrón de conducta.

Obvio es que no se pueden establecer comparaciones entre las situaciones de Latinoamérica y de Europa; son distintos los problemas, distintos el nivel y la escala de los mismos, distintas las realidades sociales. Sin embargo, es sintomático que la esperanza en que otro mundo mejor es posible no sea en nuestro Viejo Continente, cuna de las libertades y las esperanzas, sino en Latinoamérica, donde parecen fructificar las ideas que, históricamente, han caracterizado a la izquierda. Ello ha sido posible porque sus pueblos han sabido mantener vivo el espíritu de rebeldía, no han sucumbido, no se han resignado. Europa, narcisistamente ensimismada en su «Estado de bienestar», conseguido a costa de rentabilizar, en el resto del mundo, su capacidad intelectual e industrial, a costa del trabajo del hombre inmigrante, de su sudor, se ha quedado sin ideas, lo fía todo a una desigual unión que permita, mientras sigan las desigualdades, mantener sus niveles de desarrollo. ¿Qué pasará una vez que todos los países de la Unión Europea tengan el mismo grado de desarrollo? Desde muy atrás, sus masas trabajadoras, sus sindicatos y sus partidos, tiempo ha revolucionarios y de clase, han perdido o vendido su alma, se han entregado al hecho rampante del consumismo. La izquierda europea, política e ideológicamente está en horas menguadas. No me resisto a preguntarme, ¿será esta Europa, ahíta de despilfarro consumista, la meta definitiva? Para muchos, tal es el panorama, sin embargo, en el desarrollo histórico de las sociedades humanas nada es definitivo, ni los sistemas socioeconómicos, ni los agrupamientos políticos y, menos, las teorías políticas del pensamiento social. El capitalismo, el modelo que, hoy, no parece, para los europeos en general, ni discutido ni discutible, está aquejado de la leucemia de su profunda desigualdad, de su división y contradicciones internas. El hambre, la superpoblación, el agotamiento de los recursos naturales, la inmigración masiva, el desempleo, el terrorismo y el fanatismo religioso de todo signo, al hacerse cada vez más frecuentes y más graves, harán aparecer las contradicciones interesantes e intraestatales. Cuando los europeos tengan que apretarse el cinturón, convivir con el desempleo masivo, con las necesidades vitales insatisfechas, con la disminución del nivel de vida, se agudizarán sus contradicciones y los viejos ardores revolucionarios renacerán o serán canalizados, como en el pasado, por los movimientos de corte chovinista y fascista. Ahí está el dilema al que puede tener que enfrentarse este Viejo Continente.

En Latinoamérica, por el contrario, se reivindica la satisfacción de sus necesidades históricas, se lucha por la igualdad entre sus etnias, por recuperar dignidad e independencia. En ella se mantiene viva la llama de un mundo mejor, aun cuando su realidad esté plagada de necesidades insatisfechas, pero, sin duda, ella es el futuro; lo es porque, además de luchar, cultiva las flores del jardín de la ilusión, del sueño, de la utopía.

Antonio de Pedro Fernández

Cangas de Onís