Vaya, al Presidente Cascos le están buscando las cosquillas y parece que las tiene. La nauseabunda corriente del «Gürtel» ya le roza los pies y su imponente imagen de cruzado contra la corrupción comienza a desteñir. No es una buena noticia. Ni motivo de alegría. El desalojo del PSOE del gobierno asturiano vino motivado por el hartazgo de un electorado cansado de aguantar un montón de años de chiringuitos, amiguismos, sobrecostes, clientelismo y martingalas un día sí y el otro, también. Y Cascos aterrizó en Asturias como el hombre que llamaba al pan, pan y al vino, vino, que pedía votos como munición contra el sistema corrupto. Sus negocios, no siempre diáfanos, la procedencia de sus ingresos y de los fondos que financiaron el nuevo partido, quedaron en un segundo plano gracias al contundente mensaje de «se acabó el cachondeo».

Sin embargo, también a él le persigue el tufillo del trinque y los amaños. Es desolador; es como si todos los fulanos que rigen nuestros destinos tuvieran las manos sucias y nadie ostentara el poder con limpieza. El que no tiene parientes que colocar maneja intereses privados camuflados o ejerce la función con el encargo de favorecer la salud financiera del partido que lo impulsó. No hay de quien fiarse.

Transcurrido un año del sorprendente triunfo de Foro, aún esperamos el anunciado levantamiento de alfombras, que se pongan nombre, apellidos, conceptos y cantidades a las reiteradas insinuaciones de prácticas corruptas del anterior gobierno. Porque, con la excepción del caso Marea, los muertos continúan reposando en los armarios. Y por lo que dicen Cascos y los casquistas, hay muchos y de un calibre notable. ¿Dónde están las facturas del Niemeyer? ¿Y lo de la TPA? Hasta ahora, las denuncias de Foro están siendo más ruido que nueces. De hecho, son de tal vaguedad que los primeros sondeos preelectorales señalan una tendencia al alza de la izquierda, hasta el punto de que tiene al alcance de la mano el retorno a la poltrona. Un año de bronca y parálisis política y económica está a punto de acabar como comenzó, con los mismos en los mismos puestos. Y los cadáveres, en el armario cerrado a cal y canto.