En una época en la que aflora una corriente revisionista del callejero de Candás donde la memoria y la desmemoria se entrecruzan alentadas en la mayoría de los casos por el ferviente protagonismo personal y los intereses políticos del momento, quizá sea conveniente recordar la figura de una persona que no tuvo el privilegio de ser nominado con una calle, aunque se alzasen voces solicitándola en su día y del que este año se cumple el centenario de su muerte. Estamos hablando de Jenaro Velasco García, propietario de la casa palacio que hoy alberga el Ayuntamiento de Carreño; un emigrante candasín que partió en edad adolescente hacia Cuba a mediados del siglo XIX cuando los barcos aún eran de vela, hizo fortuna con el negocio del tabaco y cuyos restos mortales retornaron a comienzos del siglo XX en el vapor «María Cristina» para ser enterrados en su localidad natal.

Jenaro Velasco se «bautizó» el 31 de julio de 1839, era hijo de Hermógenes Velasco Agüero y de Fermina García Muñiz. Su padre, pescador, fallecería unos meses después del nacimiento del muchacho en la mayor tragedia marinera que se recuerda en Candás, la galerna del 24 de enero de 1840 en la que naufragaron cinco lanchas que habían salido a la pesca del besugo pereciendo sus cerca de 90 tripulantes.

Huérfano de padre, Jenaro Velasco figura en el padrón de habitantes de Carreño en 1860 junto a otros 23 jóvenes candasinos en ultramar, con estos datos: «Soltero, de 20 años y sirviente». Alistado para el sorteo de reemplazo de ese año, su madre solicita la excepción de su hijo a la incorporación a filas «como viuda que es de Hermógenes Velasco -y que fue de la matrícula de este puerto-, ya que su hijo está ausente en los dominios de ultramar y que como viuda pobre no puede subsistir sin el recurso de su hijo, dedicado al comercio en aquellos dominios».

Como justificante de todo ello, en el expediente del año anterior, 1859, se hace referencia al auto y a las diligencias seguidas en el caso, llegando a citar a don Urbano González Posada, de 27 años, vecino de la villa, quien compadece y declara que conoce a Fermina, «así como a su hijo Jenaro, ausente en la ciudad de La Habana, que como marinero y tripulante que es de la corbeta "Eusevia" del puerto de Avilés va a la referida ciudad de La Habana, en donde en todas ocasiones se encuentra con Jenaro», y ofrece como testimonio que el 26 de mayo «último» recibe la cantidad de 640 reales -interpretamos que ése es el tipo de moneda al que se hace alusión, dado que el símbolo estampado en el documento es poco ilegible-, para que a su regreso en el mencionado buque «pudiera darlos a su madre entregándolo a ésta en el mes de julio siguiente, que es cuando llegó a Avilés».

Durante su trayectoria vital en Cuba, el candasín llegó a desempeñar cargos importantes en la fábrica La Madama de la firma H. Upmann. Esta marca había sido la primera de los hermanos alemanes cuando se establecieron en la isla; inicialmente banqueros habían comenzado con su negocio de tabaco en un almacén de la calle San Miguel en 1844. Con el tiempo la fábrica adquirió fama mundial, lo que la obligaría a aumentar considerablemente la producción. Así, en 1890-1891 nace la segunda explotación de los Upmann en la calle Carlos III con otra denominación, aunque manteniendo popularmente el primitivo nombre de La Madama, debido a que los antiguos trabajadores seguían llamándola así.

Pero si bien Jenaro Velasco permaneció vinculado a los triunfantes destinos de la casa H. Upmann, con toda seguridad, una de las de más solera de La Habana, él también dispuso de su sello particular como se deduce de dos anuncios en inglés publicados en el periódico canadiense «The Daily Colonist», de fechas 25 (martes) y 28 (viernes) de julio de 1899. En esa publicación, la marca de los cigarros habanos Genaro Velasco aparece publicitada por el distribuidor junto a otras de renombre internacional como la ya citada H. Upmann, Henry Clay o La Corona. Por esas mismas fechas el negociante carreñense contaba también con otros importantes recursos como eran la fábrica de escabeches emplazada en el lugar de Santolaya de Candás entre los años 1888 y 1892.

Lo cierto es que, pese a su éxito en lo comercial, Jenaro Velasco nunca se olvidó de sus raíces oriundas, en lo familiar y vecinal. Participó en la vida y en el funcionamiento de instituciones como la Asociación Asturiana de Beneficencia y el Centro Asturiano de La Habana; contribuyó en lo asistencial con la Sociedad de Mareantes de Nuestra Señora del Rosario de Candás, de la que fue socio de mérito de tal modo que, por ejemplo, en 1895 donaba 500 pesetas para atender las necesidades de este gremio pesquero local.

Pasado un tiempo, hizo construir para su retiro en el barrio de Santolaya una casa palacio (1901-1903). Su sobrino, Jovino Muñiz Velasco, intervino como apoderado del proyecto y ambos fundan la banca Velasco y Sobrino, que dirigirá Jovino hasta el fallecimiento de su tío, lo que ocurre el 27 de mayo de 1909.

A los pocos días del óbito de Jenaro Velasco los periódicos asturianos como «El Noroeste» y «El Carbayón» se hacen eco del la luctuosa noticia con unánimes elogios hacia el finado, de 70 años de edad, y publican sendas esquelas los días 4 y 5 de julio, respectivamente. La repatriación de su cuerpo tiene lugar a bordo del crucero «María Cristina», que atraca en Santander y desde allí sale en tren a Gijón para ser trasladado en carroza -de la casa funeraria del señor Muñiz- a Candás, adonde llega el sábado 3 de julio de 1909.

Las crónicas de la época reflejaban pasajes como los siguientes: «Fueron a Gijón a esperarlo don Hermógenes Muñiz Velasco, sobrino del difunto, y los jóvenes candasinos don Ramón Abásolo y don David Suárez». En Perán muchas personas que lo aguardaban «descubriéronse tan pronto llegó a dicho punto el féretro». Dos vehículos más lo acompañaban portadores de 21 coronas valiosísimas, sobresaliendo en hermosura la que dedican los hijos de Candás residentes en La Habana. La capilla ardiente establecida en la magnífica posesión recientemente construida que no llegó a conocer fue visitada por el vecindario. Y se anunciaba: «Repartiranse muchas limosnas entre los pobres».

En el que habría de ser su despacho se instaló la «elegante y severa» capilla ardiente. El techo y las paredes estaban cubiertos con paños negros e instalado en el centro elegante catafalco sobre el cual se colocó la caja de cobre con tapa de cristal y adosada a otra muy lujosa de madera con aplicaciones de plata meneses. Llamaba la atención una monumental corona que la firma H. Upmann dedicaba a «don Jenaro, que durante su vida trabajó con interés y celo por sostener y acrecentar la justa fama y gran crédito que en el mundo financiero tiene esta casa».

Por disposición de la familia quedó expuesto al público el cadáver, lo que supuso que una auténtica marea de gente acudiese para «verlo por última vez». La espaciosa casa quedó pequeña para atender la muchedumbre que se aglomeraba por entrar, teniendo que guardar turno en grandes filas.

El entierro, que hizo pequeñas algunas de las angostas calles de Candás, tuvo lugar a las 09.30 de la mañana del lunes día 5, habiendo llegado una hora antes la lujosa carroza tirada por seis caballos. La comitiva de duelo la integraban el clero parroquial y del concejo, vecinos de Carreño y Luanco, familiares -entre ellos sus sobrinos- y amigos. Todo ello con el acompañamiento de la banda de música de la villa que, dirigida por Clemente Magdalena, interpretó una marcha fúnebre que el colectivo había ensayado los días previos. Posteriormente tendría lugar el funeral.

Cabe resaltar que la casa palacio del emprendedor y benefactor candasín Jenaro Velasco fue adquirida por el Ayuntamiento de Carreño en los años noventa del pasado siglo a sus últimos propietarios para ser reconvertida como la nueva y actual Casa Consistorial, inaugurándose ésta como tal el 10 de octubre de 1994.