El tesoro del Museo Antón, en el desván
El centro escultórico candasín conserva un amplio fondo de acuarelas, retratos y dibujos del artista desconocidos para el público

Autorretrato de Antón. A la derecha, la fábrica de Conservas Albo en San Juan de la Arena. / MÓNICA G. SALAS
Mónica G. SALAS
El Museo Antón de Candás, que celebra este año su 25º. Aniversario, esconde su tesoro más preciado en la planta alta de su edificio, en el desván. Allí está guardada la obra completa del artista local que da nombre al centro: Antonio Rodríguez García (1911-1937). Son acuarelas, retratos y dibujos, no expuestos, que pocas veces han visto la luz y que ni siquiera figuran en los catálogos. En ellos se aprecia la evolución que experimentó el autor. Empezó con pinturas más infantiles, pero tratadas con gran maestría para su edad, en las que representaba escenas cotidianas y personajes del momento, y terminó con acuarelas de los espacios más típicos del concejo y con los bocetos de lo que serían sus obras maestras.
Precisamente, en la buhardilla del museo se encuentran todas las esculturas, a las que Antón dio forma en escayola y que posteriormente fueron pasadas a bronce para ser expuestas en el centro candasín. Sin embargo, son en esas obras del desván en las que permanece viva la huella del artista.

El tesoro del Museo Antón, en el desván
Pese a que murió con tan sólo 26 años, en la Guerra Civil, la creación de Antón es muy extensa. Su familia conservó durante décadas todas sus pinceladas; desde dibujos infantiles y mapamundis hasta estudios sobre la anatomía humana que hizo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Para ellos, según explica la directora del centro, Dolores Villameriel, reutilizaba facturas y hasta cartones de las fábricas de conservas de Albo. Cualquier soporte que tuviese un espacio en blanco le valía para dar rienda suelta a su imaginación. El tema de la industria pesquera fue muy recurrida por el artista, sobre todo a partir de 1930, cuando el empresario Alfonso Albo se convierte en su benefactor.
A través de su colección secreta, también se descubre que Antón llegó a pintar bodegones y que en sus primeros años firmaba como Antonio Rodríguez. Por su lienzo pasaron su madre, Josefa García, y tres de sus hermanas (eran siete en total); sin embargo, tan sólo se le conoce un autorretrato. Fue hecho en 1929 con carboncillo sobre papel y en él se observa a un Antón serio, con la mirada forzada y desviada hacia un lado, supuestamente hacia un espejo. Esta joya artística es tan poco conocida como la serie de retratos, que realizó el escultor en 1936 a todos los presos con los que compartió espacio en la iglesia de Candás. Se cuenta que, durante su cautiverio, Antón consiguió salvar el retablo del templo, al insistir a los guardias que estaba hecho de oro para que no se deshiciesen de él.

El tesoro del Museo Antón, en el desván
Todas estas pinturas son conservadas en grandes carpetas, en las que cada obra está protegida por hojas de papel de seda para aislarlas de la humedad. Pocas veces ven la luz. "Estos dibujos no están dentro de la exposición permanente del museo, pero sí que a veces hacemos muestras temáticas y las sacamos. Ya hemos hecho alguna sobre retratos y paisajes", explica Villameriel. Sin embargo, las esculturas originales de escayola nunca salen del desván del museo. "Para poder exponerse, la mayoría fueron pasadas a bronce, que es un material más resistente", comenta. Pero aún quedan algunas por transformar, como es el caso de "Colegiala", a la cual muy pocos han tenido el placer de contemplar físicamente; sólo por medio de fotografías. Junta a ella, hay otras obras que han quedado fuera de la muestra de Antón, como "Nazarena Huerta" u otros retratos en forma circular.
"Hay que tener en cuenta que muchas de las obras, sobre todo las primeras, fueron realizadas por Antón sin recibir ningún tipo de enseñanza. Nadie de su familia había sido artista y en los años 20 en Candás no había ninguna sala de exposiciones, sólo el Casino. Su capacidad autodidacta es sorprendente", asegura Villameriel. De hecho, el joven candasín llegó a trabajar de chico de los recados en el Casino para poder tener acceso a las revistas y proyecciones de la época, de manera que les sirviese de fuente de inspiración.
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