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Mil palabras para una imagen

Posdesarrollismo

Sobre los edificios nuevos y los viejos

Lizzie Velásquez, que había sido declarada la mujer más fea del mundo por la implacable e inhumana voz del submundo de la red, hizo de la necesidad virtud y acabó dando una charla Ted que registró más de tres millones y medio de visitas. La gente siguió considerándola fea, porque eso es impepinable, pero ganó en dignidad. Consiguió que una parte del mundo viera en su cara un mensaje distinto del alimentado por los zamarros de las redes sociales.

La belleza y la fealdad lo son por sí mismas, pero también pueden tener un significado. Y si, en vez de personas, se trata de edificios, está la ventaja añadida de que ese significado se puede convertir en acción, y la acción en belleza o en fealdad, según el caso.

La imagen que acompaña este texto, que corresponde a dos edificios de la plaza de Les Campes de la Pola, ilustra muy bien que se puede combatir la fealdad y se puede arruinar la belleza. El edificio alto, que nació feo, ha sido renovado recientemente gracias a una subvención, y hay que reconocer que ha ganado mucho.

El edificio bajo, que nació guapo, está siendo cada vez más feo a causa del deterioro. En este caso hay una acción negativa, una no acción, que atenta contra la belleza. Pero hay otra cosa del edificio alto que hace pensar. Se levantó en tiempos del desarrollismo, cuando lo que primaba era hacer caja -en realidad siempre prima, pero de aquella se hacía sin tapujos- por encima de cualquier otra consideración.

El caso es que no había ninguna engañifa detrás de la construcción. El mensajer era: "vamos a hacer un edificio más alto de lo que deberíamos en medio de un casco antiguo y nos da un poco igual romper la armonía. Es posible que consideréis que el edificio es una caca, pero es lo que hay. Levantamos altura, vendemos pisos, hacemos caja y ahí os queda eso".

Con el paso del tiempo, ese modo de ver las cosas se generalizó, y aparecieron edificios desmadrados por todas partes. Pero lo más importante es lo que vino después. En el caso de este edificio, tenemos un origen, digamos, sincero, y un edificio, digamos, feo. Y llegamos al siglo XXI, y la gente quiere convertir ese edificio en otra cosa, quiere lavarle la cara. Y se pone manos a la obra y dignifica su imagen. Tenemos, entonces, un cambio a mejor. El constructor hace, a sabiendas, un edificio antiestético que aguanta el paso del tiempo, y sus habitantes lo convierten en algo mejor de lo que fue.

Esa es una lección estupenda hoy en día. Una lección de humildad y un antídoto contra la estupidez y el esnobismo. Porque, en los últimos tiempos, lo que ha ocurrido más a menudo es lo contrario. Llega una estrellona con una idea brillante y dice: "vale, voy a haceros un edificio precioso, vistoso, fermoso, grandioso y todos los 'osos' que queráis ponerle como adjetivo, os voy a cobrar un pastizal y lo gastaréis porque en este caso el dinero no es lo que importa, lo que importa es dejar esta obra grandiosa, maravillosa, fermosa y todas las 'osas' que queráis ponerle detrás".

Y entonces ocurre el caso inverso. Que ese edificio que nació grandioso, con el paso del tiempo se vuelve feo -en muchos casos ya lo era, pero la gente no se había dado cuenta-, se cae a pedazos, se deteriora y se convierte en no se sabe qué. ¿Hace falta que dé algún ejemplo? No creo. Manda huevos que estos tipos hagan bueno el desarrollismo.

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