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Vicente A. Montes Álvarez

Opinión

La Real Academia Española (RAE) en su diccionario lo define claramente: “Juicio o valoración que se forma una persona respecto de algo o de alguien”. Ese es el significado de la palabra opinión. Siendo la opinión subjetiva, se opone frontalmente a la sabiduría. El saber es tener conocimiento de algo. No es opinable si dos y dos son cuatro. Y aunque esta columna sea de opinión, para el asunto que me ocupa creo saber –y considero que empíricamente– por experiencias acumuladas durante setenta años. He leído en una columna de opinión titulada “La Parroquia”, en un periódico de la zona de tirada semanal , llamar a los curas “mala xente ondi los encuentre” y tratar despectivamente a feligreses “vieyes” –término con aires de discriminación por edad y género-– además de un añadido posterior que pretende fundamentar suspicacias. Si una persona pasa treinta años como misionero en Tailandia intentando llevar la esperanza y la diplomacia recurre a él para ayudar con el idioma en la defensa de un español condenado a muerte, y el “opinador” le llama mala xente, él mismo se califica. Si hay señoras feligresas que pierden parte de su tiempo cocinando para que los sin techo puedan comer en Cáritas, si hay muchas personas que ponen su tiempo, que no es más que su vida, y recursos para ayudar a los necesitados, animados por La Parroquia, quien les llame “Vieyes” o “despistadas” deja ver su ignorancia o su calidad como persona. Y como colmo de la altanería, este “opinador” osa aconsejar al señor Alcalde, al que irrespetuosamente llama “Duque de Llugones”, cómo debe actuar. Se dice que todas las opiniones son respetables. No, algunas son de chicha y nabo.

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