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La candasina Meli Láiz, efímera estrella pop

El universo de la música pop, ese maravilloso género musical que lleva más de setenta años reinventándose, está plagado de rutilantes y exitosas cantantes de imperecedero recuerdo para sus seguidores. Es más, el paso del tiempo no hace sino agrandar su destello alimentando mitos y leyendas para solaz de sus ávidos fans. Pero ya se sabe que, tras el fulgor de cada historia de éxito artístico, otro buen número de ellas apenas alcanzan a mantener un tenue resplandor de lo que fue su trayectoria en el mundo del espectáculo. De hecho, en ocasiones quedan sepultadas por el olvido o la indiferencia y se convierten en pasto de otros mitómanos: los buscadores del malditismo y de los denominados rare grooves.

La candasina Meli Láiz, efímera estrella pop

La candasina Meli Láiz es un buen ejemplo de esto último. Su presencia en las redes sociales es puramente testimonial. En las webs especializadas en venta de discos de segunda mano apenas encontraran referencias de algunos –no todos– de sus discos. A través de los clásicos navegadores poco más de lo mismo: vagas acotaciones a su participación en el Festival de Benidorm en 1963 o su presencia en imprecisas listas de cantantes yeyés. En el libro de Vicente Fabuel dedicada a la canción popular femenina en España “Las chicas son guerreras” (Milenio, 1998) se la cita junto a otro abultado número de cantantes pop de los años sesenta que corrieron igual “suerte”. Aquí en Asturies no conozco –salvo error u omisión por mi parte, como se suele decir– ninguna monografía o artículo dedicado a la música popular de nuestra tierra que haga mención alguna a su existencia.

Sin embargo, hubo un tiempo, ya hace más de sesenta años, en que esta sugerente cantante rozó el firmamento pop, o al menos algunos de sus espacios anexos. Una época en la que en la contraportada de uno de sus discos sencillos de 1961 –llegó a participar en al menos cinco de ellos– podíamos leer: “Natural de una de las más bellas regiones de España, canta para todos con su juvenil y dulce voz, en la que refleja su romántica Asturias”. Un tiempo en el que las revistas de adolescentes se hacían eco de su biografía y resaltaban sus orígenes musicales en Candás y sus excepcionales –ciertas, por otra parte– cualidades vocales. Un tiempo en el que incluso la presencia generalista asturiana también resaltaba el éxito de una cantante asturiana que había logrado grabar discos en Madrid. Un tiempo en definitiva en que Meli Láiz fue lo más parecido a una estrella pop.

Cómo se fraguaron tales exitosos acontecimientos parece obedecer a un guion más o menos reconocible, que no por repetido en otros casos nos debe hacer dudar de su verosimilitud. Sus padres conscientes de sus méritos vocales deciden enviarla a Madrid a estudiar en el Conservatorio y en la Escuela de Arte Dramático. Compaginará sus estudios clásicos –que acabará abandonando para dedicarse de pleno a la “música moderna” como se decía entonces– con un trabajo en una empresa del mundo del espectáculo que la facilitará presentarse al I Certamen de la Canción en Madrid, donde obtiene con sus interpretaciones, que serían plastificadas en un epé también en 1961, el segundo, cuarto, sexto y octavo premio. De hecho, fue en estos primeros años de la década de los sesenta donde la labor musical de Meli Láiz fue más intensa. Prensa, radio, actuaciones nacionales –algunas muy concurridas, como en la Sala Acapulco de Xixón–, preparación de giras por Francia y el Benelux, edición de discos… Todo parecía confabularse para gestar lo que se barruntaba como el inicio de una carrera artística bañada por la fama y sus fascinantes oropeles.

La realidad es que tras este fulgurante inicio en su carrera musical poco más en la actualidad sabemos qué le deparó el destino a Meli Láiz. Las hemerotecas enmudecen tras el primer lustro de la década de los sesenta del pasado siglo. Tampoco hay más testimonios sonoros que recuperar. Ni siquiera encontramos algún tipo de despedida o “explicación” a su ocaso mediático. Todo son conjeturas y especulaciones, habituales, por otra parte, en el mundo de la música popular en aquellas artistas de efímera proyección.

A pesar de todo, y aunque resulte un tópico, nos queda su obra, sus interpretaciones, en definitiva, sus registros sonoros. Esas comedidas melodías adobadas de aromas jazzy y tenues ritmos latinos, todo ello acompañado de edulcorados arreglos de inofensivo sabor popero. Esa voz que se intuye portentosa y equilibrada, que nos asoma a clichés de amor adolescente, pero que no deja de impregnar de un misterioso y profundo halo de sobria e intensa sentimentalidad crepuscular. Una gozosa maravilla de las que aquí en Asturies no tenemos muchos ejemplos, al menos grabados. ¡Por favor, reivindiquemos su, que sepamos, breve pero sustancioso legado musical! 

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