Columbiello es un pueblo de Lena, cercano a la capital de este concejo y que, como todos los pequeños núcleos del Sur de Asturias, en los últimos años sufre un constante goteo de población. Hoy esta situado al lado de la autovía que conduce a Castilla, pero a mediados del siglo XIX, cuando el tránsito a la Meseta era aún muy escaso, el lugar quedaba apartado de la mano de Dios. Aunque esta última frase no parece apropiada para esta historia y tal vez debería cambiarla por respeto a los devotos, puesto que si hacemos caso de los hechos que ocurrieron en la primavera de 1868, el designio del Todopoderoso quiso que precisamente allí se produjese uno de sus milagros.

El diccionario de nuestra Real Academia define como milagro a aquel hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino y el 16 de marzo de aquel año, el periódico quincenal «La Guirnalda», que se editaba en Madrid informaba en su portada de un suceso que respondía a estas características, denominándolo «El milagro de Colombiello». La confusión de una letra en el nombre del pueblo es una anécdota, porque el periodista se encargaba de situar correctamente el lugar, aportando algún detalle: «Cerca de la Pola de Lena hay un pequeño curato de presentación del Excmo. Sr. Marqués de Camposagrado, que se llama Colombiello, e inmediato a la iglesia, sobre una pequeña colina, que domina el valle, está la capilla de San José».

La publicación madrileña según su cabecera estaba «dedicada al bello sexo», lo que quería decir que trataba los chismes de entonces, acompañados de curiosidades y noticias de entretenimiento, por ello se hacía eco del sorprendente acontecimiento que ya había difundido en nuestra región «El Faro Asturiano». Como a mí me gustan estas cosas, hoy, si me lo permiten, paso a contarles los hechos, sin otro ánimo que el acercarles unos momentos hasta las creencias que profesaban entonces la mayor parte de nuestros ancestros.

Aunque antes creo que resultará conveniente refrescarles las tradiciones que rodean a la figura de San José, porque fue en una imagen suya donde aconteció lo inexplicable, que como verán está relacionado con lo que la religión católica cuenta sobre este personaje.

Los datos que adornan la vida del venerable carpintero y esposo de la Virgen, como sucede muchas veces en el catolicismo, están sacados de los evangelios apócrifos, que el Vaticano no reconoce como fuente de fe si narran cosas como el mal carácter y las travesuras de Jesús cuando era niño o la existencia de sus hermanos, pero no tiene empacho en aceptar cuando se trata de capítulos más agradables. De ellos sale la historia de los reyes magos y esta misma sobre San José, que aparece en el Protoevangelio de Santiago y luego en el más tardío Pseudo Mateo.

Con pocas variaciones, en los dos se cuenta que María era una joven que vivió en el Templo de Jerusalén desde que tenía tres años, dedicada a servir a Dios hasta que al cumplir los doce se le acercó la edad de la menstruación, interpretada por los judíos como una señal de impureza, por lo que los sacerdotes decidieron convocar a doce varones, uno por cada familia de la tribu de Judá, para buscarle un marido.

Entre ellos estaba José el carpintero, un viejo viudo que asombró a todos cuando inesperadamente le floreció la vara seca que llevaba en la mano, dejando salir a la vez a una paloma blanca que se puso a revolotear sobre su cabeza.

A nosotros, que ya hemos visto de todo, esto de las flores y la paloma nos recuerda inevitablemente a esos trucos de magia no demasiado elaborados que salen por la televisión y podemos imaginar la reacción que produciría hoy si algún personaje público quisiese hacerlo pasar por un hecho extraordinario, pero hace dos mil años favoreció inmediatamente la designación de José como esposo, sin que nadie tuviese en cuenta la diferencia de edad entre María y él, que ya contaba los 90 años.

El caso es que la escena acabó formando parte de la iconografía cristiana y a lo largo de los siglos ha inspirado capiteles, relieves de madera en los retablos, lienzos y estampas, convirtiéndose en uno de los capítulos más conocidos de la vida del santo.

La devoción a San José que se profesaba en Columbiello seguramente había nacido en otra capilla anterior, que se integraba en el conjunto de edificaciones que levantó allí la familia Mier, formado también por panera, llagar, fornu de pan, cuadras y otras construcciones menores construidas en torno a una casona blasonada que aún se conserva en buen estado, mientras su entorno se ha ido deteriorando con el tiempo.

En ella residía entonces José Mier Castañón, rico propietario que tenía la llave de la ermita y que sirvió de guía al prudente periodista desplazado hasta Lena para ver con sus propios ojos el prodigio, aportándole además todo tipo de detalles. Su impresión -según escribió- fue la de que podía ser natural y tener una fácil explicación en botánica, «pero que a los profanos a ella nos hace sospechar que el hecho en sí tiene algo de extraordinario», de modo que dejaba al albedrío de cada cual y de su fe, creer lo que tuviese por conveniente.

Entonces la imagen ya estaba en la ermita del Otero y como lo que ocurrió allí cuadraba perfectamente con esta tradición, «La Guirnalda» se ocupó extensamente del fenómeno que se había notado en la caña de azucena natural cortada en flor que se dejaba colocada desde el día de la procesión del santo hasta el año siguiente, que en aquel marzo de 1868 estaba ya a punto de cumplirse.

Según explicaba el rotativo: «Hace cosa de un mes se observó que del palo habían brotado unas cebolletas que algunos tomaron por flores. Si la caña de azucena hubiese sido arrancada por el pie y arrastrado una cebolleta, o bien al cortarla se llevase parte de esta, pudiera muy bien explicarse que retoñase en seco como sucede a todas las cebollas en general, produciendo nuevos vástagos que cultivando diesen flor. Esto habíamos comprendido nosotros cuando se nos explicó el hecho, pero ayer nos convencimos de otra cosa, después de un detenido examen a presencia del santo y de la vara.

Esta fue cortada muy por arriba y no tiene raíz ninguna ni señal de cebolleta. Más todavía: como al medio tiene otra cortadura que divide la vara en dos partes, unidas únicamente por un punto de la corteza. La parte superior está completamente seca. La parte inferior está húmeda y de ella han brotado espontáneamente cinco o seis cebolletas, blancas como la nieve, y que muchas gentes de las que diariamente visitan la capilla, han tomado por flores, corriéndose la voz de que ha florecido la vara de San José, y dando lugar a que concurran personas piadosas un día y otro día a hacer oración, no saliendo de allí sin tocar el pie de la imagen con pañuelos, relicarios y otros objetos que se guardan con veneración. Hay además la particularidad de que otra caña de azucena dio también su botón más pequeño y que ya está seco».

El caso es que la noticia se extendió pronto por los pueblos cercanos y hubo quien recordó que una ocasión anterior ya había sucedido algo parecido con el San José de Columbiello. El periodista que quiso curarse en salud, dejaba abiertas todas las posibilidades en su crónica: «Si el hecho en sí no tiene nada de extraordinario ¿seremos nosotros los que vayamos a enturbiar la fe de los fieles que allí concurren? Líbrenos Dios de semejante tentación. Y si el acontecimiento no tiene fácil explicación estando la capilla bien ventilada ¿no sería conveniente que personas entendidas en botánica lo examinasen y diesen su parecer?».

Pero los fieles, siempre deseosos de encontrar argumentos que avalen su fe, respondieron aquel año convirtiendo la procesión de San José en la más multitudinaria que se recordaba en la zona, ante la sorpresa de la autoridad parroquial del momento, el presbítero Tristán Fernández Pevidal, quien prefirió esperar acontecimientos antes de consultar a sus superiores sobre el procedimiento que debía seguir.

Luego, no hemos encontrado más referencias, por lo que es de suponer que todo volviese a la normalidad, aunque el supuesto milagro tardó en olvidarse y hasta bien entrado el siglo XX el San José de Columbiello tuvo fama de conceder los favores que se le pedían, especialmente si estaban relacionados con la resolución de los partos difíciles. Después los acontecimientos violentos que sacudieron a la Montaña Central se llevaron esta imagen, como tantas otras de la Montaña Central, y hoy ocupa su hornacina una nueva, acompañada de las Vírgenes de Covadonga y Guadalupe. Creo que aunque ya nadie se acuerde de este episodio, está bien recordarlo desde la distancia que nos da el tiempo, porque hasta las pequeñas curiosidades forman parte de nuestra historia.