Los guerreros astures esperaban, ocultos en las montañas, a que llegara la hora de vengarse de la crueldad del legado de Augusto, Publio Carisio. No les importaba ser menos organizados, llevar peores armas ni estar menos protegidos. Sólo tenían como objetivo parar el avance hasta entonces implacable de las tropas romanas. Y llegó el momento: en el año 22 antes de Cristo. Los astures dejaron que los romanos entraran confiados en el campamento de Curriel.los y atacaron donde más les podía doler: cortando el avituallamiento que cruzaba la Vía Carisa (en la cumbre entre los concejos de Aller y Lena). Empezó así, a más de 1.700 metros de altitud, el levantamiento de unos rebeldes que pusieron en jaque a la fuerza más perfecta que se había visto hasta el momento: el ejército romano.

Poca gente habla con tanta pasión sobre el enclave como lo hacen el teniente coronel del Ejército de Tierra Francisco Jiménez Moyano, experto en material bélico y estudioso de la Carisa, y el arqueólogo Jorge Camino, responsable de la campaña de excavaciones que sacó a la luz el campamento romano de Curriel.los. Son expertos, no dan nada por seguro pero, tras una charla con ellos, es fácil imaginar cómo el arrojo del pueblo astur consiguió menguar la confianza de los legionarios.

Los romanos no estaban preparados para que los guerreros de las tribus astures asediaran el campamento. Pero ocurrió. Tras cortar el avituallamiento en la Vía Carisa, hubo emboscadas a comerciantes y también varios cuerpo a cuerpo entre ambos bandos. La legión ganaba en las distancias cortas, porque los soldados eran ordenados y se defendían formando una línea perfecta que se convertía en una autentica máquina de matar hombres. Los astures luchaban con una espada simple y, habitualmente, únicamente protegidos por un refuerzo de lino en sus precarios trajes. Como era de esperar, los guerreros llevaron las de perder.

Los primeros enfrentamientos se saldaron con pocas bajas en la legión, pero fueron suficientes para alertar a los mandos. Publio Carisio, legado de Augusto en el frente astur, ordenó llevar refuerzos a Curriel.los. La capacidad del campamento aumentó de un manípulo (180 legionarios) a una cohorte (540 legionarios). Romanos y astures se retiraban en invierno, porque las ocupaciones en alta montaña se destinaban únicamente al verano, y volvían cada temporada estival a verse las caras. Cortos descansos para un duro enfrentamiento.

La primera ampliación devolvió la confianza a los romanos, que retornaron con el verano sintiéndose fuertes. No sabían que todo acababa de empezar y que estaban minusvalorando la capacidad de los astures. Una cohorte tampoco fue suficiente para que los guerreros se olvidaran de asediar la Carisa. Continuaron vigilando el campamento, aunque ahora el cuerpo a cuerpo era más difícil y los guerreros atacaban a distancia: con lanzamiento de piedras, con espadas y con primitivas lanzas.

Siguieron los asedios, las emboscadas y los romanos continuaron creciendo para mostrar opulencia y derrotar al enemigo. Ampliaron el campamento en cuatro fases y Curriel.los llegó a tener espacio para más de 5.000 hombres. La fortificación, que había comenzado como un puesto de vigilancia para 180 legionarios, se convirtió en un campamento de más de cinco hectáreas y un muro infranqueable para los aguerridos astures.

Las barreras físicas de la construcción, con una fosa cuádruple para evitar visitantes inesperados, no eran menos fuertes que lo que esperaba dentro. De los 5.000 hombres que estaban aguardando por el enfrentamiento con los astures, más de la mitad habían recibido una formación militar de un lustro de duración. Otros eran auxiliares, con distintas técnicas muy perfeccionadas, que se habían aliado con el ejército romano después de que los conquistaran.

Los astures sumaban 15.000 hombres, así que ganaban en número y en arrojo, que no en organización. Finalmente, como ha ocurrido en casi todos los enfrentamientos bélicos de la Historia, venció la perfección de la organización que exhibieron los romanos. El teniente coronel Francisco Jiménez Moyano asegura que el refuerzo de Curriel.los fue una respuesta a la prisa que tenían los mandos de Roma, hartos ya de la larga y dolorosa guerra en Hispania, para terminar con la rebelión de los astures. Sólo una gran batalla era la solución para que los astures dejaran de intentarlo.

La venganza romana tras el asedio fue cruel. El campamento de Curriel.los, después de las cuatro ampliaciones, se convirtió en un ejemplo de la perfecta estrategia militar de las legiones. La fortificación estaba construida en desnivel y tenía cuatro alturas, entre las que se repartían las diferentes armas para el ataque.

En la primera planta estaba el «pilum catapultarium», una catapulta que disparaba lanzas a 200 metros. Algunos guerreros sobrevivían a esta primera ofensiva, pero quedaba mucho para llegar al campamento: en el siguiente nivel, un grupo de expertos honderos, procedentes de tribus conquistadas, lanzaba proyectiles de metal. Para frenar a los pocos que sobrevivieron, los romanos esperaron en las partes más bajas del campamento lanzando pilum (la espada romana) y dispuestos para un cuerpo a cuerpo. Había niños astures entre los combatientes y la mayoría cayeron muertos a cien metros de Curriel.los. Los cuerpos de los guerreros quedaron en el campo de batalla. El mejor testigo de la rendición astur.

Las guerras astur-cántabras dejaron poco rastro, pero Dion Casio, historiador romano, cuenta la rendición de los astures: «Tan pronto como fueron rechazados del lugar fortificado que estaban asediando y, tras ello, vencidos en combate, ya no continuaron la sublevación y rápidamente se sometieron». Los romanos también dejaron rastro de su victoria: en lo alto de Curriel.los, los arqueólogos encontraron restos de hogueras. Encendían fuego por las noches porque no les importaba ser vistos. Ya no había enemigo.