La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Historias heterodoxas

Cuando soplaba "El Noroeste"

La historia de Antonio López-Oliveros, director del periódico de Gijón y sus cordiales primero y después tensas relaciones con el Sindicato Minero (SOMA) y su líder Manuel Llaneza

Cuando soplaba "El Noroeste"

Supongo que para muchos ciudadanos es una costumbre habitual leer cada mañana el periódico del día. Yo lo hago, pero también cada tarde me siento ante el ordenador para ver lo que se publicaba hace ochenta, cien o ciento veinte años, según como esté de humor y a menudo aprovecho lo que encuentro para documentar alguna de estas historias. Cada uno se divierte como quiere, pero yo les recomiendo que de vez en cuando visiten las hemerotecas digitales porque resulta didáctico y -al menos para mí- entretenido. En la de Gijón se puede ver con facilidad "El Noroeste", donde se encuentra la historia de Asturias desde el 11 de febrero de 1897 hasta 1936.

"El Noroeste" empezó siendo republicano y por eso escogió para su nacimiento la fecha de aniversario de la I República, luego se convirtió en el órgano de expresión del Partido Reformista de Melquíades Álvarez, pero siempre estuvo abierto a las ideas progresistas, sobre todo cuando lo dirigió Antonio López-Oliveros.

El hombre venía de una familia también republicana con solar en Santa Marina de Puerto de Vega, pero pasó su niñez y primera juventud en Cuba donde en medio de grandes penalidades logró publicar sus primeros artículos en la prensa isleña. Después, en 1907, retornó a España y aprendió lo suficiente para volver a cruzar el charco, pero esta vez como próspero especulador de terrenos hasta su regreso definitivo para instalarse en Gijón en 1915.

Antonio López-Oliveros tenía claro que su vocación estaba en el periodismo y en 1917, el mismo año en el que participó junto a Melquíades en la preparación de la huelga revolucionaria de agosto, fue llamado para dirigir "El Noroeste", que entonces era propiedad de un grupo de indianos que ya conocían sus colaboraciones al otro lado del mar.

Su postura inflexible a favor de la democracia le hizo defender desde sus páginas las idas republicanas y progresistas por lo que tuvo que bregar constantemente contra las asociaciones patronales que intentaron repetidamente su clausura. Su mejor aval está en un larguísimo historial de multas gubernativas, suspensiones y procesos judiciales de todo tipo, pero a pesar de todo logró mantener sus ideas hasta que la Guerra Civil le obligó a cerrar las rotativas después de unos meses en los que fue intervenido para servir de altavoz a los anarquistas gijoneses.

De la mano de Oliveros, el diario fue con diferencia el más leído en la Montaña Central, ya que siempre dio prioridad a todo lo relacionado con el ambiente industrial y sobre todo minero que entonces empujaba la economía de Asturias.

En 1935, Oliveros publicó en Madrid "Asturias en el resurgimiento español", un libro de memorias en el que pasó revista a la historia regional de las tres primeras décadas del último siglo en nuestra región, aportando detalles sobre los avatares de su periódico en estos años intensos, que nos interesa conocer porque, entre otras cosas, nos acercan a una faceta de Manuel Llaneza que desconocíamos.

Primero debemos dibujar el escenario recordando que la I Guerra mundial supuso el mejor momento económico para el carbón asturiano. Dos años después de su inicio el precio de la tonelada de hulla había pasado de treinta y cinco a doscientas pesetas, con los beneficios empresariales que se pueden suponer; y sin embargo, ni los salarios ni las jornadas de trabajo -entre nueve y diez horas- se vieron alteradas.

Contra esta situación clamaron la Confederación Nacional del Trabajo y el Sindicato Minero socialista. "El Noroeste" fue el altavoz de este último ante las críticas de los anarquistas que lo consideraron como "el órgano de Llaneza". Oliveros no negó en su libro esta circunstancia: "En 'El Noroeste' se apuntaban con anterioridad las iniciativas defensivas de los trabajadores que ponía en acción el Sindicato Minero asturiano; se redactaban muchas notas oficiosas de este sugeridas por Llaneza utilizando el teléfono desde Mieres, y se realizaban campañas político-sociales que el líder socialista creía convenientes a la democracia obrera, a la culturización de los obreros y a la disciplina de estos".

Pero en el periódico también se dejaba cancha libre a las corrientes más izquierdistas, que estaban en competencia con el SOMA, lo que acabó provocando el progresivo distanciamiento e incluso la abierta enemistad de Manuel Llaneza.

En 1921, atendiendo al llamamiento de la III Internacional se produjo la inevitable escisión en el sindicato, con la circunstancia de que algunos de los colaboradores del periódico optaron por esta vía; entre ellos estaban el abogado gijonés José Loredo Aparicio y el corresponsal en la cuenca del Caudal, Benjamín Escobar.

La disputa interna que se había cerrado en falso con la destitución de Llaneza, se resolvió definitivamente cuando este recuperó su poder expulsando a las secciones que habían votado en su contra, lo que dio nacimiento a una nueva y poderosa organización: el Sindicato Único.

Según Oliveros, una tarde Llaneza se desplazó hasta Gijón para exigirle que no publicase nada sobre ellos, con una amenaza contundente: "Si 'El Noroeste' no cierra sus columnas a esa gente, nosotros tomaremos medidas contra 'El Noroeste'". Lógicamente, el periodista rechazó de plano aquella pretensión. Desde aquel momento ambos no volvieron a dirigirse la palabra y la lectura del diario progresista quedó proscrita para los socialistas que prefirieron vincularse a la prensa financiada por las patronales.

Aunque lo peor llegó en plena dictadura. En 1927, el año en el que se perdió la conquista de la jornada de siete horas, se rebajaron los salarios y miles de trabajadores fueron despedidos, Primo de Rivera desfiló por las calles gijonesas seguido por una comitiva triunfal en la que figuraban las secciones del Sindicato Minero con sus banderas desplegadas. Ante esta situación, desde "El Noroeste" se insinuó la posibilidad de una huelga y el guante fue recogido por los trabajadores que pararon la actividad en las cuencas durante un mes oponiéndose a las indicaciones del SOMA.

A mediados de octubre, Ricardo I. Eguren, el corresponsal en Oviedo, pudo escuchar por la puerta entreabierta del despacho del Gobernador Civil, José María Caballero, las palabras de Llaneza: "Si el Gobierno no ata corto a 'El Noroeste' yo no respondo de los obreros mineros".

Su afirmación no tardó en tener consecuencias: las oficinas del diario fueron registradas en busca de propaganda subversiva (que ciertamente estaba allí escondida) y Antonio López-Oliveros deportado a Madrid. Dos días más tarde, José Loredo Aparicio también fue detenido en Mieres por indicaciones de los socialistas y enviado a Páramo del Sil.

Ya en la capital, Manuel Llaneza intentó en vano ponerse en contacto con Oliveros para convencerlo de que él no había intervenido en su deportación, pero éste rechazó su visita. Unos días más tarde, cuando el periodista y un amigo se disponían a comer en un buen restaurante madrileño fueron avisados por un camarero de que en uno de los reservados el líder de los mineros socialistas se encontraba almorzando con Miguel Primo de Rivera. Al saberlo, abandonaron el local.

Llaneza murió sin haber visto el nacimiento de la II República; Oliveros sí pudo vivir este período y con él la evolución ideológica del reformismo que acabó colaborando con los partidos de la derecha. Aquel no era su sitio, pero la fidelidad a Melquíades Álvarez le hizo seguir a su lado mientras éste iba despojándose poco a poco de su identidad.

Las consecuencias llegaron con el alzamiento militar de julio de 1936. En los primeros días de guerra Melquíades fue ajusticiado en Madrid por unos exaltados y el periodista asturiano, señalado como uno de sus más íntimos colaboradores, se situó en el punto de mira de sus enemigos. Belarmino Tomás, quien quería pasarle la factura de sus desencuentros con el SOMA, ordenó su búsqueda y detención y tuvo que esconderse en la casa de unos amigos gijoneses.

Cuando cayó el Frente Norte, su pasado volvió a pasarle factura porque también era persona non grata para el bando sublevado, de modo que huyó hasta París con la pretensión de conseguir allí un visado para tierras americanas.

Sin el apoyo ni de los unos ni de los otros, fracasó en sus gestiones y decidió pedir el permiso del nuevo régimen para rehacer su vida en Madrid. Lo obtuvo, a cambio de no volver a su antigua profesión; entonces tuvo la suerte de encontrar un buen trabajo lejos del periodismo dirigiendo en Gijón "Industrial Zarracina S. A." y siendo ya mayor se casó dos veces, la primera vez en 1951 con la allerana Luz González Trapiello, que era viuda de un minero fusilado en 1937, y luego de segundas con otra mujer de Ávila llamada Paula Sánchez.

Antonio López-Oliveros falleció en Madrid, en 1967, a los ochenta y ochos años. Con él se enterró una forma única de entender el periodismo.

Compartir el artículo

stats