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Alberto Coto, la calculadora humana.ALFONSO ZAPICO

El genio que empezó jugando a las cartas

Alberto Coto, el calculista más rápido y con un cociente intelectual de 156, recibe este viernes el premio "Langreanos en el Mundo"

Es el calculista mental más rápido del planeta, se llama Alberto Coto García y nació un miércoles, 20 de mayo, de 1970, en Lada (Langreo), cerca de la Fuente del Güevu y con Cesárea Alonso Fueyo de comadrona. Poseedor de un cociente intelectual estratosférico, 156 sobre 100, asegura desconocer si tiene antecedentes familiares con su extraordinario don y suele atribuir el 51 por ciento de su habilidad a la autodisciplina y el trabajo, mientras el 49 por ciento restante lo considera innato. Una forma muy natural de dar realce, aunque sea un poquito, al esfuerzo y a la constancia.

Con siete títulos de campeón mundial de cálculo, dos medallas de oro en la Olimpiada del Deporte Mental y 14 récords Guinness en su palmarés, es el benjamín de cuatro hermanos y, a sus 47 años, vive en Lada en una casa cerca de la sus padres: Eliecer, soldador jubilado que trabajó toda la vida en Duro Felguera, y Margarita, ama de casa a tiempo completo.

Este langreano universal, capaz de sumar cien dígitos en 17 segundos y 4 centésimas, se ha criado, sin dejar de jugar a las cartas, en el seno de una familia de humilde cuna, pero sobrada de talento. Una familia en la que el primogénito es Eliecer Coto, el prestigioso científico asturiano, doctor en bioquímica y director del departamento de genética del Hospital Universitario Central de Asturias. A Eli -así llama Alberto a su hermano mayor- le sigue en la escala fraterna Toni, maestro de primaria en La Carriona (Avilés) y músico rockero que acabó haciendo guitarra clásica. La única chica, Margarita como su madre, tiene un negocio de decoración en Laviana.

Mientras se ejercitaba en cantarle las cuarenta a su padre, Alberto Coto crece con la música que escuchan sus hermanos, como el Made in Japan que "Toni no paraba de poner". Por eso reconoce que su gusto por Led Zeppelin, Dep Purple y Aerosmith se lo debe a ellos. De sus primeras lecturas, le vienen a la memoria aquellos tiempos en los que devoraba montañas de mortadelos, antes de pasar a Emilio Salgari y Jack London. Ahora lee unos veinte libros al año. "Estos días estoy con "Crimen y castigo" de Dostoievski", dice.

"¡Qué potra!"

Hacia los cinco o seis años, empezó a jugar con su progenitor, sobre todo al tute y sus modalidades, como el subastao, pero también a la escoba, la brisca y el cinquín. "Siempre fuimos de partida diaria y todavía hoy la echamos", explica. De cuando comenzó a ganarle, recuerda aquella queja de "esti guaje qué potra tien, carga más que una burra cuesta abajo". Bueno, algo previsible cuando al padre, como a cualquiera, le gusta ganar y el hijo asegura que nunca ha sabido dejarse perder.

En esas partidas familiares, el niño que mutó en el gran calculista de hoy ya interpretaba el concepto número como un juguete y era capaz de desarrollar su potencial innato manipulando las cifras mentalmente. Así hasta que un día descubre que, al calcular a toda pastilla, lo hacía mucho más rápido que los demás. También se da cuenta de que "cuando desarrollas una habilidad de este tipo, tienes predisposición a estar contigo mismo y convertirte en un crío muy en su mundo".

Aunque amigos no le faltaban, le gustaba jugar solo, sobre todo a las chapas. Hacía clasificaciones con ciclistas que, por supuesto, llevaban número, y se sumergía en el Marca de su padre para analizar, empujado más por los números que por el deporte, las diferencias de puntos en las tablas de los equipos de fútbol de todas las categorías. Pero le fascinaba sobremanera el minúsculo mundo de los insectos. Aparecía una hormiga o una araña y allá que iba Alberto a observar, con una curiosidad del tamaño de Gulliver, cómo trabajaban o tejían, nunca a hacerles daño. Desvela que llegó a "criar abejas durante unos años para estudiarlas".

En La Salle hizo hasta sexto de primaria, el primer año junto al parque viejo de La Felguera y el resto en Pénjamo; séptimo y octavo en el colegio público de Lada y luego pasó al Instituto Santa Bárbara. "Me acuerdo de un profesor de La Salle, Crisógono, fraile pucelano, al que acudo a visitar a Santiago, donde reside con otros de la orden.

Pronunciaba charlas pro vegetarianismo muy interesantes, cocinaba en clase, te daba pan integral y de beber de un botijo. Ahora como muy poca carne, pero no reniego de ella. Cuando viajas y te invitan es muy complicado poner restricciones". El considerado uno de los más grandes calculistas de la historia guarda un recuerdo especial de las vacaciones en el concejo de Caso. "Mi padre es de Lada, pero se crió en Soto y, cuando yo tenía 8 años, compraron una casina en Bezanes. Allí íbamos a pasar el verano. Él nunca tuvo coche, así que cogíamos el Carbonero. Conservo la imagen de mi madre subiendo la última para pagar con la tarjeta de familia numerosa y no me olvido de los mareos por aquellas curvas ni del enorme motor del autobús, entre el conductor y el primer asiento, el preferido de los niños".

Entrena 28 kilómetros

Como su progenitor, Alberto Coto tampoco posee vehículo. Siempre ha practicado deportes individuales: desde los 16 años, ciclismo, y con 25 empezó a correr cuando, en un maratón de Asturias, presenció cómo la gente llegaba muy mal a meta, pero contenta después de 42 kilómetros y 195 metros. De momento no ha parado: "Acabo de hacer 28 kilómetros entre Bezanes y Tarna, me estoy preparando para el 1 de octubre". Su mejor marca es de 2 horas, 55 minutos y 49 segundos. Ha terminado cinco maratones de Asturias, el nocturno de Bilbao y muchas medias maratones desde México a Helsinki. "La prueba reina de fondo tienes que prepararla más, pero vuelvo a casa bastante débil de los viajes de 60 días que desde hace 10 años llevo realizando por América Latina. Estoy cambiando de chip para acudir a más maratones sin mirar el reloj", concluye.

En 1994, el genio de los números culmina la carrera de Ciencias del Trabajo. Dos años después, con 26, se somete por primera vez a la prueba de inteligencia en la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo y descubre que tiene un cociente intelectual de 156. Es en 1998 cuando empieza a ganarse la vida con el cálculo al debutar con éxito en "Qué apostamos", el programa de televisión donde en 1995 había visto a un concursante embolsarse tres millones de pesetas por completar unos cálculos que él realizaba cuatro veces más rápido.

Con el nuevo siglo, Alberto Coto deja a un lado la posibilidad de ejercer como asesor laboral, fiscal y contable para convertirse en el campeón del mundo de cálculo mental con más títulos, tras conseguir el primero en 2008 Leipzig. Ficha por la Editorial Edaf y a partir de 2007 se embarca en largos viajes por Latinoamérica. Sus trece libros se convierten en superventas y en los diez últimos años pronuncia más de 2.000 conferencias en escuelas, institutos y universidades del planeta, así como cientos de ponencias en corporaciones multinacionales.

"Me negué a ir a la mili"

Este es el hombre que el viernes, 1 de septiembre, recibirá el premio "Langreanos en el Mundo" de 2017, símbolo del reconocimiento y admiración de los suyos hacia alguien de aquí que ha batido 14 veces el récord Guinnes de cálculo mental. Un fuera de serie que vino a la vida en Lada un 20 de mayo, el centésimo cuadragésimo día del año. La misma fecha en la que se crea la Oficina Internacional de Pesas y Medidas en 1875, el telescopio Hubble envía la primera foto del espacio en 1990 y Craig Venter, uno de los padres del genoma humano, anuncia la creación de la primera célula sintética en 2010.

Se define "muy autodisciplinado" y lo matiza: "Fui de los que me negué a hacer la mili porque no me gusta la disciplina que no sea la mía". Admira a mucha gente, pero sin endiosar, y remacha con sorna que sus mejores maestros con los números han sido el rey de bastos y la sota de oros. Alberto Coto es un superdotado que se mueve entre los mundos de Pitágoras y Filípides y al que el cáculo le ha descubierto el nómada que lleva dentro. Una mente prodigiosa que siempre vuelve a Lada, a sus raíces.

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