Nació en una aldea de Nigeria y su madre la llamó Faith, "fe" en castellano. Como si alguien le hubiera susurrado a esa mujer que su niña la iba a necesitar durante toda la vida. Fe en que podría escapar de la mafia que la trasladó a Asturias para prostituirla. Fe en que pariría a su hijo sin una mano a la que agarrarse. Y fe en que ahora le dará al pequeño una vida mejor que la que ella tuvo. Faith lleva diecinueve años escapando, tropezando, levantándose y aguantando. Ha conseguido un trabajo, la tarjeta de residencia, un niño precioso. Pero el camino es agotador, ella lo recorre sola, y ahora necesita ayuda: "Tras años en el infierno, sólo pido una vivienda digna".

Era una niña, apenas había soplado las dieciocho velas, cuando una mafia la secuestró: "Yo no vine a Asturias, me trajeron sin que yo quisiera", explica. Viste un pantalón corto blanco, que acentúa su piel morena. Lo levanta un poco, y deja al aire una cicatriz de siete centímetros: "Es la herida que me hicieron en el club, cuando intenté escapar la primera vez". No recorrió ni un kilómetro, la cogieron enseguida y la llevaron de vuelta. En el club, sobre la cama, le clavaron un cuchillo en el muslo: "Si te vas, te matamos a ti y a tu familia", le susurró un hombre al oído mientras hundía la hoja del arma en la piel de la joven. No sabe si dolió más la amenaza o la puñalada. Durante días lloró en la habitación a media luz, no dormía buscando una solución.

Se secó las lágrimas, con la herida ya casi cicatrizada, y apareció "un hombre bueno". Un hombre, dice, que urdió con ella un plan para dejar el club y no volver nunca: "Mantuvimos el contacto un tiempo, pero hace mucho que no hablamos ni nos escribimos". "Siempre le estaré agradecida, me devolvió la vida", añade. Pero su vida, tras huir de aquel infierno, ha estado llena de obstáculos. Vagó por la región durante años, trabajó sin contratos, y siempre mirando atrás por si alguien la seguía.

Llegó a Mieres y, dice, encontró "un nuevo hogar". "Aquí los vecinos me han tratado siempre genial, sin racismo y sin prejuicios, aunque casi nadie sabe toda mi historia. Me quieren por lo que soy, una persona abierta que no se mete con nadie y sólo quiere vivir tranquila", añade.

Y lo consiguió, al menos en parte. Inició una relación con un joven del concejo y se quedó embarazada: "Fue una sorpresa y una alegría, no sé explicar lo que sentí cuando supe que iba a tener un bebé". La relación de pareja no cuajó, se separaron. El padre la ayuda ahora, dentro de sus posibilidades, en la crianza del niño: "Es muy bueno, también su familia. En eso también tuve mucha surte, gracias a Dios", sonríe por primera vez. Se puso de parto sola, en el hospital de Mieres la trataron "genial". Pero echó de menos a su madre, a la familia y su casa de Nigeria. Cuando le pusieron al niño en el pecho, sintió un amor muy grande y supo que ya no quería escapar más.

"Lo primero que hice cuando salí del hospital fue ir a la Policía Nacional para contarles todo, ya no podía seguir huyendo", señala. Consiguió un trabajo como limpiadora en Mieres, esta vez con contrato por un año, y la tarjeta de residencia. Pero hay otra preocupación: su vivienda actual, dice, no reúne las condiciones necesarias para su hijo. "Pago un alquiler muy bajo, lo único que me puedo permitir, pero la casa no está habitable". Hay humedad en el único dormitorio, el piso tiene daños estructurales y también en la cubierta. Teme que su hijo, en invierno, enferme por el frío que hace en la casa.

Llevó unas fotos a la oficina de Vivienda del Ayuntamiento de Mieres, para solicitar un piso de emergencia. Hace unos días recibió una carta poco alentadora: "Esta petición está en proceso de tramitación y siendo un programa dependiente de la disponibilidad de la vivienda pública en alquiler desocupada, no se le garantiza ni un plazo para disponibilidad para adjudicarle una, ni si se pudiese adjudicar en un futuro", señala el escrito. Para Faith, es "una disculpa, porque casas vacías hay muchas".

"Solo pido un poco de piedad", susurra, sentada en la mesa de la cocina fría. Volvería a su país, pero en su aldea es demasiado fácil encontrarla: "Mi familia no sabe dónde estoy, no me atrevo a decirlo por teléfono. No visito tiendas de comida nigeriana, no quiero encontrarme con nadie de mi tierra porque no me fío de nadie". Por la noche, le cuenta a su hijo historias de Nigeria. "Me pregunta cuándo vamos a ir a conocer a los abuelos, pero visitar mi hogar es lo único que no le puedo prometer. Sé que si me encuentran, se termina todo".