Era un médico de la sanidad pública que no creía en las listas de espera. Cuando un paciente necesitaba una revisión, él recetaba siempre la misma respuesta: "Venga usted cuando quiera, la puerta está abierta".

Dicen que es mejor mostrar que contar, y esta anécdota describe la dedicación absoluta del dermatólogo turonés José Ramón Curto a sus pacientes. El doctor falleció ayer a los 67 años, de forma repentina, cuando estaba en un congreso de su especialidad que se celebraba en San Sebastián. Desarrolló su carrera en el Hospital Álvarez Buylla de Mieres y deja a la comunidad sanitaria con el corazón roto: "Era un pozo de sabiduría y de paciencia", afirmaron ayer sus allegados.

"Era un trabajador incansable, venía frecuentemente al hospital para seguir con su labor como investigador y para visitar a sus compañeros", afirmó ayer la gerente del área sanitaria del Caudal (nombrada área sanitaria VII), Alejandra Fueyo. Seguía muy vinculado a la vida sanitaria y a la dermatología, aunque se había jubilado hace dos años. Pero para comenzar bien su historia hay que remontarse en el tiempo e imaginar al joven Curto, un turonés que tuvo claro que dedicaría su vida a la medicina. Estuvo en Mieres más de tres décadas.

Era de los únicos dermatólogos de la sanidad pública con consulta por las tardes. ¿La razón? Porque quería las mañanas para formarse, para investigar, para mejorar todo lo que pudiera. Y porque no tenía prisa para dejar su consulta. Dicen los que lo vieron trabajar durante años que "nunca dejó un paciente sin atender porque fuera tarde". Volvía a casa por la noche, sin reloj.

Porque la humanidad nunca entiende de horarios ni escatima en dedicación. José Ramón Curto puso a Mieres, al área sanitaria del Caudal, en el mapa. Y lo hizo con la creación de la Escuela de Dermatitis Atópica de Mieres. El proyecto se inició de forma pionera en Madrid y Asturias, en el año 2011. "Traía a pacientes de toda España", afirmaron ayer sus allegados. Fue un proyecto pionero en educación terapéutica. La escuela dotaba a los pacientes atópicos, la mayoría niños de corta edad y adolescentes, de habilidades que les permitieran ser más autónomos y controlar mejor su enfermedad. En definitiva, mejorar su vida.

Ese era otro don del doctor Curto. Su trato en la consulta, y también fuera, era único. Por amable, por humano y porque sabía poner una sonrisa en la boca más asustada del mundo. Algunos de sus pacientes recordaban ayer sus tratamientos, que siempre acompañaba de un chascarrillo. Como una niña de seis años que llegó a su consulta con una erupción tan dolorosa que la hacía llorar. Y él le puso una crema, que cubrió con un esparadrapo agujereado. Al ver la cara de pasmo de la pequeña y de su madre, las calmó: "Tranquilas, unas medias como estas las trae Claudia Schiffer". Divulgaba, enseñaba sin medida. Cada año, participaba en distintas iniciativas para dar consejos a los vecinos sobre cómo cuidar su piel.

Fallecimiento repentino

Su muerte llegó de forma tan repentina que dejó hundidos a sus amigos. Como el doctor José Sánchez del Río, que acompañaba ayer a Curto en el congreso de San Sebastián: "Para mí era más que un amigo, un hermano", aseguró el médico, muy emocionado al otro lado de la línea telefónica. Su compañero falleció durante una reunión del programa del congreso, la XXX Reunión del Grupo Español de Dermatología Estética y Terapéutica de AEBV, cuando cayó "fulminado" y sin haber hecho constar ninguna molestia previa. Los sanitarios intentaron, sin éxito, reanimarle. Está previsto que hoy se traslade su cuerpo a Asturias.

José Ramón Curto no estaba casado ni tenía hijos, pero adoraba a su familia. Especialmente a sus sobrinos. "Le encantaba pasar tiempo con su gente", afirmó Sánchez del Río. Sólo sus familiares y sus amigos iban delante de esa pasión de la que hizo toda su vida: la ciencia.

Porque es mejor mostrar que contar, otra anécdota. En la cena por su jubilación, pidió a sus compañeros que hubiera un ciclo previo de charlas. La mesa estaba encargada para las diez, pero las ponencias no terminaban. Ángel Mones, responsable de la biblioteca del Hospital Álvarez-Buylla, le avisó de que llegaban tarde. "No Mones, la ciencia va primero", replicó él.