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De lo nuestro | Historias heterodoxas

El enemigo más dañino

La campaña emprendida por Manuel Llaneza al frente del Sindicato Minero (SOMA) contra el alcoholismo de los obreros

El enemigo más dañino

Se conservan varios carteles editados durante la Guerra Civil en el bando republicano en contra de los estragos que ocasionaba el alcohol entre sus tropas. Entre ellos uno del Departamento de Orden Público de Aragón, especialmente tremendo, aún hoy es objeto de polémica: en el centro una botella de vino y junto a ella el rostro de un hombre degenerado con los ojos cubiertos por una gorra calada, las mejillas y la nariz enrojecidas y una colilla en los labios, y debajo en grandes letras el lema implacable "Un borracho es un parásito ¡Eliminémosle!".

Los anarquistas siempre tuvieron claro que el hombre y la mujer libres debían alejarse de tres cosas: el alcohol, la prostitución y el juego. También los socialistas siguieron esta línea, aunque lo hicieron con menor intensidad, salvo en Asturias, donde Manuel Llaneza convirtió la lucha por la sobriedad en uno de los pilares de lo que entonces se denominaba "La Idea". Llaneza fue en ese sentido tan moralista como los libertarios.

Ya les conté como siendo alcalde se había personado en el Casino de Mieres para poner su bastón de mando sobre la mesa de juego poniendo así fin a una timba que desconocía sus órdenes de cierre. Hoy quiero exponerles como se sirvió también de "El minero de la hulla", el boletín que el Sindicato de los Obreros Mineros de Asturias empezó a editar en 1914, para concienciar a los obreros sobre el problema del alcoholismo, insertando en sus páginas dedicadas a la información sindical notas breves y artículos de fondo que abordaron este asunto con seriedad.

En algunas ocasiones eran frases sencillas, que resumían mensajes lapidarios a modo de anuncios: "El dinero que gastamos en alcohol es pan y cariño que robamos a nuestros hijos" o "Así como la taberna es la antesala del presidio, así la escuela es el vehículo de la emancipación". También hubo alguno vinculando este vicio con la condición miserable del obrero: "Compañero: suma las pesetas que al año das al tabernero y verás que serán bastantes para vivir una vida un poco más humana que la que vives. El alcohol es tu mayor explotador".

Otras veces, el razonamiento fue más extenso. Por ejemplo en este llamamiento, incluido en el nº 4 de la revista: "Minero: el jornal que con tantas fatigas y peligros ganas, no lo emplees en alcohol, que envenena tu sangre y te hace más desgraciado, pues él es el culpable de la mayor parte de los disgustos que tienes con tus compañeros y con tu familia. Ten presente que el obrero pierde la noción de sus deberes y hasta de su dignidad y teniendo para beber no le importa que en su casa haya miseria, pues ni las lágrimas de sus hijos conmueven su corazón insensibilizado por la maldita bebida. Odia pues el alcohol que es tu mayor enemigo, minero".

Aunque la mayor parte de la publicación del SOMA se dedicó a informar sobre las actividades, reuniones, finanzas y decisiones del propio sindicato, cumplió al mismo tiempo una función divulgativa incluyendo artículos firmados por personajes de relevancia con la única condición de que los textos estuviesen relacionados con la vida de las familias obreras y fuesen fácilmente comprensibles.

En esta línea, en otro ejemplar de "El minero de la hulla" podemos leer un cuento firmado por el autor teatral Jacinto Benavente con un argumento truculento: un hombre se queda viudo y con un niño de cinco años tras la muerte de su joven esposa y se da a la bebida porque cuando bebe le parece verla junto a él; hasta que un día al volver a casa encuentra a su hijo borracho con el aguardiente de una botella que había dejado sobre la mesa. Levanta la mano para castigarle y se encuentra con este lamento: "¡No me pegues padre, no me pegues! ¡Fue por ver a mamá como tú la ves otras veces!".

¿Comprenderéis ahora por qué no bebo ni volveré a beber en mi vida? -concluye la narración.

El propio Llaneza con el seudónimo de "El minas" también publicó en el boletín varios cuentos cortos de ambiente minero y algunas reflexiones literarias sobre la condición de los trabajadores. En el titulado "El guaje" quiso narrar de qué forma los mineros trasmitían sus malos hábitos a los jóvenes -casi niños en aquellos años- cuando empezaban a trabajar con ellos: "Él, a los pocos días de entrar en el infierno fuma, porque el minero le enseña, bebe alcohol porque con el minero va a la taberna y porque a él le oye en las conversaciones con sus hermanos de infortunio contar como una hombrada la borrachera cogida el día anterior, y es camorrista sin ser malo porque constantemente oye también en la mina conversaciones de riñas, navajas y revólveres".

En julio de 1915 un tal Bruno Fernández, desconocido para nosotros, firmaba "Giras sí, romerías no" defendiendo los encuentros festivos que entonces solían celebrarse en las camperas de la Montaña Central donde se combinaban los mítines con las comidas al aire libre para disfrutar de la naturaleza, pero pedía prescindir del vino que perturbaba los cerebros "con los primeros síntomas de la embriaguez" y hacía que en las romerías en vez de estrecharse los lazos de amor y fraternidad entre los pueblos y la propaganda de las ideas lo que se encontrase fuesen "tabernas en abundancia que sirven para crear el odio entre los individuos".

Otro colaborador seguía esta línea dos años después: "Se ve a la delincuencia aumentar o disminuir según aumenta o disminuye el número de despachos de bebidas. La mayoría de las muertes ocurren los días de gran fiesta, cuando, para celebrar el santo del lugar o cualquier fausto suceso, parece lo mejor embriagarse, el vino corre a raudales, y los mozos -pobres víctimas del genio inconsciente de la especie- hacen gala de la barbarie de instintos primitivos que inducen al combate".

Además, Llaneza, quien escogía personalmente las colaboraciones, recogió en ocasiones las opiniones de otros especialistas ajenos al sindicato para ofrecer a sus lectores una visión más científica del problema. Con el título "La taberna enemiga de la organización" apareció la opinión del antropólogo y criminalista portugués Francisco Ferraz de Macedo con una reflexión sobre el desinterés de los bebedores habituales por asociarse para fortalecer la acción sindical: "En este régimen, en que el alcoholismo predomina, la gran causa de la asociación repugna a los desgraciados para quienes la embriaguez en mayor o menor escala constituye una necesidad imperiosa. Y así solo concurren a sindicarse en casos extraordinarios, procurando, aún entonces, en las tabernas próximas, la satisfacción del vicio que les domina".

También se explicó en otro ejemplar a página completa la investigación de otro adelantado de la llamada criminología radical, Pedro Dorado Montero, quien afirmaba haber tratado en la colonia de retrasados de Vaucluse a más de 500 "jóvenes degenerados" encontrando entre ellos que casi todos los delincuentes eran hijos de padres alcoholizados.

Y en lo mismo incidió en mayo de 1916 el doctor Carlos de Vicente comparando el alcohol con el opio y la morfina, insistiendo en la relación entre alcoholismo y delincuencia y afirmando a la vez que según el célebre médico francés Étienne Lancereaux el 55% de los casos de tuberculosis recaían en sujetos alcoholizados y la tisis producida por esta causa siempre terminaba con la muerte.

En este artículo se añadieron unas cifras reales obtenidas de la memoria "La criminalidad en Asturias" de Manuel Jimeno Azcárate, que resultan sumamente interesantes. Según él, antes de la industrialización la región era un oasis de paz y en 1843 solo se registraba un crimen por cada 898 habitantes; sin embargo, entre 1893 y 1897, cuando se disparó el consumo de alcohol, se dieron 1577 delitos, entre ellos 498 dentro de las tabernas. Además, mientras en las zonas rurales el consumo era de 9 litros de vino de baja graduación por ser de la tierra, en las zonas mineras del centro de la región el consumo anual por habitante había ascendido a 20 litros de alcohol, que además era vino de importación de alta graduación, ayudando a elevar la criminalidad hasta el 58%.

En diciembre de 1917 concluyó la primera época de "El minero de la Hulla" con 41 números publicados. Luego hubo una segunda, de la que no se conserva ningún ejemplar, y finalmente en su tercera y última etapa, entre 1929 y 1930, desaparecieron las referencias al alcohol. La revista dulcificó sus contenidos e incluyó anuncios publicitarios. Entre ellos, el gran bar café "La Guadalupe de Meana", que en el muelle de Oriente de Gijón ofrecía a sus clientes licores y vermuts de las mejores marcas.

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