El ilustre escritor y defensor del asturiano, Julián Burgos, falleció el pasado viernes y el entierro se ofició ayer. Deja a una familia que le echará siempre de menos. También a muchos que le tenían por un referente y que no quieren olvidar su genio nunca. Es por eso que la Academia de la Llingua solicitará al Ayuntamiento de Mieres que Julián Burgos dé nombre a una calle o a una instalación cultural en el concejo. El gobierno local da un "sí" rotundo a la propuesta, pero tiene dos problemas: no hay calles por renombrar, "ahora mismo es imposible", y hay ya una lista de personas a formar parte del callejero. El último compromiso fue el de añadir al párroco Nicanor López Brugos, fallecido el pasado mes de noviembre. Y otra vuelta de tuerca: está aprobada una moción, de Somos Mieres, que pide que todas las nuevas calles del municipio lleven el nombre de mujeres.

Una petición que tiene razón de ser: sólo seis de las 271 calles de Mieres llevan el nombre de una mujer (sin contar los nombres religiosos, como la plaza del Carmen). Pero que será difícil de cumplir para el Ayuntamiento. Fuentes municipales expresaron ayer su pésame a la familia de Julián Burgos y aseguraron que es "merecedor, sin dudas, de dar nombre a una de las calles de este concejo".

Propuesta que escuchan y aceptan, pero sin olvidar que ya hay compromisos previos. "Hay una lista de personas para las que se había solicitado ya una calle y que se ha apoyado en el Pleno o públicamente". La última, con el fallecimiento del párroco Don Nicanor, un cura progresista que abrió la puerta de la iglesia de San Juan a las asambleas de trabajadores. En cuanto a la propuesta para dar más presencia a las mujeres en el callejero, el gobierno local señaló que hay un acuerdo ya tomado que se respetará "siempre que sea posible".

El fallecimiento de Julián Burgos deja un hondo pesar en la sociedad mierense y entre los defensores del asturiano. Le recordarán siempre por estar a pie firme en la defensa de la llingua. También por un carácter metódico y a la vez afable, que tan bien plasmó en los miles de monólogos que creó el siglo pasado.

Su sobrino, el historiador Ernesto Burgos -colaborador de ese diario-, recordaba ayer su último encuentro con su tío. Acudieron a un acto y, cuando volvían a casa, Julián le dijo socarrón: "Estoy un poco inquieto. Acabo de dar la mano a mucha gente y todos me dijeron cosas cariñosas, pero no escuché ningún 'de hoy en un año', Ernesto". Así lo recordarán siempre: genio infatigable hasta el final.