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Rosario García, la lenense que vivió una revolución, una guerra y una pandemia: "Nunca vi el panorama tan negro como ahora"

Es una de los 2.763 nonagenarios de las Cuencas: "Cuando hay fame, no hay ganas de revolución"

Las tres guerras de rosario: la lenense vivió la revolución del 34, la guerra civil y ahora la crisis del coronavirus

Las tres guerras de rosario: la lenense vivió la revolución del 34, la guerra civil y ahora la crisis del coronavirus C. M. Basteiro

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Las tres guerras de rosario: la lenense vivió la revolución del 34, la guerra civil y ahora la crisis del coronavirus C. M. Basteiro

Rosario García Losa tiene noventa años en el DNI. Y una cabeza de no más de cuarenta. Se acuerda de todo: de lo que comió ayer en el centro de día de Pola de Lena y de esconderse en “les caleyes” de Carabanzo cuando la Revolución del 34. Viste sonrisa, camisa de flores y un chaleco de punto. Tiene el pelo cano. Tiene la boca joven: dice “marrón”, “embolao” y “esto va volao”.

Esta lenense, natural de Carabanzo, es una de los 2.763 vecinos de las Cuencas con más de noventa años. Una generación que podría bautizarse como la de “las tres guerras”. Vivieron la Revolución del 34, sufrieron la guerra civil y la posguerra, y, ahora, son los más afectados por la crisis sanitaria del covid-19. ¿Qué dice de esto Rosario? Rotunda, como siempre: “Nunca vi el panorama tan negro como lo veo ahora”.

Y es mucho decir. Porque Rosario creció en una casa humilde de Carabanzo. La niñez no le duró ni cuatro velas. “De la revolución (del 34) me acuerdo, aunque yo era muy muy pequeña. Nos escondíamos de les avionetes debajo de una cocina que era de chapa, que llevaba un ‘fornicu’ de leña”. Bendita inocencia, a veces se asomaba al corredor para saludar a los que pilotaban las avionetas: “Luego ya me dijeron que tiraban bombas incendiarias. Cogimos miedo”.

“Nos quedamos con el cielo y la tierra, sin nada, mi madre estuvo muchos años sin pensión"

Rosario García Losa - Lenense de 90 años

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Poco. Porque, si algo hay que decir de Rosario García Losa, es que es una mujer valiente. Cuando estalló la guerra civil, dice ella, “nos quedamos con el cielo y la tierra. No teníamos nada. Mi madre estuvo muchos años sin pensión y comíamos lo que podíamos… A veces entraba algo en casa, si vendía leche o una vaquina, pero nada”. Siempre adelante, recuerda y recomienda: “Hay que seguir con lo que sea, hay que seguir porque piedras no vas a comer”.

El amor, que todo lo mejora. Rosario no guarda mal recuerdo –o no tan malo– de la posguerra. Fue entonces cuando se casó, en 1955. Llevaba siete años cortejando con el que se convirtió en su marido, Antonio. Luego nacieron sus dos hijas: Tere y Rosario.

“El mi marido más bueno no podía ser. Era todo trabajar para casa, como yo. Fue lo que hicimos toda la vida”, afirma. Él era empleado del exterior de la mina en Hunosa. Tuvieron dos nietos: Mayte y David. Bisnietos todavía no.

–Yo antes animábalos a que tuvieran guajes, porque ye una cosa guapa. Ahora ya no, con todo esto que ves… Que si enfermedad, que si uno y otro…

“Te digo de verdad, tan negro como lo veo ahora no lo vi nunca antes”. “Es que pienso yo que tontos no van a ser todos los políticos, algún listo habrá… lo que pasa que están todos, pues a los que están. Al dinero, para eso están todos listos, ye lo que pienso de verdad”, afirma. Mueve las manos sin parar, explicándose bien: “Los que entraron ahora, te digo como lo siento, les cayó un buen marrón encima. Si fuera yo marchaba, porque vaya embolao”.

Dice que al coronavirus, como al resto de batallas de su esforzada vida, no le muestra temor. “Por dentro sí, por dentro sí tengo miedo. Pero por fuera… por fuera parece que lo controlo todo”. Le han puesto ya la segunda dosis de la vacuna Pfizer: “Esperemos que funcione, porque oye una cada cosa...”.

Tiene algún reproche para los jóvenes. “A ver, cuando hay fame no hay ganes de revolución”, apunta. “Yo, que me acuerdo de la guerra, te digo de verdad que teníamos poca gana de salir a les caleyes para romper escaparates. Hay que protestar, pero hay que trabajar de lo que sea. Como sea, de lo que haya y de lo que no haya”.

Es valentía y es tesón. Hace tres años, tras recuperarse de un infarto, sufrió un ictus: “Querían llevarme para arriba, pero se ve que estaba San Pedro de vacaciones y aquí quedé”. Llegó del Sanatorio Adaro en silla de ruedas, ahora camina con un bastón.

Agradece todo lo que hacen por ella su familia y el personal del centro de día de Pola de Lena: “Son todos maravillosos, nunca les vi ni un gesto de maldad… que yo, si lo viera, diríalo”. Rosario García Losa, la mujer de “las tres guerras”, no cambiaría su vida por otra más tranquila: “Si recibes un golpe, tienes que levantar la cabeza y seguir. Hay que aprender a ser feliz con lo que te toque”. Irrepetible.

Cariño en el centro de día, amor en familia y “casines” a mano: así se recuperó de un ictus

La nonagenaria Rosario García, de Carabanzo, delante de la exposición de las "casitas" hechas por ella

¿El secreto para llegar a los noventa años con la mente intacta y unas manos de joven? Nadie lo sabe. O quizás sí: Rosario García Losa no solo es una mujer de mente despejada, sino también una artista tardía. Hace dos años sufrió un ictus que la dejó “baldada”. “Tenían que ayudarme para todo, apenas me valía”. Recibió cuidados en el Sanatorio Adaro, pero volvió a casa en silla de ruedas. Hoy, recibe a LA NUEVA ESPAÑA en su casa apoyada en un bastón. “Me ayudaron mucho en el centro de día de la Pola, mi familia y les casines que hago”. “Les casines” que hace son unas manualidades que empezó a elaborar tras sufrir el ictus y que le han ayudado a recuperar toda la movilidad en las manos. Reproduce viviendas, bloques de pisos, hórreos... todo lo que se le ocurre: “Me entretiene muchísimo y fue una de las actividades que me salvó. Aunque también le debo mucho al terapeuta y al resto de la plantilla del centro de día”. Para elaborar “les casines”, Rosario utiliza materiales reciclados. Todo vale: cartón para el tejado, palos de helado para los cierres y tapones de plástico para adornar la fachada. “A la gente les gustan mucho, y en el centro de día las tenemos expuestas”, explica. Un pueblo entero que hizo ella, a los noventa años, con dos manos muy ágiles y toda la paciencia del mundo. Le encanta que valoren su habilidad: “Estoy muy agradecida de todo lo que me dicen, de lo guapas que son y eso...”, apunta. Y se ha convertido ya casi en costumbre: nadie sale de casa de Rosario, que aunque es de Carabanzo y ahora vive en Pola de Lena, sin una de sus “casines”. Mejor regalo para los visitantes, imposible.

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