La situación demográfica de las cuencas mineras nos sitúa ante un escenario que en nada invita al optimismo. Varios datos dan cuenta de la dramática situación de estos territorios: en lo que va de siglo XXI el 70% de la población que perdió Asturias correspondía a las Cuencas. Entre 1991 y 2020 la del Caudal perdió más del 31% de su población, y la del Nalón el 25%; el crecimiento vegetativo (balance nacimientos-defunciones) fue negativo todos los años, con un mínimo de -351 en 1993, y un máximo de -758 en 2015.

Pero si lo valores globales son preocupantes, la distribución territorial dentro de las Cuencas muestra una situación límite en algunos concejos. A título de ejemplo, el índice de envejecimiento, síntesis del resto de los indicadores demográficos, que en Asturias se situaba en 2020 en 243 mayores de 64 años por cada 100 menores de 16, alcanzaba en algunos de sus municipios valores difícilmente soportables (381 en Aller, 487 en Sobrescobio y 921 en Caso).

Una situación demográfica que se complica aún más si nos atenemos a la dimensión que ha alcanzado el despoblamiento. En los valles mineros se concentraba en 2020 el 50% de las entidades deshabitadas del conjunto regional, y en el caso concreto de la comarca del Nalón el 18% de sus 730 núcleos de población estaban ya despoblados, y un 51% más iba camino de estarlo al contar con menos de cinco habitantes.

A pesar de este negro panorama que impregna la atmósfera social de las Cuencas, y en particular la de sus pueblos y aldeas, hay elementos que invitan al optimismo y animan a trazar una estrategia de desarrollo integral que coloque a su medio rural en el centro del desafío demográfico y la transición productiva que tienen que afrontar estos territorios.

La riqueza paisajística de sus núcleos rurales, su buena conectividad con el área central de la región y una asentada segunda residencia, invitan, y más si cabe en el actual contexto de pandemia que ha trastocado los hábitos residenciales, a promover una transformación de las segundas residencias en residencias habituales, siempre y cuando se aseguren unos servicios básicos locales y unas telecomunicaciones de calidad en los núcleos de ambos valles, premisas que a día de hoy no se cumplen en la mayoría de sus entidades de población.

Tan importante como impulsar unas condiciones de habitabilidad, acordes con las necesidades del siglo XXI, es activar una estrategia de diversificación económica inteligente que permita generar nuevas oportunidades de empleo, a la par que conservar la identidad paisajística de estos espacios.

La protección, ordenación y gestión de los escasos suelos de vega que se han librado de la difusión urbana e industrial, adquiere la condición de reserva estratégica, en tanto han de servir de base para el desarrollo de una agricultura de proximidad en el marco de la rehabilitación de los Sistemas Agroalimentarios Locales.

La actividad ganadera, basada en un monocultivo bovino cárnico, está inmersa en un proceso de reconversión en el que una de las salidas, que se impone con fuerza en toda Europa en territorios similares, es la apuesta por sistemas productivos basados en el aprovechamiento de los pastos y articulados en torno a razas autóctonas, caso de la asturiana de los valles o de la montaña, que por su autonomía productiva y su capacidad de adaptación constituyen una garantía de futuro. La ordenación, gestión y recuperación de los pastos comunales en las áreas de mayor potencial, no sólo ayudaría a la supervivencia de esta actividad, sino que también contribuiría a mitigar otros riesgos, como el de los grandes incendios forestales.

Las amplias superficies de bosque, que sobrepasan el 40% en algunos concejos, brindan posibilidades que van desde el aprovechamiento para madera de calidad, y sus restos para biomasa, a la vertiente agroalimentaria (caso de la castaña, la avellana, la nuez o las setas), o la explotación cinegética.

Las actividades primarias señaladas, deberían ir acompañadas de la promoción de una industria agroalimentaria rural que permita la transformación óptima de las materias primas y la generación de valor añadido en origen, mediante una comercialización en la que los canales cortos deben jugar un papel determinante. Sin olvidarnos del papel que podría desempeñar el agroturismo, que ha contado con un escaso grado de desarrollo en estos territorios y que contribuiría paralelamente a diversificar y a desestacionalizar la oferta local.

La puesta a punto de una estrategia de desarrollo socioeconómico para los pueblos de las Cuencas debería ir acompañada de un empoderamiento de las comunidades locales, en el marco de un desarrollo local participativo, que haga a los vecinos protagonistas de la gestión, ordenación y aprovechamiento de los recursos locales, en el contexto de un proceso de flexibilización burocrática, bajo criterios de sostenibilidad económica, social, cultural y medioambiental, como mejor herramienta para hacer frente al reto demográfico y conseguir la transición ecológica.