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de lo nuestro Historias heterodoxas

Ujo, un poco más romano

La historia y el contenido de las lápidas del Imperio encontradas en la localidad mierense, de las que se van a instalar tres réplicas

Hace una semana leíamos en este mismo diario que antes de fin de año Ujo va a poder contar con tres reproducciones de sus lápidas romanas para orgullo de sus vecinos y solaz de sus visitantes: Según parece, la Consejería de Cultura ha dado su visto bueno y prestará su apoyo económico tanto a este como a otros proyectos relacionados con nuestro patrimonio. De paso también está prevista la extracción de las pinturas murales del siglo XVIII que aparecieron en una casa del barrio del Lugarín hace dos años, aunque, dado su deterioro, esta parece una operación bastante más complicada.

Nos alegramos de que por fin se cumpla una antigua reivindicación de este pueblo, que va a aumentar su atractivo para que los peregrinos que recorren el Camino de Santiago por la vía asturiana hagan aquí una de sus paradas, aunque como pueden ustedes suponer aún queda mucho por hacer.

Y no hablamos de lo más difícil: la portada románica de la vieja iglesia de San Juan, que se encuentra en una finca privada cerca de Gijón; porque aquí la negociación exige otros caminos muy complicados. Nos referimos a otras intervenciones que sería conveniente anotar con carácter de urgencia para la próxima ocasión. Como el capitel que representa a Daniel entre los leones en la iglesia románica del mismo Ujo, que debido al deterioro sufrido en la última década ya necesita una restauración completa. Pero vaya nuestro sincero aplauso por lo ya conseguido.

Ciñéndonos a las lápidas, al leer la noticia del periódico me he dado cuenta de que no sobra recordar su historia, porque la última vez que escribí sobre ellas en esta página fue hace ya nueve años. Ahora al dar la noticia se anota que “están fechadas en la época del emperador Trajano y se encontraron en el pueblo durante unas reformas ferroviarias a mediados del siglo XX”, así que creo que es momento de volver sobre el tema para aclarar estos términos.

Conozco lo bastante a Julio Vivas, el redactor de esta crónica, para saber que siempre se documenta con rigor antes de publicar nada, por lo que deduzco que estos son los datos que aparecen en las fuentes más asequibles. Así que, con su permiso, hoy vuelvo a contarles cómo aparecieron y por qué son importantes estas inscripciones.

En realidad, las lápidas con valor arqueológico halladas en Ujo son cinco. De una solo sabemos que tenía la palabra ”Roma” y según Ciriaco María Vigil estuvo colocada en el hogar de la antigua casa rectoral de Ujo, pero ha desaparecido sin que ni siquiera exista un dibujo o conozcamos sus medidas.

La segunda no es romana sino alto medieval y se expone en una pared interior de la iglesia de Santa Eulalia. Se trata de la lauda que cubría el sepulcro de un niño y la inscripción traducida dice así: “Murió el siervo de Dios Velasco niño”. Luego sigue la fecha expresada en eras que se corresponde con nuestro año 921. Apareció en febrero de 1956 cuando se realizaron unas obras de mejora en el templo y salieron a la luz varios enterramientos de un cementerio que, como vemos por esta muestra, debió ser al menos dos siglos más antiguo que la construcción románica.

Nos quedan tres, que son las que están en el Museo Arqueológico de Oviedo y cuya reproducción vamos a poder contemplar cerca de donde se colocaron originalmente.

La primera se encontró cuando se trabajaba en las obras del ferrocarril en 1870 en un castañedo propiedad de don Pedro Armada Valdés, conde de Canalejas y de Revillagigedo y quinto marqués de San Esteban del Mar del Natahoyo, quien por su linaje disponía entre otras residencias del palacio de Figaredo y además se casó con Lorenza de Heredia, de la familia que entonces tenía el palacio de Villarejo. Cuando él falleció, su viuda la cedió al Museo Provincial y el 22 de septiembre de 1874 el erudito Eduardo Saavedra la dio a conocer en el periódico ovetense “El Eco de Asturias” en un artículo titulado “Recuerdos de un veterano”, escrito con pasión pero con bastantes errores, que desde entonces se han ido corrigiendo hasta dejarnos una traducción clara: es una pieza que mandaron tallar Lucio Corona Severo, soldado de la Legión VII Gémina en la centuria de los vettios y su mujer Octavia Procula agradeciendo un favor a un dios cuyo nombre no figura en el texto, pero que como ahora veremos tuvo que ser Nimmedo Aseddiago.

Las otras dos se encontraron el 23 de julio de 1919, al hacer otra excavación en un lugar no muy lejano al mismo castañedo, en la calle conocida como Carretera de la Estación. Una es otro voto de agradecimiento de un soldado llamado Gaio Sulpicio Africano, pero en este caso sí figura el nombre de ese dios: Nimmedo Aseddiago. Se trata de una divinidad local venerada en esta zona, que no tiene paralelismos en ninguna otra parte del Imperio.

El nombre Nimmedo puede relacionarse con la voz céltica Nemeto que significa lugar sagrado, o también con un vocablo latino que también se vincula con lo divino y puede rastrearse por ejemplo en el castro de Nemetobriga, en el pueblo orensano de Pobra de Trives. Por su parte Assediago deriva de “sed” (sentarse) y la terminación “agus”, con derivados extendidos por todo el Imperio. La unión de estos dos conceptos –lo sagrado y la calma– hace pensar que esta divinidad pudo estar asociada a algún culto de tipo funerario astur respetado por los romanos y que estas lápidas de Ujo estaban colocadas en un cementerio.

La última es con mucho la más interesante y su texto la coloca entre las más importantes de España porque presenta el “cursus honorum” completo de un militar indígena que llegó muy alto en el escalafón del Ejército romano. Se llamaba Gaio Sulpicio Ursulo y fue prefecto de los “Symmachiarii” Astures en la Guerra Dácica; centurión de la Legión I Minerva “Pia Fidelis”; centurión de la Cohorte XII urbana, centurión de la Cohorte IIII pretoriana; “primipilo” de la Legión XIIX y prefecto de campamento de la Legión III Augusta.

El dedicante de esta lápida fue su descendiente Gayo Sulpicio Africano, quien también había encargado la del dios Nimmedo Assediago, pero el hombre cometió el error de citar la legión XVIII, que había sido deshecha junto a la XVII y la XIX, por las huestes de Arminio en la batalla de la selva de Teutoburgo en el año 9 d. C.

Sabemos que el sentido del honor y la superstición romanas hicieron que sus numerales nunca volviesen a ser utilizados, por lo que Gaio Sulpicio Ursulo difícilmente pudo integrarse en ella si luchó en cualquiera de las guerras dácicas, ya que incluso la más antigua (la de Trajano) se produjo casi un siglo después.

El único especialista que defiende que esa legión pudo haberse reorganizado tras el desastre es Narciso Santos, pero el caso es que en un listado de época que relaciona las legiones existentes entre 120 y 170 d. C. sigue sin citarse a la XVIII. Lo más probable es que sea un error en el recuerdo de la numeración, dado el tiempo transcurrido desde el fallecimiento de Gaio Sulpicio Ursulo hasta que se ordenó grabar la lápida y no se trate de una falsificación intencionada para engordar su “curriculum”, porque entonces su descendiente hubiese elegido cualquier otra legión con menos complicaciones.

Cuestión a investigar

Con todo, lo más importante de esta lápida está en citar a los “symmachiarii” astures, una tropa reclutada en nuestra tierra a las que se permitía luchar con sus propias ropas de combate y cuyo grado de integración en el Ejército romano es un tema que sigue ocupando a los investigadores.

La entrada de estas dos lápidas en el Museo Provincial fue un pequeño culebrón cuyos detalles pueden seguirse por dos documentos de 1920 que se guardan en el archivo municipal de Mieres.

Uno es una carta dirigida el 21 de mayo por el Consistorio a Aurelio del Llano, que era en aquel momento delegado regio de Bellas Artes en la que se le explica que no se había contestado hasta ese momento a dos oficios que él había mandado a Mieres interesándose por la adquisición de las piezas porque equivocaba en la dirección el nombre del alcalde Manual Llaneza y llegaban a casa de un ciudadano llamado Manuel Fernández Llaneza.

Entonces el Consistorio nombró una comisión encargada de adquirir las piezas, presidida por el arquitecto municipal José Avelino Díaz, pero el 16 de septiembre las lápidas seguían depositadas en una casa y los mierenses no habían podido verlas porque el contratista de las obras del ferrocarril, quien las había hallado, pedía por ellas 260 pesetas. Finalmente ante estas dificultades el propio Aurelio del Llano reunió ese dinero y las adquirió para el Museo.

Ahora, un poco de nuestra historia vuelve a casa.

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