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de lo nuestro Historias Heterodoxas

Bernardo Aza abandona Mieres

Los restos de este culto empresario y diputado de la CEDA, fusilado en 1936, se trasladan a Oviedo por el deterioro de la capilla de Villarejo

El 18 de julio de 1936 España se estremeció con las alarmantes noticias que llegaban desde las plazas africanas. El diputado de la CEDA Bernardo Aza González-Escalada se encontraba en Madrid con su esposa y prima Guadalupe Figaredo Herrero; al ver el rumbo que tomaban los acontecimientos decidieron dejar su domicilio y pasar desapercibidos en casa de unos amigos, pero acabaron siendo localizados y el 21 de agosto don Bernardo fue fusilado por un grupo incontrolado en las tapias del cementerio de la Almudena. El mismo día cayó en otro punto de la capital Antonio Bermúdez Cañete, también diputado derechista por Oviedo y uno de los firmantes del manifiesto de “La Conquista del Estado” inspirado por Ramiro Ledesma.

Bernardo Aza fue uno de los personajes fundamentales de nuestra historia en la primera mitad del siglo XX. Nacido en Pola de Lena en 1887, sus apellidos, tanto paternos como maternos, evidencian un gran arraigo en esta tierra: su padre fue Andrés Aza Martínez de Vega y su madre Adela González-Escalada Montero. No se trataba de ricos hacendados, sino de trabajadores que pudieron hacer algo de dinero regentando una expendeduría de explosivos en Puente Los Fierros cuando el pueblo vivió su momento dorado mientras se trabajaba en la fenomenal obra de abrir la vía férrea hasta la Meseta. La familia, muy numerosa, abrió después un café en la capital del concejo lenense.

Sin embargo, la vinculación con el industrial Inocencio Fernández Martínez de Vega les ayudó a mejorar su situación cuando el rico empresario minero, patriarca del linaje que cambiaría muy pronto su primer apellido por el de Figaredo, llamó a su lado como administrador a su primo Andrés Aza, que también gracias a él llegaría ser alcalde de Mieres entre 1906 y 1909, año en el que falleció obligando a su hijo Bernardo, el varón primogénito, a hacerse cargo de los asuntos de la casa.

En aquel momento, el joven que ya había obtenido el título de capataz en la Escuela de Capataces de Mieres tuvo que posponer los estudios de Ingeniería para los que se había matriculado en la Escuela de Ingenieros Industriales de Bilbao y reemplazó a su padre en el mismo puesto que este había ocupado.

Bernardo llegó a ser apoderado general de su tío Inocencio, compaginando su labor con los estudios de Derecho en la Universidad de Oviedo, que concluyó en 1913. Poco después decidió aprovechar el buen momento que supuso para el carbón asturiano el cierre de las explotaciones europeas con motivo de la Gran Guerra y adquirió una explotación en Turón, iniciando así su propia carrera empresarial.

También ejerció la presidencia de la Asociación de Ayudantes Facultativos de Minas y desarrolló una gran actividad política, siempre dentro del conservadurismo católico, que le llevó a presidir la Agrupación Maurista de Oviedo y a presentarse por este partido, en las elecciones a Cortes de 1919 y 1920. A la vez, para apoyar su ideología lanzó en julio de 1923 el diario “Región”, que fue durante décadas el órgano de expresión más destacado de los conservadores asturianos.

En 1931 fundó Derecha Regional Asturiana, que pronto se uniría al partido de José María Gil Robles Acción Popular y defendió estas siglas formando parte de una lista que se retiró antes de las elecciones. Finalmente sí lograría su escaño entre 1933-1936 con la CEDA. Destacó registrando numerosas intervenciones relacionadas con los intereses económicos de Asturias y las condiciones de los mineros mientras criticaba la actuación de los gobiernos de izquierdas manifestando sus simpatías por el pensamiento de Calvo Sotelo, lo que le convirtió en objetivo de los más exaltados cuando se inició la guerra civil.

En 2016 José Mª García de Tuñón Aza, uno de sus descendientes, publicó su detallada biografía, ensalzando su memoria y calificándolo como un enamorado de su tierra y de la cultura, que promocionó algunas bibliotecas e incluso participó en la creación del Ateneo de Turón: un hombre culto, que no llegó a ejercer ninguna de sus tres carreras porque el mundo empresarial y la política ocuparon su vida.

Hasta hace pocos días los restos de Bernardo Aza descansaban bajo un hermoso sepulcro en la capilla dedicada a la Santísima Trinidad en Villarejo, donde habían sido traídos por su viuda; ahora, dado el estado de deterioro que sufre el pequeño templo y la amenaza de que su interior acabe siendo vandalizado, la familia los ha trasladado a Oviedo para depositarlos en el columbario de la basílica de San Juan El Real.

La capilla de Villarejo es un edificio de traza popular con una nave, planta de cruz latina, cabildo cubierto y cerrado por una buena portería de madera tallada, espadaña de un hueco y una sacristía de dos alturas tras el altar, que fue construido por los moradores del palacio de los Heredia en 1665 y ya tuvo que ser restaurada en 1694 a causa de la inestabilidad del terreno en el que está ubicada.

El templo también fue asaltado durante la Francesada y después abandonado. Se recuperó y en la última guerra civil sus imágenes ardieron teniendo que ser sustituidas por otras nuevas: en los altares laterales estaban las imágenes de San Roque, San Antonio y el Niño Jesús de Praga en uno, y en el otro San José, Santa Rita y una Virgen de Fátima sustituyendo a la del Carmen, que en el siglo XVIII ya tenía su propia cofradía. También podía verse un cuadro representando a las figuras de la Trinidad coronando a la Virgen y en el jardín exterior un monumento dedicado al maestro Benjamín Iglesias.

En septiembre de 1999 incluí la historia de esta capilla en la serie semanal “El patrimonio de las Cuencas”, que se publicó en este diario, advirtiendo de su mal estado de conservación. Recogí las quejas de don Antonio Muñiz, entonces párroco de Santullano y responsable del pequeño templo, quien avisaba de las fracturas que iban apareciendo en su estructura sin saber a quién recurrir y así lo di a conocer en mi artículo sin ningún resultado.

En junio de 2008 volvió a llamarme Pepín Flórez, ya también fallecido, para que insistiese sobre el asunto. La remodelación del cruce para facilitar el paso por el puente hacia Cuna, bajo la capilla, había agrandado peligrosamente las grietas. Visitamos el lugar viendo el lamentable estado del tejado y el abandono total del entorno, cubierto de maleza que impedía la entrada al templo e incluso ocultaba el monumento dedicado al maestro Benjamín Iglesias, cuyo busto había sido arrancado de su pedestal.

Comprendí entonces que no había nada que hacer porque a ninguna autoridad, ni eclesiástica ni política, le interesaba reparar este desaguisado y solo se estaba esperando a que el tiempo consumase el destrozo. Por eso le dedique una “historia heterodoxa” copiando las palabras que dan título a la novela de Paul Bowles: “Déjala que caiga”.

Siento decir que ahora ya ha caído. Ante la evidencia del desastre, en estos últimos años ya habían sido retirados el busto Benjamín Iglesias, que ahora se custodia en el Ayuntamiento de Mieres, y el cuadro de la Trinidad, que se bajó a la parroquia de la Santísima Trinidad de Santullano, que también fue levantada por encargo de la viuda de Bernardo Aza en 1956 según un proyecto de los hermanos Somolinos. Pero nada ha impedido que la placa del maestro fuese robada del monolito ni que el techo del templo se haya venido abajo.

Don Bernardo tuvo una calle en Mieres cuyos cambios de denominación representan los de nuestra propia historia: se llamó desde 1909 San Antonio y San Juan, lo que para mí ha sido siempre un pequeño misterio porque si bien lo de nuestro patrono está justificado, no encuentro ninguna vinculación entre San Antonio y Mieres. En 1931 el laicismo de la II República reemplazó a los santos por el político regeneracionista Joaquín Costa y tras el final de la guerra el franquismo prefirió al diputado derechista, más por su condición de mártir del nacional-catolicismo que por su faceta empresarial. Por último en 1982 la calle tomó el nombre de Escuela de Capataces y la familia Aza manifestó públicamente su disgusto por la retirada del nombre de su antepasado.

Bernardo Aza, sigue teniendo una calle a su nombre en Pola de Lena y en el ayuntamiento de Mieres aún figura su retrato, donado en 1972 por el pintor local José María Fernández Peláez; sin embargo la decisión de trasladar sus restos, que ante todo corresponde al ámbito privado de su familia, para los mierenses significa una pérdida patrimonial irreparable y supone el final de la histórica capilla de Villarejo sin que nadie haya movido un dedo por evitarlo. Ojalá me equivoque.

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