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Desde mi Mieres del Camino

La verdad sobre el refugio del Meicín

El relato de la puesta en marcha de las instalaciones ubicadas en el cordal de las Ubiñas

Felicidades -y no precisamente con ironía- por el reciente reportaje publicado en LA NUEVA ESPAÑA, sobre el actual uso y disfrute del refugio del Meicín, a los pies del cordal de las Ubiñas, con "la grande" en plan de reina y este extraordinario monumento montañoso que une las zonas de Asturias con León. Hacemos extensivo ese sentimiento al autor del artículo, a los actuales regidores de la instalación y por supuesto a la Federación de Montaña de Asturias (el refugio está en tierras lenenses y por lo tanto en las nuestras), que preside el amigo morciniego Juan Rionda.

Todo aparece bajo el prisma de los positivo, bonito y aleccionador, por los servicios que actualmente presta este carismático refugio, por el estupendo comportamiento de sus promotores y unas cuantas cualidades más que lo convierten en un ejemplo a seguir, dejando atrás, ya hace tiempo, otra época anterior en la que, sea dicho a tiempo, hubo luces y sombras, pero también una realidad encomiable, de la que no se hace la menor mención en su susodicho reportaje. Y esta es una situación -nos referimos al silencio sobre la primera etapa del refugio del Meicín- que puede herir sensibilidades, sobre todo teniendo en cuenta que existió una actitud solidaria, de esfuerzo, trabajo y decisión, que, bien podría significar el punto de partida de la existencia de lo que hoy se levanta en la bien llamada y mejor recordada "Vega del Meicín". Vayamos pues a unos hechos que, pensamos, no tiene respuesta contestataria.

En efecto, hoy hay una estupenda instalación al pie de Las Ubiñas. Pero también es una realidad tangible que tal hecho cuenta con unos antecedentes dignos de mención. La idea de ubicar un refugio de montaña en tan singular paisaje, partió del Centro Cultural y Deportivo Mierense y su impulsor principal fue precisamente su presidente y fundador Luis Fernández Cabeza, quién, recogiendo el sentir casi general de muchos de sus socios por la práctica del montañismo, concibió la idea bajo el prisma de un deseo colectivo que encontró todas las garantías.

Claro que para ello era necesario, como primer paso, disponer del suelo necesario para emprender tal empresa. Como se daba la circunstancia de que esta hermosa zona montañosa pertenecía a la demarcación del concejo de Lena, hubo que negociar y la verdad que se encontraron bastantes disposiciones, a fin de lograr la parcela necesaria donde levantar el refugio. Creo entender que fue en torno a los primeros años de la década de los sesenta cuando se llegó a un acuerdo, de clara disposición por parte del consistorio lenense, a fin de disponer de un amplio espacio de superficie en la vega del Meicín, donde ubicar la instalación. Y lo más importante del acuerdo entre ambas partes señalaba la distancia de cincuenta años, para uso y disfrute del Centro Cultural, debiendo pasar, una vez concluido este dato, de nuevo a manos del concejo limítrofe, con toda la dotación que existiese en ese momento.

A partir de ahora viene la parte de mayor envergadura, puesto que, como se sabe, a la vega -por cierto, vamos a señalarla con su verdadera denominación- de Xeite y Meicín, no era posible acceder por carretera y menos con máquinas rodantes. Entonces se impuso la fórmula de trasladar el material necesario a través del viejo e histórico sistema del acarreo con mulas. Y de esa forma se puso en marcha el dispositivo. Claro que exigía el detalle más esencial, empezando por un boceto arquitectónico que se ajustase a las condiciones climatológicas de la zona. No le faltaron a Fernández Cabeza los peones, mejor el personal técnico, ni tampoco los operarios que, de una forma totalmente altruista se pusieron, como se suele decir, manos a la obra.

Ideal sería poder nombrar aquí la identidad de todos aquellos valientes que hace más de cincuenta años, materializaron la odisea de crear el refugio del Meicín, para comodidad y disfrute de tantos y tantos montañeros, no solo asturianos, sino de varias provincias y más tarde autonomías españolas. Por otra parte la instalación fue base de operaciones ante la desgracia de accidentes propios de la montaña, en su mayoría mortales. Pero, en fin, ni el espacio ni la memoria del cronista, ni tampoco documentos fehacientes a mano, permiten dejar constancia de esos datos. Digamos que como inspirador principal estaba Luis Fernández Cabeza quién tuvo, como colaboradores esenciales e imprescindibles, al recientemente desaparecido Marino Fernández Canga, al también recordado Julio León Costales y alguno más que, lamentándolo, ahora no es posible recordar. Queda nombres que sin duda alguna jugaron un papel de primer orden.

Durante cerca de treinta y cinco a los cuarenta años el refugio funcionó con bastante regularidad, no exenta de ciertas dificultades que era indispensable solventar sobre la marcha, como fue, en ocasiones, los desperfectos ocasionados por los temporales de nieve y viento, como también la reposición de material y sobre todo la exigencia ineludible de que existiese un control responsable sobre el funcionamiento de la instalación, en base a la prestación de servicios, responsabilidad que unas veces asumía, de forma altruista, personal del Centro y en otras se contrataban personas afines con determinado costo.

El caso es que, a rasgos generales, el tiempo fue discurriendo con un hecho tangible. En las estribaciones del macizo de las Ubiñas existía un refugio a la atención de tantos deportistas que escogían esta zona para la práctica de su afición. Y no se trataba, por supuesto, de lo que hoy figura en la vega del Meicín, porque, ni los medios del Centro Cultural podían competir con los de ahora institucionales, ni tampoco la demanda era de unas exigencias tan aplastantes como los actuales.

De todas formas los socios de la entidad mierense tenían sus ventajas tanto económicas como de servicio y el resto de los usuarios se encontraba con un lugar de cobijo y resguardo donde podían realizar las tareas más elementales de supervivencia. Y así, bajo esa tónica de acción conjuntada, habiendo dejado Fernández Cabeza la presidencia del Centro y asumiendo esta responsabilidad otros mierenses, se llegó a los años noventa del siglo pasado con una situación difícil, rozando el concepto de calamitosa. Precisamente creo entender que, entre otros, los dos últimos socios que cargaron con la responsabilidad del refugio, fueron el recordado Pepe de La Villa y la incansable Sabina. Pero, la realidad de un deterioro casi total de la estructura exigía un fuerte desembolso para poner al día de nuevo la viabilidad del refugio. Además resultaba difícil encontrar ya guardianes, aunque fuesen contratados, para estar al pie del cañón y prestar el servicio necesario.

La situación comenzó a cambiar cuando, por una parte sonaron campanas institucionales a través de la Federación Asturiana de Montañismo, dispuesta a recibir la instalación y por otra en el seno del Centro Cultural y Deportivo Mierense, apareció el convencimiento de que la mejor salida era la oportuna cesión de las instalaciones, bajo el condicionantes de ciertas ventajas para los socios del Centro y el convencimiento de que se lograría un nuevo refugio con todas las de la ley. Y en asamblea extraordinaria se tomó el acuerdo de la cesión. Años más tarde, la gestión pasó a manos del Ayuntamiento de Lena. Hoy esa realidad aparece como palpable y así quedó plasmado en el reciente reportaje de LA NUEVA ESPAÑA. Faltaba la primera parte de todo el proceso que, creo, queda ahora un poco más aclarada.

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