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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Los valores del fútbol

El juego limpio, como el practicado por el benjamín del Veriña contra el Alcava, tiene que promoverse

En unas páginas memorables sobre la ética del fútbol, Albert Camus confesaba que este deporte le había enseñado los valores del esfuerzo compartido, el sentimiento de pertenencia y la noción de solidaridad. Y que sus más arraigadas convicciones sobre la moral y los deberes ciudadanos también se las debía al fútbol: gracias al cual había aprendido a ganar sin sentirse Dios.

Guardando las distancias, estas palabras de Camus me recuerdan de alguna forma el comportamiento del equipo gijonés de benjamines, el Veriña E, que el pasado fin de semana se enfrentaba al Alcava de Pola de Laviana.

En un amplio reportaje publicado en este diario se destacaba la decisión del entrenador del Veriña, Pablo Gayo, que había ordenado que su equipo fallara el lanzamiento de un penalti, porque consideraba que había sido injustamente señalado. Gayo declaró luego que estaba bien que los niños de estas categorías (de ocho y nueve años) aprendieran sobre fútbol, pero sobre todo de valores, ya que "eso es algo que les va a servir para toda la vida".

La firmeza del entrenador del Veriña es una encomiable excepción en el azaroso e interesado mundo del fútbol. Y es una rara actitud ética. Incluso en la categoría de benjamines. Y no digamos ya en el fútbol más profesionalizado, en el que no sólo se mueven millones de pasiones, sino también fabulosos negocios. Donde un gol puede valer un Potosí en cualquier competición prestigiosa. Ganar en esas ocasiones es siempre un objetivo obligado. Por cualquier medio, sea lícito o ilícito. Así lo proclamó Luis Aragonés: "Hay que ganar por lo civil o por lo criminal".

La singular determinación del entrenador Pablo Gayo tiene algún lejano antecedente en esta comarca. Uno de los más conocidos estuvo protagonizado por José Nieto, abogado, empresario y uno de los pioneros del fútbol en el valle del Nalón. Poco después de haber finalizado la Primera Guerra Mundial, hace ya un siglo, jugando el Rácing de Sama contra un equipo avilesino, el árbitro señala un penalti a favor de los samenses. Para Nieto era un penalti injusto. El mismo se encargó de tirarlo fuera deliberadamente.

Mucho tiempo después, cuando Nieto ya había cumplido los noventa años, le pregunté sobre aquel lance que había leído en la prensa. Me respondió que entonces aún había caballeros en el fútbol: no valía ganar de cualquier forma.

Hay otras excepciones más cercanas que también se nos antojan casi utópicas si observamos el grado de profesionalidad y pragmatismo que ha alcanzado el fútbol en nuestros días. Veamos dos ejemplos.

En los años cincuenta del siglo pasado, el Málaga Club de Fútbol le concedía la insignia de oro y brillantes y un gran homenaje a Telmo Zarra, el excelente delantero centro del Athletic Club de Bilbao y de la selección española, y que está considerado como el nueve por excelencia. Zarra fue galardonado porque renunció a meter un gol al darse cuenta de que el portero malaguista había quedado en el suelo lesionado.

El dos de noviembre de 1969 se enfrentaban el Real Madrid y el Sabadell en el Santiago Bernabéu. En un momento del partido se lesionaron un defensa y el portero (que era el langreano Junquera) del equipo madrileño. Aunque se encontraba en una clara situación de gol, Zaballa, delantero del Sabadell, lanzó también el balón fuera del campo y reclamó ayuda médica para los jugadores madridistas lesionados. Como reconocimiento a su deportividad, fue galardonado por la Unesco con la medalla al Juego Limpio.

Dice Jorge Valdano que el fútbol es un deporte "insoportablemente humano". Incluso hay personajes del fútbol a los que se les diviniza por haberse comportado fraudulentamente: es el caso de Maradona.

En conclusión, los futbolistas y los entrenadores que, como los citados, se han comportado de acuerdo a unos rigurosos valores éticos son una inmensa minoría: constituyen una ejemplar excepción.

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