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Muchísimo, Chema

Con José Manuel Blanco se va una institución de El Entrego y San Martín del Rey Aurelio, tan verdadera como entrañable

Para los entreguinos, y en general para los vecinos de San Martín del Rey Aurelio, la noticia del fallecimiento de José Manuel Blanco Braña añade un dolor especial a estos tiempos de zozobra. Y es que Chema, como le conocían sus amigos, era una verdadera institución local. Y entrañable y querida como ninguna, tras haber sabido ganarse esa consideración a fuerza de entregarse a los demás.

En su juventud había decidido, entre otras opciones que tenía a su alcance, que su pueblo sería su universo vital y acabó asumiendo esa idea como una verdadera misión, aunque nunca olvidase otras relaciones, como, por poner un ejemplo, a sus compañeros del Colegio Auseva, de Oviedo, con los que siguió manteniendo contacto y amistad. Eligió como medio de vida dar continuidad a la actividad comercial que habían puesto en marcha sus padres y complementó esa labor profesional con un activismo en favor de su pueblo marcado por el entusiasmo y la generosidad. Se entregó a El Entrego. También a su concejo. Y lo hizo no solo desde la voluntad de cooperar sino también aportando a menudo algo tan escaso ahora en esta tierra como la creatividad. Fue miembro de la comisión de festejos de La Laguna y directivo del coro San Andrés. Pero además inventó, junto con Mariano Fernández Lobo, la fiesta de Les Cebolles Rellenes, y tuvo un papel importante en la creación del Museo de la Minería y en conseguir que se radicara en El Entrego. Fue juez de paz, un cargo que le venía, desde la denominación al cometido, como anillo al dedo. Tuvo participación importante en el Certamen de la Huerta. Y demostró desde el cargo electo de concejal que podía ser un excelente gestor público, siempre receptivo a las demandas de los ciudadanos.

Si todas esas actividades estaban movidas por el amor a su pueblo, su mayor pasión fue seguramente el conocimiento de su historia, a la que dedicó mucho tiempo, así como la eficacia que se derivaba de algunas de sus mejores cualidades, entre ellas la laboriosidad y la perspicacia para investigar y el orden y la pulcritud para ordenar los datos, tratarlos y conservarlos. Creó en su casa un archivo, del que lo mejor que podría decirse sería que, además de ir creciendo en cantidad y calidad hasta alcanzar una dimensión notable, siempre estuvo abierto a los demás. Al contrario que tantos investigadores locales que guardan sus hallazgos con una reserva que en algunos casos bordea la avaricia, José Manuel Blanco se mostró siempre dispuesto a compartirlos con quien se lo pidiera.

Y es que, para él, prevalecía el interés de su pueblo. Como tal pueblo, El Entrego es joven. O, mejor, ejerce de joven. No ha desarrollado todavía una conciencia histórica, como se refleja, por ejemplo, en la indiferencia que ha mostrado para defender algunas de sus señas de identidad; así, algunos edificios notables que nunca debieron desaparecer. Pero Chema sabía que ese pueblo tenía una larga existencia, alimentada por raíces muy antiguas, aunque nadie pudiera dejar de reconocer que debía su eclosión en todos los órdenes a un fenómeno históricamente reciente como la minería del carbón. Cuando, con toda justicia, le nombraron en 2014 hijo predilecto de San Martín del Rey Aurelio, algunos pensamos que sería para él un buen regalo la foto del Hacha de La Oscura, una talla del Neolítico, de entre 3.000 y 5.000 años de antigüedad, de la que se sabía que formaba parte de los fondos del Museo Arqueológico Nacional, pero que nadie de nuestra época había visto nunca. Gracias a la impagable colaboración de José Adolfo Rodríguez Asensio y Marco de la Rasilla pudimos conseguir unas fotos de ese utensilio prehistórico y para Chema fue una alegre sorpresa recibirlas durante el acto de entrega de su título de hijo predilecto de San Martín del Rey Aurelio y una satisfacción muy especial que quien subiera al escenario del Teatro de El Entrego para entregársela fuera su nieta Marta.

Y es que, más aún que de su pueblo, Chema era de su familia. Si eso resultaba notorio para quienes le conocían de cerca, lo demostró públicamente en aquel acto, cuando, al dirigirse a su esposa, Maribel, se emocionó hasta las lágrimas. Con ella formó durante más de medio siglo una pareja admirable, como admirable ha sido la relación con toda su familia, en especial con sus hijas, Cristina e Isabel, que, además de dos nietos que alegraron su vida, le darían la satisfacción especial de que su éxito profesional tuviera como marco El Entrego, así como con su hermana Conchi y los suyos, con quienes tanto compartió.

Para José Manuel Blanco su familia estuvo en primera línea de recibir el afecto por parte de alguien que, como él, lo prodigaba sin regateos. “Quiérolu muchísimo”, era el comienzo habitual de su respuesta cuando se le preguntaba por algún vecino, en especial si se trataba de personas mayores. Hoy a quienes le conocimos nos gustaría, en medio del dolor de la despedida, poder corresponder a ese cariño superlativo. Qué menos que decirle: “Te quisimos muchísimo, Chema, tanto como te seguiremos queriendo”.

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