El extraño cierre selectivo del comercio asturiano está llevando al límite a miles de autónomos que no comprenden por qué es más contagioso vender camisas, zapatos y bolsos que flores, tornillos y libros, por ejemplo.
En cuanto al cerrojazo de la hostelería –y no soy ningún experto–, se trata de una medida prácticamente universal que parece responder más al comportamiento imprudente de la clientela que a la omisión de cuidado por parte de los profesionales. En cuanto suben los contagios la primera orden de cierre se dirige a bares y restaurantes. En definitiva, y a costa de destruir buena parte del sector servicios, se trata, a mi entender, de reducir al máximo los alicientes para que la población salga a la calle. Que beban en casa y compren por internet. Pero que se estén quietos.
El número de desesperados crece. El tiempo pasa, la situación no mejora y las reservas se agotan. Un reguero de pólvora que se extiende por nuestras poblaciones y al que sólo falta una chispa para estallar.