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El Montepío no tiene quien le escriba

Entre los numerosos documentos que se pueden encontrar en nuestros archivos he reservado  uno  de  gran  contenido  emocional:  se  trata  de  una  nómina,  el  famoso libramiento minero de antaño, fechado en noviembre de 1918 y perteneciente a un trabajador  de  la  antigua  mina  Desquite,  en  el  municipio  de  Aller.  Los  conceptos retribuidos plasman 21 jornales a 7 pesetas diarias, que sumadas a otros incentivos totalizan 248,80 Pts. Entre los descuentos aparece ya el 3% para el Montepío. Aquellos mineros de entonces ya dedicaban un jornal al Montepío. Esta es una foto fija durante décadas en Asturias que sin duda refleja el origen de nuestras raíces solidarias.

Y es que formamos parte de un colectivo que ha sido ejemplo de resistencia frente a la injusticia y la represión, en la lucha por la democracia, la igualdad y la dignidad del ser humano. Pioneros en la integración, como pueblo de acogida de familias trabajadoras de otras regiones de España, como andaluces, extremeños, castellanos, gallegos… que juntos tratábamos huir de la miseria de aquella España silenciada.

Hombres y mujeres que pasaron de ser los “coreanos” de las nuevas barriadas a nuestros amigos; y cuyos hijos e hijas se entremezclaron con los nuestros en armónica fusión sanguínea.  Más  tarde  llegaron  los  portugueses,  cuyos  apellidos Ferreira,  Martins, Teixeira… Se hicieron comunes entre nosotros.

El Montepío es desde hace más de cuatro décadas una entidad autogestionada por los sindicatos mineros que, con gobiernos de distinto color político, afrontaron el duro proceso de reestructuración de la minería del carbón. A cambio llegaron los fondos mineros, cuya responsabilidad en la gestión le correspondió a los últimos gobiernos y cuyos frutos tiene muchas más luces que sombras. Los fondos mineros dotaron a Asturias de recursos económicos que regaron de forma directa a los municipios carboneros para adelantar inversiones ordinarias muy necesarias. Y eso también permitió que los presupuestos del gobierno central y en particular el del Principado de Asturias, pudiesen aplicarse con más énfasis en otros municipios asturianos, lo que constituyó  otro  ejemplo  de  solidaridad  y  generosidad,  al  asumir  una  limitada complementariedad de estos fondos adicionales y extraordinarios, que terminaron beneficiando al conjunto de nuestra Comunidad.

Pero aún teníamos que enfrentar un reto más: la obligada necesidad de combatir la corrupción en nuestras propias filas, contra dirigentes que han saqueado nuestras organizaciones  y  que  tanto  daño  moral  y  desánimo  nos  han  causado.  Las responsabilidades colectivas que se nos puedan atribuir por las deplorables actuaciones de anteriores dirigentes, bien por falta de control o bien por asumir y conceder liderazgos excesivos, están suficientemente interiorizados y penados.

No en vano, hemos ejercido de acusación particular en la instrucción de los sumarios que han derivado en imputaciones y, en algún caso, con condenas ejemplarizantes. Por eso, desde esta atalaya de credibilidad y reconocimiento, no vamos a permitir que se identifiquen a nuestras entidades como instrumentos de corrupción cuando esas condenables acciones que sufrimos y ante las que nos revelamos tienen ya nombres propios.

Tenemos  una  gran  capacidad  de  adaptación  y  de  fuerza  transformadora.  Nuestra historia nos demuestra que las crisis de todo tipo, como estas de distinto tiempo que he relatado, pueden ser oportunidades para cambiar las cosas, para modificar rutinas siempre en aras de construir un mundo mejor.

En ese diseño de futuro estamos volcados ahora, llevando adelante planes estratégicos para nuestras actividades, encuadrando a las empresas de nuestra entidad en el ámbito de la Economía Social y Circular, desplegando iniciativas sostenibles, respetuosas con el medio ambiente, compatibles con una gestión más ética.

Aprendimos a ayudarnos y protegernos colectivamente, sin distinción de credos, edad ni origen, tan solo por el hecho de pertenecer a la familia minera. Este concepto (compromiso) lo estamos perpetuando al incorporar en estos últimos años un Hogar residencial donde nuestros mayores sigan viviendo acompañados en un entorno cálido y humanizado.

Además, estamos extendiendo nuevas iniciativas sociales y culturales a través de nuestra Fundación Obra Social para dar respuesta a las nuevas necesidades de nuestras

9.500 familias mutualistas, aunque también desde una perspectiva abierta, traspasando a su vez fronteras y acordando convenios de colaboración con todo tipo de organizaciones del tercer sector.

Un esfuerzo que representa esos valores estratégicos históricos, que entendemos no pueden tener ahora un final agónico. Pero debo manifestar que pese a estos últimos años de compromiso e ilusión entorno al Montepío del siglo XXI, hoy nos sentimos como aquel viejo coronel que tan magníficamente nos relató Gabriel García Márquez en aquella narración plagada de esperanza y resignación. Una historia de insolidaridad y abandono; o tal vez de desdén y olvido.

A nadie le debe sorprender que en este momento tan dramático por el que atravesamos y ante el desolador impacto de la pandemia sobre nuestras actividades nos estemos preguntando qué fue de aquellos a los que tanto ayudamos y protegimos. Y qué fue de aquellos quienes tanto nos aclamaban en las trincheras donde reclamábamos soluciones para un Asturias necesitada de proyectos y esperanza.

La respuesta que esperamos no puede ser un clamoroso silencio ni una pesada losa de inacción, que nos lleve a reconocer con inmensa pesadumbre que el Montepío ya no tiene quien le escriba.

Haremos acopio de nuestra ancestral resistencia para enfrentar la ausencia de flujos vitales; y sumidos en la oscuridad encenderemos una vez más lámparas y candiles… recordaremos nuestro pasado de lucha para volver a resurgir como nuevos cíclopes de las entrañas de la Tierra para demostrar con las armas de la palabra y la razón que no estamos dispuestos a formar parte de la historia olvidada. 

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