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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Dignificar el trabajo

La pandemia nos ha permitido descubrir lo mal pagadas que están algunas tareas importantes

El socialista utópico Charles Fourier ya consideraba en el siglo XIX que los trabajos penosos tendrían que recibir una remuneración mayor que los más agradables y menos útiles.

Dos siglos después, la pandemia ha permitido descubrir lo mal pagados que están muchos trabajos importantes. También ha conseguido que las desigualdades sociales se hayan hecho más evidentes. Y hasta un minoritario grupo de multimillonarios del mundo ha solicitado pagar más impuestos, entre otras cosas, para sufragar la enorme deuda contraída con las personas que “trabajan en la primera línea de la batalla global contra la pandemia”. Trabajadores llamados esenciales por su valiosa contribución social. Tan valiosa como poco reconocida.

Históricamente, las catástrofes naturales o económicas han revelado la extrema fragilidad de las clases populares cuyo nivel de vida se devalúa irremediablemente.

Por cierto, en los últimos años, una de las formas de afrontar la pobreza es disolviéndola en múltiples fracciones. Así se habla de pobreza infantil, pobreza energética, pobreza latente y emergente, brecha digital, colectivos vulnerables. Como si la pobreza no fuera un problema integral.

Por otra parte, en los tiempos que corren tener un puesto de trabajo no asegura una vida digna. En este sentido, el pasado mes de diciembre, un grupo de investigadores asturianos reclamaban subidas salariales precisamente “para tener una vida digna”. Y en uno de los eslóganes de la protesta se decía. “Sin ingresos, no hay derechos”: la mayoría no llega a los mil euros mensuales. Una reivindicación que puede hacerse extensiva a otras muchas profesiones y oficios.

Y el pleno del Parlamento Europeo acaba de apoyar el salario mínimo europeo y pide medidas para acabar con los trabajadores pobres, ya que “el principio de que el trabajo es el mejor remedio contra la pobreza no se puede aplicar a sectores con bajos sueldos y a aquellos que trabajan en condiciones precarias y atípicas”. No deja de ser llamativo que en la Unión Europea, una de las regiones más ricas del mundo, haya 95 millones de personas en grave riesgo de pobreza.

Por otra parte, el filósofo y profesor estadounidense Michael J. Sandel sostiene que el debate sobre la dignidad del trabajo requiere que nos preguntemos si los salarios del mercado son la verdadera medida del valor social de las distintas profesiones, pues la era de la meritocracia (no del mérito) ha erosionado con frecuencia la dignidad del trabajo en favor del éxito y el valor del dinero.

Sandel pone el ejemplo de la serie televisiva norteamericana “Breaking Bad” en la que uno de los protagonistas, un profesor de química de un instituto, se convirtió en un magnate de las metanfetaminas. Con el lucrativo comercio de la droga se hizo millonario en poco tiempo. Su nueva situación socioeconómica nada tiene que ver con el estatus de un modesto profesor. Ni tampoco es comparable su contribución cultural como enseñante con el corrosivo negocio de la droga.

Asimismo, la meritocracia (en su acepción peyorativa), se contrapone también muchas veces a la propia idea de igualdad. Pues el que cada cual llegue lo más lejos que le permita su talento suele ser una aspiración azarosa, utópica. Porque no todo el mundo, por diversas circunstancias, tiene las mismas oportunidades de alcanzar los objetivos que se propone.

En resumen, hace siete siglos, Juan Ruiz, el arcipreste de Hita, proclamó que “quién no tiene dinero no es de sí señor”. Es decir: tener o no tener, ese era el gran dilema para el culto clérigo medieval.

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