¡Cuánto echo en falta esta fiesta! Como un niño más permanecería con la nariz pegada al cristal de la Confitería Betty, observando sus tartas con muñequitos y casitas al estilo del cuento de Blancanieves y sus siete enanitos, o de Caperucita Roja sin faltarles el lobo, la abuelita y el leñador. Todo ello rodeado de sabrosa nata, mantequilla, bizcocho bañado de chocolate marrón o blanco. ¿Cómo les he dejado el paladar? Bueno, a mí me cae la baba con tanto dulce en el escaparate.
Pero hay algo más en estos días y son los Huevos Pintos que, originales de Pola de Siero, fueron autorizados en Sama, vendidos en papel de seda o celofán, o mejor en una cestita de mimbre. Durante muchos años se mantuvieron en mi casa dos Huevos Pintos: uno de pato, lógicamente de mayor tamaño, y otro de gallina, hasta que maldito día se rompieron y en su interior había podredumbre y fétido olor. Hoy conservo un huevo que me regalaron, en su cesta con hierba en su base y alrededor, que cuidamos con mucho cariño.
Pasan los años y echo de menos aquella festividad, en la que mis padrinos me regalaban una gran y hermosa tarta, después que yo les llevase la palma el día de Ramos. De la misma forma que también conservo el grato recuerdo de mi ahijado, a la par que sobrino, donde a ambos nos queda el hablar por teléfono a menudo.
A 400 y pico kilómetros de distancia cierro mi comentario, pero con la ilusión de ver pegada mi nariz en el escaparate de Betty en la calle Dorado de Sama de Langreo.