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José Antonio Vega

Las mujeres y el encierro de la Catedral de Oviedo

Ayudaron a cambiar la historia minera, pero la historia acabó olvidándolas a ellas

El encerrarse en iglesias y catedrales fue un mecanismo de enfrentamiento al franquismo y que rápidamente se extendió por todo el país. Quizás el primer encierro fue el protagonizado por una docena de mujeres en la catedral de Santa Ana en Las Palmas de Gran Canaria el 15 de septiembre de 1968. Los sucesos que dieron pie a ese encierro comenzarían cuando se detuvo a toda la cúpula de la central sindical y del PCE. La detención de los dirigentes del partido comunista, generó una gran conmoción en las islas y por ello, las mujeres recurrieron a la iglesia para manifestarse al mismo tiempo que protegerse.

El encierro se iniciaría con un fuerte roce con uno de los responsables del templo. Para su sorpresa, aparecería el obispo Infantes Florido, que les prometió protección y les ofreció colchones y comida, oferta esta última que rechazaron por desconfianza. Pasados tres días, con sus largas noches de encierro, estas mujeres buscaron la mediación del Obispo, quién acudió a negociar con los agentes de Policía que rodeaban la catedral. Para cerciorarse de que no detenían a las mujeres, las acompañó una a una hasta las taxis de una parada cercana.

Casi cuatro meses después del pionero encierro en la catedral canaria, en Asturias se produciría un hecho similar. El 8 de enero de 1969, catorce mujeres procedentes de las cuencas mineras y de la cercana localidad de Gijón, se encerraron en la catedral de Oviedo a las diez de la mañana. Estas mujeres llegarían preparadas con bocadillos y con el firme propósito de permanecer en el interior del templo. Por otra parte, la policía procedió a detener a otras ocho mujeres que se encaminaban a la catedral con la intención de unirse al resto del grupo.

Aún con esto, las puertas de la catedral permanecieron abiertas durante esa mañana y serían cerradas en su horario habitual. Antes de que se procediera a cerrar la catedral a la una del mediodía, habían abandonado el templo cuatro mujeres de las que habían entrado con intención de permanecer en el interior del templo, permaneciendo dentro las 14 mujeres.

Por lo que se ha venido recogiendo documentalmente, una de ellas venía con su hijo que por aquel entonces tenía unos doce años, permaneciendo en el interior de la catedral como uno más. Poco después de clausurarse el templo, dos sacerdotes, uno de ellos el vicario de la diócesis, charlarían con las encerradas para intentar persuadirlas de que abandonasen su actitud, sin conseguir su propósito.

Una de las mujeres que se encerró en la catedral portaría un escrito con 19 firmas de mujeres en el que se hacía referencia a determinados presos políticos y en el que se pedía una amnistía general. En el escrito, no se hacía referencia alguna a los despedidos por Hunosa u otras empresas de aquellos días, lo que a priori parecía ser la principal razón de ese encierro. Varias de las mujeres que permanecen en la catedral no tenían vinculación alguna con estos despedidos, ya que sus maridos trabajaban en varias empresas de Gijón, entre ellas Uninsa, y otros se dedicaban a trabajar por cuenta propia.

Ya a la tarde, el Vicario de la Diócesis volvió a entrevistarse con ellas para intentar convencerlas de que abandonaran el templo. La respuesta fue negativa y lo único que hicieron fue repetir las peticiones a las que se refería el escrito que una de las mujeres portaba cuando penetraron en la catedral. A su vez, el vicario de la Diócesis, brindó a las mujeres inmunidad para impedir la entrada en el templo de la policía armada Dos días después de haberse iniciado el encierro a las seis menos cuarto de la tarde, abandonaron la catedral. El abandono del templo se produjo de manera espontánea y sin que mediara ninguna intervención por parte de nadie. En cuanto a la proyección social en los medios de comunicación sobre este problema político, apenas se publicaría algo. Aunque a cierta distancia se encontraban varios agentes de la policía armada, las mujeres no fueron ni molestadas ni detenidas, y según se afirma, las 14 mujeres pudieron trasladarse tranquilamente a sus domicilios.

Una concentración de trabajadores ante la Catedral de Oviedo. | LNE

Días después, la ciudad de Oviedo volvería a ser noticia relacionada con el mundo laboral, pues esta vez serian las esposas de varios trabajadores las que volverían a encerrarse en la catedral. Esto comenzaría hacia las siete de la mañana, momento en el que veinte mujeres voluntariamente se recluyeron como protesta por la situación de sus maridos, la mayoría detenidos a consecuencia de su participación en actos laborales y políticos no autorizados. En el nuevo grupo volverían a figurar algunas de las mujeres que ya habían estado encerradas unos días antes, impulsadas por su deseo de pedir al arzobispo Vicente Enrique y Tarancón, que intercediese para solucionar la situación en que se encontraban sus maridos.

Esta vez irían mejor preparadas para la reclusión, llevando más comida y suministro diario de alimentos. Al día siguiente, por la mañana, las recluidas se trasladaron a la nave central en el momento en que se iniciaban los cultos del día que se celebraron con toda normalidad, y esta vez con mayor número de fieles. Incluso algunos de los asistentes a los oficios religiosos introdujo bolsas con alimentos para las encerradas.

Sería el vicario de la Diócesis quien a la una del mediodía, en el momento de cerrar la catedral, hablaría con ellas para que depusiesen su actitud, comentándoles que las jerarquías eclesiásticas y, de modo particular el arzobispo, habían hecho cuanto estaba a su alcance y con la mejor disposición de atender, en lo posible, las peticiones conocidas. Ese mismo día abandonarían el encierro dos de ellas, por sentirse indispuestas. El tercer día de encierro serían abiertas las puertas con toda normalidad y cerradas como se hacía normalmente, a la una de la tarde.

Durante toda la mañana de ese miércoles, ciertas personas entraron en el recinto llevando comida para este grupo de mujeres que en principio estaba compuesto por 18 integrantes. Pese a ser el tercer día de encierro, el arzobispo de Oviedo, monseñor Tarancón, seguiría sin pronunciarse públicamente sobre este suceso, el cual recordemos que era el segundo que se producía en Oviedo en lo que iba de mes.

A los cuatro días de haberse encerrado, el grupo de encerradas continuaría en la misma actitud sin que pareciese que esta situación fuese a solucionarse. El arzobispo, erre que erre, seguía sin pronunciarse sobre este encierro voluntario. Aquel día, al igual que en los tres anteriores días, el templo estuvo abierto al público por la mañana y hasta la una del mediodía. También, al igual que en anteriores jornadas, estás luchadoras recibirían comida. Por la tarde, las puertas de la catedral permanecen cerradas. Aquellas mujeres durante esos días mantuvieron una actitud tranquila evitando cualquier incidente en el interior. Ese día, el arzobispo de Oviedo, Vicente Enrique y Tarancón hablaría con ellas e intercedería por sus esposos presos con el director de la cárcel de Oviedo.

El sábado 18, a las 8 de la mañana, las mujeres abandonarían la Catedral y el encierro, realizando la salida por la puerta que da acceso a la Corrala del Obispo, donde tomaron unos taxis en los que se trasladaron a sus respectivas localidades, pues algunas eran de Gijón y otras de Langreo y Mieres. El abandono del templo parece ser que se produjo de manera espontánea y sin que mediara ninguna intervención por parte de nadie, pudiendo trasladarse tranquilamente a sus domicilios.

Durante esos días, también habría un encierro de mujeres en la iglesia del barrio de La Fuensanta de Valencia siguiendo el ejemplo de Oviedo, donde se hallaban encerradas en actitud de protesta. En Valencia, estas mujeres eran esposas y familiares de seis detenidos que aquellos momentos se hallaban a disposición de la autoridad.

Pocos días después del encierro, concretamente el 25 de enero de ese año y durante tres meses, se declaró por vez primera el estado de excepción en toda España, que supuso una “vuelta de tuerca” en los momentos postreros del régimen franquista. Los estados de excepción se dieron, sobre todo, para reprimir las manifestaciones, y especialmente con las protestas estudiantiles, ya que las medidas ordinarias no debían ser suficientes para “aplacar” a unos estudiantes universitarios tan faltos de libertad y democracia.

El arzobispo Tarancón, prepararía una homilía que sería leída en las misas del domingo en las iglesias de las cuencas mineras del Caudal y Nalón. En dicha homilía el prelado haría un llamamiento a la concordia y a la comprensión de los sectores laborales, entre otras exhortaciones encaminadas a que reinase la concordia entre empresarios y trabajadores. En esta homilía del Arzobispo de Oviedo, se hace referencia a los paros mineros y a la situación de las cuencas. La homilía decía así: “Los paros repetidos en las minas, los despidos, las detenciones y la crisis que se cierne sobre la producción hullera, han creado una situación conflictiva y angustiosa ante la que nadie puede cerrar los ojos y que ha de preocupar especialmente, sobre todo en su vertiente humana y en sus consecuencias familiares y religiosas, a los que por nuestro carácter sacerdotal tenemos la misión de salvar a nuestros hermanos los hombres. Nosotros no somos economistas ni políticos. No es nuestra misión considerar esos aspectos del problema, que habrán de resolver los técnicos y las autoridades. Nosotros somos ministros de salvación y defensores de los derechos del hombre, que ha sido redimido con la sangre de Cristo. Nosotros no podemos fomentar la discordia. Somos mensajeros de paz. Pero de la verdadera paz que se funda en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor, la que se encuentra hoy intrínsecamente vinculada al reconocimiento ideal y a la instauración efectiva de los derechos del nombre, como ha dicho Pablo VI en el mensaje de este año”.

Esta homilía junto con otras anteriores hizo que el Régimen se la jurara de verdad. Nada más cumplir 75 años Tarancón seria jubilado con una celeridad que a él mismo le sorprendió. De su gran obra –como fue, la aceptación de la democracia por la Iglesia católica y la decisión de no apoyar a partido alguno– apenas queda nada.

Aquellas mujeres fueron pioneras en la lucha sindical, y pese a esto, en la actualidad nadie se detiene en la biografía de aquellas que todavía hoy siguen siendo las primeras.

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