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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Cuando ganan las cañas

El desarrollo de las elecciones autonómicas madrileñas y la victoria de Isabel Díaz Ayuso

Ya sabemos que siempre tuviste predilección por la cerveza, que lo mismo te daba si el color era más rubio o más tostado y, sobre todo, cuando te la sirven en esas jarras de medio litro o de litro entero (nunca tuviste problemas con las medidas de capacidad) que se aderezan con una buena dosis de espuma. Que lo tuyo es inclinarte en la barra de un bar o sentarte en una buena terraza cuando el sol acompaña y pedir de inmediato que te sirvan una birra fría, todo lo fría que sea posible, y repantigarte después en la silla mientras notas que el corazón te palpita dulcemente al pensar que dentro de unas horas echarán en la televisión el partido de tu equipo favorito que, como es lógico, viste de blanco inmaculado.

Isabel Díaz Ayuso, en el momento de depositar su voto. | Efe

Ya sabemos que piensas que la emoción es lo más importante de la vida, y por eso se te pone un nudo en la garganta y una lágrima azul te acaricia el pecho cuando escuchas a la señora Ayuso gestionar la pandemia como un éxito suyo. Nada que ver, naturalmente, con los destrozos causados por un gobierno socialista comunista bolivariano y tantas otras piedras que ya no caben en la mochila. Y eso a pesar de que, según datos de la Comunidad de Madrid, un 80% de los ancianos que murieron en las residencia a causa de la pandemia no habían sido trasladados a los hospitales. Pero donde esté una ración de gambas con cerveza que se quiten todos los viejos, que además huelen mal y viven muchos años y son una carga para el estado.

Ya sabemos que esta pandemia destrozó la libertad, que cuándo se había visto cerrar bares y comercios y terrazas como si se nos viniera encima el fin del mundo, que menuda la que armaron el Pedro Sánchez y el Pablo Iglesias con eso del estado de alarma y del toque de queda y de que había que lavarse las manos con frecuencia y con la obligatoriedad de llevar mascarillas a todas horas, como si viviéramos en Japón o en China o en un satélite de Saturno. Pero menos mal que la señora Ayuso estaba allí para restablecer la libertad mal entendida pero bien empaquetada, y proclamar a los cuatro o a los cien mil vientos que vivir a la madrileña es sin duda la mejor vacuna contra el virus. Ya sabemos que no eres el único admirador de la señora Ayuso. Que otros muchos que antes votaban a Carmena y a otros partidos de izquierda se vieron seducidos por el look arrollador de la vigilante de la playa madrileña, que para algo es el tiempo de la política líquida, donde la mendacidad y la falta de escrúpulos triunfan a partes iguales. Pero la vida es así, y no hay por qué extrañarse de los cambios, que en la variedad está el gusto, aunque huela a podrido como la fruta de Vox, que por cierto siempre estuvo guardada en los cestos de Alianza Popular y después del Partido Popular.

Es probable que alguna noche, cuando te retires a tu casa mientras te sale la espuma de la cerveza por las narices y hasta por las uñas de los pies, se te cuele por alguna veta de tu cerebro una brizna de raciocinio, un atisbo mínimo de lucidez, una pequeña luciérnaga de arrepentimiento mientras miras hacia la luna que te sonríe desde lo alto. Es probable que entonces, en lugar de entonar la canción del verano de 1893, “Vivan las cadenas”, se te ocurra entonar la canción de los borrachos: ya sabes, el “Asturias patria querida” que tanto mola a esas horas intempestivas o el chotis castizo de Lara “Madrid, Madrid, Madrid”.

Aunque es probable que entonces ya sea tarde y la luna te haya retirado su sonrisa.

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