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Francisco Palacios

El intrincado problema energético

La evolución de la producción eléctrica, la llegada de las renovables y el precio de la luz

La energía es sin duda uno de los motores de la historia. Y está considerada como la única moneda universal.

El intrincado problema energético

Para el reconocido antrópologo francés, Claude Lévi-Strauss, de la energía obtenida con la explotación de la mano de obra esclava habrían surgido las “sociedades con historia”. Esa energía les permitió evolucionar y diferenciarse de las sociedades primitivas.

Dando un salto de siglos, el descubrimiento del carbón impulsó la primera revolución industrial que desencadenó una serie de transformaciones que constituyen la base de la civilización actual. El petróleo, el gas y otros hidrocarburos aceleraron ese proceso revolucionario.

Ahora es el turno de las energías verdes o renovables, de las que el Gobierno español es un defensor y abanderado. Sin embargo, ese futuro mundo verde, que con frecuencia se nos presenta como idílico, tendría una transición larga y onerosa, lo que explicaría el elevado precio de la energía en las últimas fechas. Y en un futuro imprevisible.

Esa contradicción es prácticamente irresoluble para la Agencia Internacional de la Energía. En su informe «Cero neto para 2050», este organismo plantea que si se quiere alcanzar el objetivo de cero emisiones netas a mediados de siglo hay que dejar de invertir ya en nuevos proyectos de extracción de gas y petróleo. Sin embargo, si se pretende que los precios del gas y el petróleo –y de la electricidad– no se disparen sin control durante los próximos 30 años de transición energética, hay que invertir para obtener gas y petróleo.

Por otra parte, la energía es un elemento indispensable para asegurar a los ciudadanos una vida confortable y digna. Pero no todo el mundo puede acceder a un consumo razonable, siendo su precio uno de los principales problemas sociales y económicos.

Por ejemplo, en España más del 15% de la población (unos 7 millones de personas) no puede mantener sus viviendas a temperaturas adecuadas. A eso se le llama “pobreza energética”. Como si la pobreza dependiera únicamente del precio de la electricidad y no de otros factores, como el paro, el empleo precario o los bajos salarios.

A escala global, las diferencias en el consumo energético marcan asimismo la magnitud de las desigualdades entre las naciones y los continentes. Estadísticas recientes indican que los norteamericanos consumen unos 250 gigajulios por persona, los chinos, 95, los indios, 25 y los africanos sólo 10. (Un gigajulio es una unidad de energía equivalente a mil millones de julios).

Incidiendo en el tema esencial, se anuncia que vamos a eliminar los combustibles fósiles en 2050. Pero hay científicos y especialistas que sostienen que ese objetivo es prácticamente imposible de llevar a cabo, sobre todo por razones económicas y tecnológicas. ¿Cómo realizarlo si hay que producir alimentos y construir casas, puentes, coches, barcos y aviones para una población a punto de llegar a los ocho mil millones de personas?

En definitiva, como sostiene John Gray, filósofo británico de la ciencia política, la energía es un bien finito y se ha abierto un gran juego mundial para controlarla. De ese juego dependerá en buena medida nuestro futuro. Y sus reglas las establecerán aquellas naciones de mayor poder geopolítico.

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