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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Educación y fractura social

El decreto que suprimirá los exámenes de recuperación en la ESO

Se ha hecho público que el Ministerio de Educación prepara un decreto para suprimir los exámenes de recuperación en la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO). Sin embargo, las comunidades, o los propios centros escolares en virtud de su autonomía, podrían seguir regulándolos.

Aunque se mantienen en el Bachillerato, desde el Ministerio se arguye que esas pruebas de la ESO generan “brecha social”. Que son un factor de desigualdad, perjudicando a los alumnos que no pueden pagar clases de repaso.

La anunciada disposición ministerial avivó una vez más la polémica sobre el fracaso escolar y las medidas más convenientes para atajarlo.

En principio, creo que la causa determinante de los suspensos sería más bien la brecha social que no se consigue corregir. Y no al revés, como oficialmene se trata de justificar. Además, el fracaso no es siempre una equivocación. A veces es lo que se puede hacer en determinadas circunstancias. La verdadera equivocación sería renunciar a seguir intentándolo. Y es cierto también que existen casos de alumnos que, a pesar de ciertas lagunas, merecen seguir adelante con sus estudios.

En su heterodoxo ensayo “Panfleto antipedagógico”, el catedrático Ricardo Moreno Castillo escribe que hay quienes piensan que defender una enseñanza rigurosa y disciplinada no es de izquierdas. Que elevar el nivel de exigencia en los estudios académicos va en contra de la igualdad de oportunidades, ya que siempre tendrán más facilidades para salir adelante los hijos de familias mejor situadas económica, social o culturalmente.

A propósito, y salvando las todas distancias históricas y educativas, en los primeros meses de la Segunda República (durante el bienio progresista) se aumentaron de forma muy significativa las becas destinadas a los hijos de los obreros para estudiar en el Colegio Municipal de Segunda Enseñanza de Sama. El Bachillerato se iniciaba entonces con una prueba de ingreso a los diez años. La superaron muchos de aquellos niños: era su primera gran oportunidad de no seguir fatalmente condicionados por el origen social.

Pues bien, disciplina, trabajo, afán de saber, así como “haber obtenido las mejores notas en los exámenes que se celebraron en las escuelas públicas del concejo” fueron las condiciones impuestas entonces para ser becario. Por desgracia, la mayoría de aquellos niños y adolescentes se veían abocados a seguir trabajando en las minas o en las fábricas como sus padres.

De cualquier modo, las normas del centro de enseñanza langreano vienen a desmentir la falacia, pretendidamente progresista, de que una menor exigencia escolar nivela las diferencias sociales, cuando en realidad lo que hace es agrandarlas, porque puede condenar a resignarse a los más desfavorecidos, que necesitarían un mayor esfuerzo para acortar esa desigualdad de origen.

En definitiva, sobre el proceso instructivo recurro otra vez al sabio principio aristotélico: “Ahora y siempre el esfuerzo y la disciplina son imprescindibles para alcanzar cualquier meta educativa. Un esfuerzo que tiene que poner cada cual. Que nunca es un regalo de los dioses”.

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