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Carlos Cuesta

A contracorriente

Carlos Cuesta

Buscando el vuelo desesperadamente

El entreguín Guillermo Valles Iglesias cumple a los 92 años su ilusión de viajar en avión

Toda su vida tuvo como ilusión subir en un avión y sortear el cielo en un artefacto volador. Y por fin lo consiguió estos días. Guillermo Valles Iglesias, natural de la aldea de El Fresno en El Entrego y de 92 años, logró su deseo de viajar en avión y lo hizo arropado por su familia. Desde el aeropuerto de Santiago del Monte en Castrillón hasta Valencia. Casi dos horas de feliz singladura que Guillermo las vivió emocionado y a la vez precavido. Fueron de los mejores momentos de su existencia, dijo al tomar tierra en la ciudad del Turia. Una experiencia única que Guillermo nunca olvidará. La tripulación de la aeronave al saber ese hecho anecdótico obsequió al feliz pasajero con un presente que Guillermo aceptó con sentimiento de agrado.

Este entreguín de nobleza y raza dedicó toda su vida a la mina. Con 16 años ya estaba de guaje en El Carbayal en Les Cubes, explotación de la zona del Nalón. De aquí a Villablino y Ciñera, en León, donde demostró ser un aplicado picador para terminar en el pozo Venturo de su localidad cumpliendo su labor profesional de intenso productor y después de vigilante.

Casi 40 años entre el subsuelo minero convirtieron a Guillermo en un ejemplo de trayectoria laboral envidiable y ejemplar. En Hunosa está considerado como un trabajador que marcó un tiempo entre galerías y capas mineras. Y siempre ayudando en cualquier faena a sus compañeros de relevo lo que le granjeó el afecto y simpatía de sus próximos. Y Guillermo con sus buenos momentos y vicisitudes ve pasar la vida con el sosiego y tranquilidad de muchas décadas en su morral existencial. Está contento y dichoso por alcanzar su deseo de viajar en avión. Y lo hizo a una edad casi imposible, pero este hombre de recias convicciones y fuerte como un roble a pesar de los lógicos achaques disfruta de su ocio entre libros, películas de aventuras y el juego rural de la Rana, un gran especialista según rezan sus amistades. Y Guillermo vivió su mayor afán con la apetencia de un niño. Despegó y aterrizó con la mirada puesta en la ventanilla del avión. Algo inenarrable comentó a los suyos. En Valencia recorrió lo más granado de la ciudad y aprovechó para probar un arroz en paella en El Palmar, refugio de pescadores y territorio arrocero por antonomasia. Guillermo pudo volar por fin y esa realidad la lleva en sus recuerdos perennes. Estos días lo recreaba con sus amigos en uno de los paseos matinales por el parque entreguín. Cumplió su sueño y ese viaje aéreo hizo lo demás. Una terapia para seguir viviendo en contento y satisfacción.

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