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Ricardo Montoto

Dando la lata

Ricardo V. Montoto

Que llueva, que llueva

Dos de la mañana del primer día de 2022. El ambiente es cálido y la Nochevieja se presenta extrañamente tranquila salvo por el inquietante olor a humo de leña. Desde la ventana veo dos resplandores y el intenso color naranja del fuego sobre Ribono y Siana.

Días secos y viento sur: condiciones óptimas para que los incendiarios se activen y salgan de paseo al anochecer mecheros en mano.

Miren que nos quejamos de la lluvia, pero sin ella estaríamos perdidos, o mejor dicho, calcinados. Porque mientras no exterminemos a esa subespecie de anormales que queman los montes, que merecen el mismo destino que la naturaleza que incineran, la lluvia es nuestra única defensa efectiva.

Claro que los cielos azules y los aires templados son agradables, por supuesto que el esqueleto agradece la sequedad ambiental, pero no podemos olvidar que son esos los días en que más expuestos estamos a los ataques de los pirómanos.

Los bosques están descuidados, hay escasa capacidad de vigilancia y, además, el entorno rural permanece dominado por la ley del silencio, el escudo perfecto para los tarados de la cerilla y la botella de gasolina.

En estas condiciones, que llueva, que llueva, que las húmedas nubes nos protejan como ángeles de la guarda, que el agua no deje de caer, que la lluvia condene a los incendiarios a una vida carente de sentido, que las plantas triunfen sobre la estupidez humana.

Siempre serán preferibles los días grises al paisaje marciano que inspira a los criminales de llama fácil. Y que el sol sólo vuelva a brillar cuando estos dementes mueran o vegeten entre las cuatro paredes de una celda.

Ahora el humo se espesa a mi espalda, hacia el Rancho. Se nota que los pirómanos se sienten en su salsa. Al móvil me llegan imágenes de incendios forestales en los valles hermanos del Nalón y Aller. La sinrazón humana en todo su esplendor, la imbecilidad torturando el bosque, los criminales campando a sus anchas. Lo dicho: que llueva, que llueva.

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