Hubo un tiempo en que los tontos conservaban un ápice de lucidez que les recordaba que, en su condición, lo más recomendable era pasar desapercibidos. Pero aquel tiempo hace mucho que quedó atrás y hoy las tornas han cambiado. Vivimos la era del tonto sobresaliente, deseoso de destacar, ansioso por mostrar al mundo su infinita estupidez. Y lo podemos comprobar en casi todos los ámbitos de la vida, desde la política –para desgracia general– hasta algo tan común como las relaciones sociales a pie de calle.
Ejemplo de tontería ha sido la reciente pintada contra las mujeres de la policía local de Mieres. Porque el bobo del espray de pintura, en su extraordinario mensaje vomitado sobre la pared de la estación de autobuses, no se dirigió al cuerpo policial en su conjunto sino sólo a la parte femenina. Qué hazaña, muchacho. Ya lograste hacernos saber a todos lo que tus seres cercanos conocen y padecen desde que naciste: que eres tonto.
Que, hablando de pintadas, entre los que se vienen arriba en sus pretensiones líricas, los revolucionarios nostálgicos, los que creen parecerse a Bansky, los propagandistas del feminismo más radical, ese que ensucia con grosería y mala educación un noble y justo ideal, y los despechados que no soportan que les den calabazas, tenemos “guapo” el municipio.
Siempre fui partidario de decir las cosas a la cara, directamente, en vez de declarar mi cobardía emborronando amenazas e insultos en tapias ajenas. Cierto es también que se corren más riesgos, que la actitud de hacer frente a quien te joroba requiere una valentía y un coraje que no está al alcance de todos, y que hay que estar dispuesto a asumir las consecuencias, que las hay, lo aseguro.
La pintada, como el mensaje anónimo que se lanza de ocultis, es el recurso del carente de agallas, del incapaz de dar la cara, que en vez de tener lo que hay que tener, sólo tiene un espray de pintura.
