Dicen que si no conoces a nadie que se haya contagiado de covid significa que estás demasiado solo. Porque la prudencia ya no es suficiente y gracias a la variante ómicron la vida cotidiana se ha convertido en una ruleta rusa, pero con el tambor del revólver siempre cargado a tope. Misión imposible. Y puedes pillar el bicho en cualquier lugar, al menor despiste, te relajes o no, en grupo y en la intimidad, a no ser que te conviertas en un anacoreta y te aísles del mundo completamente.
De la tertulia del contenedor ya ha caído la mitad, ninguno de gravedad, por fortuna. Solo podemos reseñar algunas secuelas leves, aunque fastidiosas. El vocal de pitanzas perdió el sentido del gusto, y lo mismo le da un tinto de Rioja que un peleón con posos. Ahora, si paga él, pide cosechero; si le invitan, mantiene la tradición riojana. Sin gusto pero con jeta.
El vocal de higiene aún no recuperó el olfato y se nota, vaya si se nota, porque desde que salió de la cuarentena evidencia poca frecuencia de paso por el agua y el jabón. Como él no huele cree que los demás estamos igual. Y no, no lo estamos. Menuda peste.
Además, comienzan a crecer las rencillas. Los activos que se infectaron primero, con y sin síntomas, quedaron de baja forzosa y remunerada. Ahora, como se ve que la pasta se va agotando, si estás asintomático, a currar. Ni baja ni leches. O sea, que la variante ómicron te condena a una infección low cost, de clase turista, sin subvención ni derecho de reembolso. Vamos, una mierda. Y, claro, los que se contagiaron con el covid original y con la variante delta se cachondean de los que van cayendo ahora.
Y, para colmo de despropósitos, ya dicen los expertos que las mascarillas normales no sirven de mucho y que hay que protegerse con las otras, las caras, las del IVA al 21%. Si es que no levantamos cabeza.
