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Ricardo Montoto

Dando la lata

Ricardo V. Montoto

Vigilar

Mis charlas con Maruchi.

Qué pena que haya vecinos haciendo el esfuerzo de hermosear las fachadas para que a la mañana siguiente aparezcan pintarrajeadas. Pues sí, mamá, y qué pena que nadie vea nada, que no se denuncie a los vándalos que destruyen farolas, papeleras y lo que encuentran a su paso. Hijo, en mi época esto de romper por romper era inconcebible. Ya, pero en la mía comenzamos a concebirlo, como si se tratara de una expresión de libertad. Hala, a destrozarlo todo.

Yo, que salgo poco a la calle, no lo entiendo: ¿Qué pasa?, ¿es que nadie vigila?, ¿o que a nadie le importa? Pues me temo que un poco de todo. Los bárbaros se consideran impunes porque no es posible estar encima de ellos constantemente hasta echarles el guante y, además, la gente no se atreve a dar la cara, con el agravante de que, aunque los atrapen, pocas veces se logra que paguen por sus fechorías.

Y así continuamos nuestro lento camino hacia el centro de salud, recordando a los serenos de Madrid, un cuerpo de vigilancia que daba tranquilidad y que prestaba un servicio estupendo al hacerse de noche. Como los porteros de los edificios. Es curioso que en un país con parados a tutiplén nos hayamos cargado profesiones perfectamente válidas. Cosas de la modernidad.

Pero ya que no hay serenos y que es impensable tener a la policía patrullando cada calle para dificultar las actividades de los indeseables, qué menos que aprovechar los avances tecnológicos e instalar unas cuantas camaritas estratégicamente repartidas. Que sí, que ya me conozco la cantinela del derecho a la privacidad y todo eso, pero, en primer lugar, convendremos en que ya estamos todos controlados y, en segundo, qué problema hay en que una cámara te vea pasar si no tienes nada que ocultar.

Porque ya me estoy temiendo que en cuanto lo inauguren, la integridad del nuevo parque de la Mayacina estará en peligro. Pues menudo espacio virgen es para el desahogo de los borricos.

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