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Ricardo Montoto

Dando la lata

Ricardo V. Montoto

Espías

Hemos tenido que ponernos estrictos y prohibir los teléfonos móviles en las reuniones de la tertulia del contenedor. No es para menos, dada la presente coyuntura, en un país en el que todos se espían y en el que también somos espiados por las potencias extranjeras.

Y, claro, ha desaparecido la espontaneidad del pasado, cuando soltábamos por la boca lo primero que nos venía a la cabeza. En una España con unos servicios secretos cada vez menos secretos, la del comisario Villarejo y Mortadelo y Filemón, la del pequeño Nicolás y Anacleto, más vale andarse con cuidado, porque es previsible que alguien esté a la escucha.

Ya lo dijo Eduardo Mendoza en “Riña de gatos”: “Los españoles tienen un oído fino para las conversaciones que no les conciernen”.

Ahora hay vecinos que, por temor a que sus palabras queden registradas, bajan a la tertulia con los mensajes por escrito, determinados a no salirse del guión, de no aproximarse a la peligrosa linea de lo políticamente incorrecto, que es casi todo, y no ofender a ningún ministro, consejero, concejal, director o bedel de igualdad, feminismo, memoria democrática, consumo, medioambiente, inclusión, inmigración, etcétera, lo que limita los coloquios a unas pocas frases huecas y unos gestos muy contenidos, no sea que además de ser escuchados también nos estén viendo.

La sombra de Pegasus es alargada, qué duda cabe. Y si preocupa al secesionismo catalán, normal que las últimas mentes libres de Mieres -o eso queremos creer, ilusos que somos- estemos paranoicos perdidos. Los peperos se espían a sí mismos, la Moncloa intercepta lo que maquinan los secesionistas, Villarejo pone la oreja y anota cuanto dice todo aquel que pinte algo en este país, desde las querindongas eméritas hasta la opaca aristocracia bancaria, el moro pincha teléfonos al ritmo con el que manda pateras y los satélites chinos, rusos y americanos nos fisgan las 24 horas del día.

O sea, que para no meterse en líos, lo más recomendable sigue siendo mantener la boca cerrada. Como toda la vida.

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