JULIO ANTONIO

VAQUERO IGLESIAS

Este año en curso es pródigo en aniversarios históricos. Pero antes de ponerme a recordarlos por aquello de la saludable, que no funesta, manía de pensar, no me resisto a intentar un esbozo de reflexión sobre esta obsesión conmemorativa que nos embarga en los últimos tiempos y que lleva camino de convertirse en un signo distintivo más de esta época de rampante globalización e incierto futuro que vivimos, en la que parece como si todos nos moviéramos, en cierta medida, en busca de la identidad perdida.

La historia siempre ha sido un arma cargada de presente, pero ahora más que nunca. Escribimos la agenda del uso público de la historia cada año a golpe de aniversario histórico. Y no somos muy conscientes, a menudo, de que ese uso de la historia puede convertirse en un arma de doble filo. La buena práctica del uso público de la historia puede ser de gran utilidad para ayudarnos a construir una memoria histórica que refleje bien lo que la historia de los historiadores ha ido logrando cosechar sobre el pasado memorable. Su abuso, en cambio, bastante extendido, por desgracia, en muchas de esas conmemoraciones, puede conducir a una legitimación del presente por el pasado, en la que lo que se recree no sea sino una deformación de éste.

La cuestión no es baladí. Porque hoy son los medios de comunicación de masas los que alimentan principalmente esa hambre de memoria y de historia que sentimos, mientras su enseñanza se reduce cada vez más en la escuela, como desgraciadamente está ocurriendo en nuestro país.

Recta o incorrectamente entendidas, las conmemoraciones históricas, como es obvio, siempre responden a preguntas sobre el pasado desde el presente y siempre implican valoraciones de aquél a partir de éste. Por ello, nos hablan más del presente que del pasado. Consecuentemente, la selección es, algo inherente a esa forma de uso público de la historia. Y, contrariamente a la tónica dominante, debería incluir no sólo hechos y personajes memorables positivos, sino también negativos. Lo que menos importa es a veces el hecho en sí que se conmemora y lo realmente destacable es la carga simbólica que conlleva. Así, por ejemplo, conmemoramos este año el centenario de aquel luctuoso 8 marzo de 1908 en el que perecieron en un incendio las 129 trabajadoras encerradas a la fuerza en la fábrica Cotton de Nueva York. Y, sin embargo, no está nada claro que fuese ése el trágico suceso por el que Clara Zetkin propuso esa fecha para conmemorar el Día Internacional de la Mujer.

Algunas conmemoraciones son, desde nuestro presente, más acuciantes y necesarias que otras. La globalización neoliberal no sólo ha traído más pobreza y desigualdad para gran parte de la humanidad, sino que ha tratado de erradicar de nuestro sentido común los valores de solidaridad e igualdad sustituyéndolos, en clave neodarwinista, por sus contrarios. Por eso, deberíamos conmemorar por todo lo alto el 60.º cumpleaños de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, resaltando su vigencia y la necesidad que tiene la humanidad de seguir avanzando en el siglo XXI por el camino trazado por ese texto.

En otros casos, un aniversario nos puede hacer ver mejor que mil tratados de historia los profundos cambios que en poco tiempo se han producido en nuestra sociedad. Los jóvenes universitarios de todas las partes del mundo protagonizaron en mayo de 1968 una rebelión que quería transformar el mundo radicalmente. Pretendían encontrar la playa bajo los adoquines y cuando pensaban en hacer la revolución les entraban las ganas de hacer el amor. Hoy, 40 años más tarde, para muchos jóvenes la revolución está tan lejana que ya ni la ven en el horizonte y se contentan con hacer el amor en casa de sus padres, donde continúan viviendo, forzosamente o por comodidad, y, en vez de la playa, buscan denodadamente un empleo precario bajo los adoquines

Hay aniversarios históricos cuya conmemoración hay que reivindicar y sacar del olvido interesado, porque hacen referencia a lo mejor de nuestra tradición histórica. La Gloriosa cumple 140 años. Con ella se inició en 1868 el sexenio democrático que significó en España el primer intento, desgraciadamente fracasado, por parte de amplios sectores de sus clases medias y populares de establecer un régimen democrático. Bajo la forma política de una monarquía parlamentaria, primero; como República, después.

En fin, hay aniversarios religiosos y profanos. En Asturias, este año conmemoramos con todo fasto, junto con la del 400.º aniversario de la Universidad de Oviedo, los milenarios de las Cruces de los Ángeles y la Victoria como símbolos político-religiosos de la identidad de la región. Pero no deberíamos olvidar la conmemoración, con el mismo fasto al menos, del bicentenario de un relevante acontecimiento político-profano de la historia asturiana. El 25 de mayo de 1808 se constituyó la Junta Suprema de Asturias como sujeto de la correspondiente cuota de soberanía nacional, al no aceptar los representantes de los asturianos la usurpación de aquélla por el invasor francés.