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Música

La reforma del Campoamor

La conservación de la acústica es esencial en la obra

El teatro Campoamor vivía el pasado sábado una intensa jornada, una velada singular e histórica, con la despedida de uno de los grandes actores de la escena española de las últimas décadas, el ovetense Juan José Otegui. Aunque con marcada vocación lírica, no debiera desatenderse en la programación del coliseo el teatro de prosa -sobre todo el de gran formato- en un ciclo que permitiese un abono que podría complementarse con el Filarmónica y que daría fuerza a la programación cultural de la ciudad.

La despedida de Otegui fue emocionante y triste pero permitió al público rendir homenaje a un maestro, a un actor recio y de gran talento que ha desarrollado su profesión con la honestidad como estandarte a lo largo de cinco décadas. Coincide su adiós teatral con la antesala de una puesta al día del teatro de la calle Pelayo y, después de leer el detallado reportaje que Pablo Gallego dedicaba el domingo a la reforma del mismo en LA NUEVA ESPAÑA, da la impresión de que conviven muy buenas ideas con otras que mueven a la inquietud.

Vaya por delante que la idea de aprovechar los fondos estatales para poner al día la sala es magnífica. Un acierto total, sobre todo si está concebido como el inicio de una hoja de ruta que, imprescindiblemente, debe también tener al problemático escenario, como siguiente objetivo.

Al entrar en detalle la mayor parte de las obras propuestas parecen impecables, sobre todo en lo que no se ve y repercute directamente en el confort del público y de los intérpretes: nuevos sistemas de climatización, instalaciones eléctricas, nueva sala de ensayos, plataforma elevadora en el foso de la orquesta, pintura y nuevo alumbrado en los vestíbulos, reforma de los aseos, nuevas ventanas exteriores que aíslen acústica y térmicamente la sala, restauración de las butacas o la adaptación de espacios para personas con movilidad reducida. Todo ello eran necesidades que ahora se solventan. Pero existen dos o tres propuestas que debieran invitar a una reflexión sosegada. Se propone cambiar todo el sistema de los palcos de platea, actualmente con dos filas de sillas por una grada de butacas con tres alturas. Esto entraña una reforma estética profunda del interior de la sala, una modificación fuerte visual y acústicamente. La peculiaridad del Campoamor está en la mezcla de espacios de palcos cerrados con las butacas en graderío que se van pautando en cada uno de los pisos. Esto le ha dado una singularidad a la sala que ahora desaparece. No digo que sea peor ni mejor. Sólo constato un cambio que puede resultar problemático.

El Ayuntamiento tiene muchas obras en marcha, pocas tan delicadas como esta. Cualquier actuación en un bien patrimonial como el Campoamor se va a mirar con lupa y si el resultado no es bueno, pasará factura. Me han parecido especialmente desafortunadas las declaraciones del arquitecto responsable de la obra José Rivas con respecto a la acústica. Se refiere a una visita del ingeniero acústico Higini Arau -responsable de la acústica del Auditorio Príncipe Felipe y de la Scala de Milán, por ejemplo- con respecto a que la especial acústica de la sala es fruto de la casualidad. ¿Estamos con ello queriendo decir que se va a realizar la reforma sin estudios acústicos? Esto es más que peligroso. Supongo a Rivas sabedor que la fisonomía de los teatros de herradura a la italiana corresponde a una serie de razones culturales, sociales y acústicas también relacionadas con el repertorio que en ellos se interpretaba y se interpreta. Para calibrar su importancia basta fijarse que en el teatro Colón de Buenos Aires, en su última restauración recién terminada, un ingeniero acústico supervisó hasta la recolocación de las butacas. Ejemplos de desastres al respecto los tenemos cercanos. Pondré sólo dos: el Calderón de Valladolid -ahora con una acústica terrible después de la reforma de sala- y el teatro de la Zarzuela de Madrid con unas plateas también convertidas en grada en las cuales desde la última fila la audición deja mucho que desear. En un teatro que tiene en la ópera y la zarzuela su razón de ser la cuestión de la acústica es esencial desde cualquier punto de vista.

Al parecer, por las rebajas en la adjudicación se va a disponer de más dinero para el teatro. No estaría mal pensar en una supervisión acústica y, desde luego en ¡pintar el techo de la sala! ¿Cómo se pretende pintar todo y dejar la cubierta con la suciedad acumulada a lo largo de décadas? ¿Para cuándo se va a dejar entonces? ¿Otros veinte años? Las actuaciones en las salas de los teatros históricos debieran enfocarse más desde el punto de vista de la restauración que de la intervención con afán de modificar. La imaginación y las audacias mejor en los escenarios que, ahí sí, debe buscarse la última tecnología al servicio del público y los intérpretes. En otoño veremos el resultado y, entremedias, esperemos una supervisión de la obra milimétrica, muy cuidadosa y exigente, acorde con la historia y la categoría de uno de los símbolos teatrales de España, uno de sus foros de más gloriosa historia.

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