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Al diablo la teoría

Antoine Compagnon analiza en un clarificador ensayo los excesos intelectuales de la crítica frente al sentido común literario

Al diablo la teoría

Sostiene Antoine Compagnon (1950) que el objetivo de la teoría literaria es la derrota del sentido común. Formado en sus inicios como ingeniero de caminos, en la actualidad catedrático de literatura francesa en la Sorbona y en la Columbia University de Nueva York, Compagnon ha abierto nuevas vías en un campo hasta ahora poco explorado, el de la génesis de la historia de la literatura y las teorías críticas. Lo lleva haciendo desde que vio la luz La Troisième Republique des lettres (1983). El demonio de la teoría, que ahora publica Acantilado, profundiza en el análisis de la crítica literaria en Francia y sobre todo en el estructuralismo que el autor del libro conoce bien por haber sido discípulo de Roland Barthes.

Pero ¿qué hay del sentido común en brazos de la teoría? Nada, la negación. Esta última, como escribe Compagnon, lo refuta, lo denuncia como "una serie de ilusiones": el autor, el mundo, el lector, el estilo, la historia y el valor, "de las que parece indispensable comenzar por librarse para poder hablar de literatura". Naturalmente el sentido común se resiste a esa panoplia de intenciones con las que se trata de enredear la realidad. La literatura no existe, los autores están muertos (Barthes), la sinonimia está ausente, ironiza Compagnon, pero, sin embargo, se continuan leyendo biografías de escritores; el público lector sigue identificandose con los protagonistas de las novelas; en los cementerios se visitan las tumbas de los grandes de la literatura; Hemingway se alza como un coloso en la memoria del que se acoda en la barra del Floridita para beber un daiquiri en el mismo lugar donde lo hizo el autor de Por quién doblan las campanas; miles de personas acuden cada año a Dublín para celebrar el Bloomsday; el festival de la langosta de Maine es todavía más famoso gracias a Foster Wallace; Tanger, igualmente por culpa de Bowles, y si se desentierran los huesos de Cervantes el peregrinaje a La Mancha se vuelve a poner de moda. El propio Barthes, recuerda Compagnon, "se sumergía placenteramente en la lectura de El conde de Montecristo, antes de dormirse.

El autor de El demonio de la teoría interroga indesmayablemente la naturaleza de los conceptos tradicionales antes citados: la literatura, el autor, el mundo, el lector, el estilo, la historia y el valor literario. En siete capítulos se arroja con un abrumador deseo de clarificación sobre todo lo que se ha escrito hasta ahora sobre el asunto.Por el libro desfilan la Nueva Crítica, Aristóteles, Gadamer, Iser, Genette, Bajtín, Saussure, Jakobson o Frye, entre otros muchos. Compagnon desempolva una por una las ilusiones que el método se ha empeñado por combatir durante décadas. La comprensión alcanza a todos ellos y a todas ellas con un objetivo contemporizador, aunque algo más ácido cuando se trata de su maestro Barthes. Ello no le convierte, sin embargo, en un renegado puesto que fue el propio Barthes el primero en ofrecer una resistencia intelectual a sus propias ideas.

El propósito de Compagnon no es venderle al lector la tesis de que es mejor aplicar el sentido común que la teoría crítica. Por contra, el autor se obliga a sí mismo a concluir que la verdad puede reposar a la vez en la teoría clásica y en el enfoque moderno. Para él, basta con desmitificar la crítica, poner en alerta al lector frente a quienes intentan por todos los medios apartarlo de los beneficios de una lectura desprejuiciada.

Criticar la crítica, desmitificar la teoría, no significa para Compagnon negar su indiscutible valor pedagógico. "Como la democracia, la crítica es el menos malo de los regímenes, y aunque no sepamos cuál es el mejor, de lo que no tenemos duda es de que los otros son peores", escribe en sus conclusiones. Incluso el sentido común, expresado como antídoto de la teoría literaria, no sale especialmente primado. La perplejidad, dice el autor de El demonio de la teoría, es la única moral literaria. Dentro de esa perplejidad se esconde a veces el placer íntimo y algo oculto de disfrutar del texto. Nabokov escribió: "Al leer, debemos fijarnos en los detalles, acariciarlos. Nada tienen de malo las lunáticas sandeces de la generalización cuando se hacen después de reunir con amor las soleadas insignificancias del libro". Francamente, en circunstancias así, la teoría se puede ir al diablo.

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