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Tinta fresca

El hundimiento

Tal día como hoy, rumbo a su fatídico destino, surcaba las aguas hace cien años el barco "más seguro del mar". Así presumía la naviera del Lusitania, una ciudad flotante de acero con 6.000 lámparas con casco de buque de guerra, capaz de navegar a 25 nudos y esquivar el riesgo de que un submarino alemán lo alcanzara: la I Guerra Mundial ya zarandeaba el mundo. En 1915 había completado ya 201 travesías del Atlántico cuando zarpó de Nueva York el 1 de mayo con los camarotes repletos de pasajeros famosos: empresarios teatrales, ricos importadores de vinos, el magnate Alfred G.Wynne Vanderbilt I, el escritor Elbert Hubbard... O el coleccionista Charles Lauriat, que llevaba a Londres un Cuento de Navidad de Dickens con anotaciones del propio autor. Además de 1.250 cajas de proyectiles de artillería y 4.200 cajas de munición de rifle para el ejército británico.

A las dos de la tarde el barco recibía el impacto de un torpedo del submarino U-20 en la costa irlandesa. Se hundió en 20 minutos, muriendo 1.195 personas, la mayoría norteamericanos. Había muchos niños, bebés y familias enteras. Los cuerpos de 600 pasajeros nunca fueron recuperados. Tres años antes, el "Titanic" había sufrido la misma suerte al chocar con un iceberg, convirtiéndose en una leyenda sin que el "Lusitania" lograra, hasta ahora, recibir tanta atención pese a tener elementos dramáticos superiores, incluida la atmósfera bélica y la decisiva importancia del espionaje (para mal) que dirigía el entonces Lord del Almirantazgo Winston Churchill. Elementos que sedujeron al escritor Erik Larson (de quien conocíamos su admirable En el jardín de las bestias) y le empujaron a escribir un libro que narra, con un vigor y un ritmo sobresalientes, aquel último viaje enriqueciéndolo con la historia paralela del submarino alemán y con las peripecias personales de sus pasajeros. Las páginas que relatan el hundimiento, sin pisar nunca el acelerador del dramatismo porque no hace falta para mantener en vilo al lector, son escalofriantes. Apunta Larson algunos enigmas que nunca se resolverán. Siempre ha existido la sospecha de que el Almirantazgo no protegió el barco pese al peligro que le amenazaba porque el hundimiento lograría convencer a los Estados Unidos para entrar en guerra. Si fue así, el torpedo les salió mal porque Washington no tomaría tal decisión hasta dos años después. Lo que es indiscutible es que Londres sabía que en las aguas que surcaba el barco había un submarino cazador y no ofreció escolta ni un cambio de ruta.

El libro está poblado de grandes personajes, desde Walther Schwieger, el capitán alemán adorado por sus hombres que rescataba cachorros pero dejaba morir ahogadas a las tripulaciones hasta el presidente norteamericano Wilson, devastado por la muerte de su esposa pero que empezaba un nuevo romance con una viuda, pasando por el capitán del "Lusitania", William Thomas Turner, que llamaba a los pasajeros malditos macacos pero un gran profesional. No faltan ni unos espías alemanes que viajaban de polizones y sufrirían el mismo destino que sus enemigos encerrados en un improvisado calabozo. Con escenas tan impresionantes cómo la que genera el dilema de una madre que no sabe si ir a buscar a su hija en la cubierta superior o a su hijo, más abajo, Lusitania es un libro magistral.

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