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Todos los trucos del mago Woody

David Evanier rastrea con rigor y profundidad las huellas que el cineasta deja en su vida y su carrera en una extraordinaria biografía que es también un paseo por el cine contemporáneo

Todos los trucos del mago Woody

Escribir una biografía de Woody Allen es misión de audaces: no colabora, su vida privada está alambrada y su prolífica carrera es una cordillera de altibajos. David Evanier aceptó el desafío y los lectores se lo agradecemos: es un libro magnífico, bien escrito, documentado hasta donde es posible (entrevistó a su primera esposa, Harlene Rosen, que nunca había hablado de él desde su divorcio en los años 60) con agudas reflexiones sobre la obra del creador y suculentas narraciones de cómo intentó conseguir su contribución con educados nones por respuesta. Después de leer esta biografía se impone un repaso a muchas de las películas de Allen.

Esta es la historia "de un tipo muy bajito, sin ningún atractivo, muy raro, muy neurótico y a la vez introvertido que ha conseguido triunfar por todo lo alto. Cuando era joven, le encantaba hacer trucos de magia, que luego volverían a aparecer en varias de sus películas". Mago Woody. Lo ideal en la magia y en las películas es que sorprendas al público como espera que le sorprendan: "Allen no tardó en pasar de los trucos de magia a la magia de las películas, y su amor por ese tipo de magia no ha disminuido".

Allen, que invirtió el estereotipo habitual en la relación entre hombres y mujeres ("él parece ser el débil, el necesitado") "ha ido experimentando durante toda su carrera con nuevos géneros y nuevos estilos fílmicos y nunca ha sacrificado su libertad para inventar y crear algo nuevo. Ha sido tan innovador estética y temáticamente que hemos llegado a olvidar esta circunstancia o a darla por sentado, sin más". Resume el autor: es el "más abierto de los todos los guionistas-directores-actores, tomando prestados pasajes de su vida para meterlos en sus películas mientras insiste en que, aunque algunos pocos detalles quizá sean reales, la mayor parte está exagerada y adornada. También es el único cómico de la historia de Hollywood capaz de introducir un mismo e inmutable personaje en todo tipo de géneros cinematográficos -comedia, comedia romántica, sátira, drama- y aún así conseguir que no desentone. Siempre el mismo personaje con la misma personalidad. Nadie más ha conseguido hacer algo así. Es algo extraordinario que le obliga a vivir siempre en el confuso límite entre el personaje que interpreta y la persona que realmente es". Allen diseña al máximo lo que quiere hacer y tiene el control absoluto. "Lo controlo todo, y cuando digo todo quiero decir todo -confesó al escritor John Lahr-. Puedo hacer la película que me dé la gana. Abordar cualquier tema, sea cómico o más serio. Puedo elegir al actor o actriz que considere más oportuno, puedo rodar y rodar una misma escena todas las veces que desee mientras no me salga del presupuesto. Controlo los anuncios, los tráilers, la música". ¿Y qué pasaría si no pudiera mantener ese control? "Me retiraría".

Un actor no tiene que ser atractivo para figurar en una película de Allen: "A él no le importa quién sea el agente del actor. Todo lo que le importa es su talento. Eso no implica que sea un tipo suave o con poca personalidad. Nunca será así. Lo que está diciendo, en realidad, es 'soy un artista; trata conmigo a ese nivel'". Le gusta encerrarse en sí mismo: "Es muy celoso de su privacidad", según el montador Ralph Rosenblum. "Es muy reservado, extremada, a veces exageradamente, comedido. La opinión pública hace énfasis en su infelicidad, pero a pesar de todo lo que se ha escrito acerca de sus dos décadas de psicoanálisis, solo unos pocos íntimos conocen los pormenores de su sufrimiento". Sí, "hay distancia, frialdad y tristeza, pero también generosidad, amabilidad, comprensión y alma". Y es que "sentimos el calor con el que acoge en sus obras a los que luchan en la segunda división del mundo del espectáculo, los viejos villanos del vodevil, los magos, los malabaristas, los bailarines de claqué?"

Allen decidió rendir homenaje a Nueva York "en un momento en el que Nueva York estaba a punto de derrumbarse, cuando la ciudad dudaba de sí misma. La presentó como una gran ciudad para vivir en plena huída de los blancos a otros barrios y ciudades". No es un personaje de Kafka: "Tenía una relación complicada con su madre, que era estricta y con tendencia al castigo, aunque lo quería con locura y con su despreocupado y poco responsable padre que jugaba a la lotería todo los días. Sin embargo, no estaba consumido o fascinado por la alta literatura, no se encerraba en el sótano a leer a Dostoievski, no tenía miedo de salir a la calle. Al revés, se había criado en las calles y las salas de billar; los vodeviles y el Magic Shop de Times Square. Era un habitual de todos los cines de Brooklyn además de un deportista bastante decente".

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