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tinta fresca

Bryan Cranston ama lo que hace

El actor de "Breaking bad" se sincera en Secuencias de una vida

Bryan Cranston ama lo que hace

Bryan Cranston pasará a la historia del arte audiovisual como el actor que encarnó a Walter White -profesor de química enfermo reconvertido en capo de la droga sintética junto a su socio Jesse- en Breaking Bad (2008-2013). Nunca será una estrella y seguro que no lo lamenta. Su autobiografía Secuencias de una vida demuestra que, además de escribir muy bien, tiene una capacidad asombrosa para mirar hacia atrás y componer un texto tan ágil como reflexivo, tan lúcido como implacable a la hora de convertir su memoria en un guión que bien podría servir para alimentar una serie. A los siete años interpretó su papel cuando su padre (exboxeador) lo incluyó en el reparto de un anuncio. Ese mismo padre se esfumó un día y la historia de Bryan cambió radicalmente. El divorcio de sus padres fue devastador: "Fue mucho peor que si hubieran muerto en un accidente, porque estaban ahí pero no les importaba cómo estábamos mis hermanos y yo. Fueron fantásticos por diez años y luego todo se fue".

Nunca imaginó aquel hijo abandonado que algún día sería una estrella televisiva premiada y admirada (y desaprovechada, a la vista de algunos de sus últimos trabajos). Consciente de lo que le debe a la serie y enamorado de su profesión ("que ha sido mi gran salvación") Cranston dedica espacio e intensidad a ella, como la escena en la que muere el personaje de Jane, la novia drogadicta de Jesse. Mientras miraba a la actriz podía ver el rostro de su propia hija reflejado en ella: "El día que vi morir a Jane -el día que vi el rostro de Taylor-, ese día viajé a un lugar donde nunca había estado (...). En esa escena lo había dado todo, absolutamente todo. Yo era un homicida y capaz de un gran amor a la vez". Curiosamente, Cranston tuvo una experiencia desoladora con una novia a la que abandonó por su adicción a las drogas. Y ella se lo tomó mal. Muy mal. Le hizo la vida imposible.

Coleccionista de empleos, Cranston no tiene reparos en recordar momentos tan íntimos como su pérdida de la virginidad a los 16 años con una prostituta en Austria. "No hubo fuegos artificiales. Ni ternura. Ni conversación. Ella no esperaba nada de mí. No sentía nada. Para ella, había sido un momento completamente olvidable. Pero sería un momento que yo jamás olvidaría". Cranston está muy agradecido al mundo del espectáculo, sólo faltaría, pero es consciente de que "tiene una atracción especial sobre los charlatanes y los farsantes, porque puede ser superficial. Y vacío". De ahí que a quienes empiecen su carrera les dé consejos sensatos: "Pon tu casa en orden. Tus relaciones, tu salud, tu vida personal: ese es tu fundamento. Si tu vida es cuerda, eso te permitirá volverte loco en el trabajo". Tuvo claro desde joven su ideal de vida: "Me dedicaré a algo que ame y, es de esperar, seré bueno en ello, en lugar de hacer algo para lo que soy bueno pero no amo". El capítulo en el que relata cómo fue cruzar Estados Unidos en moto junto a su hermano es uno de los más reveladores y mejor escritos. Una pequeña odisea íntima en contacto con la naturaleza, libre y en riesgo. El destino le mandó una señal que no podía esquivar. Así nació un actor. Perdón: un actorazo.

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