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Quince años de la muerte de Aurelio Suárez

La visita

No parecía posible que alguien tan paciente y cordial arrastrase tanta fama de huidizo, intemperante y fácil de airar

"Paleta aureliense", gouache de 1951

En el magnífico libro que dedicó a Pelayo Ortega, Juan Manuel Bonet escribe sobre Aurelio Suárez: "Pese a la ayuda y la insistencia de Pelayo Ortega y de Amador Fernández, a este pintor semisecreto pendiente, "traspapelado", no conseguí visitarlo en su estudio, como era mi deseo, pero gracias a ellos Emmanuel Guigon y yo conseguimos incluir unos cuadros suyos en nuestra exposición turolense "Ciudad de ceniza" (1992), dedicada a la huella surrealista en nuestra postguerra. Aurelio Suárez soñó mares y leyendas a lo Ives Tanguy, dijo pequeñas cárceles españolas, recreó escenas operísticas, escuchó lo que dicen los animales, construyó una ciudad laberíntica, con bicicletas, farolas y casas metafísicas...".

Cuando Juan Manuel Bonet escribió eso Aurelio Suárez ya había muerto y solo cabía lamentar que esa visita no se hubiera producido , aunque tantas cosas interesantes para cada uno de ellos y para el arte asturiano hubieran podido esperarse de ellas. Por lo demás la anécdota, aunque especialmente significativa, podría considerarse una más en el interminable número de historias que, mentira o verdad, habían circulado durante muchos años sobre las presuntas excentricidades y destempladas maneras del artista, particularmente referidas a su afición a echar con cajas destempladas a cualquier visitante no deseado por muy importante que fuera.

Como sobre el particular tengo experiencia muy diferente, y supongo que muchas más habrá, siempre me pareció injusta y poco fiable la insistencia y exageración de los comentarios sobre el tema. A menudo me preguntaba, ¿cómo es posible que aquel hombre tan agradable, cordial y paciente con el que yo había pasado una larga y plácida tarde, aunque no lo conocía ni volví a ver después, arrastrase tanta fama de huidizo, intemperante y fácil de airar? Pensé que debería dar mi opinión al respecto pero nunca encontré ocasión para ello, ni siquiera cuando me pidieron un texto con motivo de su muerte porque me pareció inadecuado, así que voy a hacerlo ahora, cuando la proximidad de los quince años que su fallecimiento vuelve a traer al periódico el recuerdo de Aurelio Suárez. Soy consciente de la irrelevancia de mi aportación, pero seguro que habrá otras sin duda de mayor enjundia y a mí me servirá para sentirme mejor conmigo mismo.Creo que "La visita" tuvo lugar a principios de los 80, pero mucho antes tanto Luciano Castañón como Villa Pastur, venían hablándome de ella: "Un día teníamos que ir a ver...", informándome luego del estricto protocolo de fechas y horarios que Aurelio Suárez tenía establecido. Tampoco yo mostraba demasiado interés en ir a ver a quien tantas dificultades ponía para que fueran a verlo. Cuando finalmente la visita se produjo, yo como comprador, José Antonio Castañón, el creador de la gran galería "Tassili", hizo de acompañante o "intermediario".

Recuerdo muy bien, porque me temía lo contrario, la simpatía y amabilidad que a lo largo de más de dos horas de una fría tarde de invierno nos mostró Aurelio Suárez, de quien por cierto me preocupaba que permaneciera arremangado todo el tiempo de solo una camisa blanca, insistiendo en que era muy sano tener la ventana abierta. Fue la única rareza que pude notar salvo el hecho de que, pensando en comprar un solo guache, decidiera mostrarnos carpeta tras carpeta de ellos, clasificadas por los años en que fueron pintadas (" quiero que lo que lleve le guste de verdad"), hasta el punto de sentirme culpable de ocupar su tiempo, aún sabiendo que lo de ser prolijos en lo suyo es algo normal en los pintores. No tanto lo parece que nos dijera que como solo pintaba uno de sus pequeños óleos al mes y llevaba varios meses de retraso iba a tener mucho trabajo los próximos para ponerse al día, pero ¿quién no tiene sus manías? Con la misma cordialidad nos acompañó a la puerta, y como siempre guardé un gratísimo recuerdo de aquella visita me alegro de que sea llegado el momento de expresarle mi agradecimiento por aquella acogida, si puede escucharlo, y poner de manifiesto uno de los aspectos cordiales de su personalidad.

No tengo yo conocimiento ni autoridad para dar opinión sobre comportamientos al parecer tan dispares, pero quizá lo único que quería era que le dejaran en paz. Pintar, leer, tocar la flauta, pasear por la playa cogiendo conchas cuando no trabajaba pintando lozas... sin prestar atención a las estupideces de la ignorancia o la adulación, aguantando solo a quienes quería aguantar. Y para eso tener fama de excéntrico ayudaba.

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