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Arte

Los perros de la peste

De cómo el miedo a la pandemia cambia nuestra percepción de la realidad

Cultura - Arte

Cuenta Giovanni Boccaccio en El Decamerón (1353) que cuando se desató la pandemia de peste en Florencia de 1348 uno de sus más desalentadores efectos fue “un proceder bastante inhumano y cruel”: no visitar a los enfermos. Ninguna “sesuda precaución ni provisión ninguna de los hombres”, como prohibir la entrada a la ciudad, ni tampoco “la misericordia de Dios”, consiguieron impedir el avance de la enfermedad, que no se manifestaba como en los países orientales, donde “que a uno le saliese sangre por las narices era manifiesta señal de su muerte”, sino que lo hacía en forma de ampollas hinchadas y luego de manchas negras. Al tercer día, los contagiados fallecían irremediablemente. Los ciudadanos reaccionaron “apartándose de toda compañía innecesaria”, unos juntándose con “grupos de íntimos en un mismo lugar”, otros “andando de una taberna a otra, bebiendo sin medida y sin regla alguna”, siempre con el principal propósito de “huir de los que estaban enfermos”. Hubo terceros que, “no tomando en consideración más que a sí mismos”, se escaparon a sus segundas residencias, “como si Dios no hubiese enviado aquella epidemia más que para quienes estuvieran dentro de los muros de la ciudad”. Tan grande era el espanto que el hermano desamparaba al hermano, el tío al sobrino, la mujer al marido, el padre y la madre a los hijos, a los que se condenaba a morir solos.

Escena de “La historia de Nastagio degli Onesti”, de Botticelli

Sandro Botticelli pintó un siglo después, en 1483, un conjunto de cuatro tablas, de las que tres se conservan en el Museo del Prado, que representa una de las cien historias del Decamerón, contada en la Novela Octava de la Quinta Jornada. En ella se narra la historia de Nastagio degli Onesti, un joven gentil y rico de Rávena, enamorado de una noble dama, que no le corresponde por la altivez de su belleza y de su sangre. Mientras pasea melancólico por el bosque, asiste a la aparición espantosa de una hermosa doncella desnuda perseguida por dos perros y un caballero, como se ve en la primera tabla. Nastagio observa al caballero arrancarle el corazón a la mujer y arrojarlo a los perros mastines, como se muestra en la segunda. Dispuesto a ayudarla, la explicación que recibe por parte del caballero atormentado es que, estando todavía ellos vivos, la mujer había desdeñado su amor y esto le había llevado a suicidarse con su propio estoque. Ella murió poco después y fue condenada por su indiferencia a las penas del infierno, en el que ambos sufrían un castigo eterno: revivir periódicamente la escena que Nastagio había presenciado. Sumido entre la piedad y el miedo, éste empieza a pensar que la visión puede serle de mucha ayuda.

Del temor sacan provecho sobre todo los listos, los fuertes, los codiciosos y algunos pobres

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Artistas como la palentina Marina Núñez se han centrado en la mujer víctima de la historia, que ni siquiera tiene nombre, haciendo una contralectura feminista plasmada en una serie de espléndidos dibujos de 1992 y en un vídeo posterior, de siniestra factura onírica, pero a pesar de sus esfuerzos debemos reconocer que el protagonista de la novela y de las pinturas sigue siendo Nastagio degli Onesti, al que en la tercera tabla se ve que ha invitado a su amada y su familia a un banquete para hacerlo coincidir con una nueva aparición, que, tal y como había previsto el joven, causa horror entre los comensales. Cuando el caballero repite la historia, las mujeres se estremecen y la amada de Nastagio decide casarse con él para evitar correr una suerte parecida. El cuarto y último cuadro, que pertenece a una colección privada, muestra el banquete nupcial, en un supuesto final feliz en el que se cuenta que, por miedo, todas las mozas de Rávena, desde entonces, “se han mostrado más dóciles en complacer a los hombres que antes”.

Dibujo de Marina Núñez.

Del temor sacan provecho sobre todo los listos y los fuertes, y los codiciosos, e incluso algunos pobres hombres que, por dinero, eran capaces de acompañar a los enfermos, para que no muriesen solos, o cargar con los cadáveres hasta la iglesia, como hicieron los “faquines” de Florencia. También se aprovechan de los temerosos de Dios, como el pobre Botticelli, que en 1497 cayó bajo el influjo del iluminado Girolamo Savonarola y el Martes de Carnaval quemó varios de sus cuadros en la Hoguera de las Vanidades. El miedo siempre alimenta a los perros de la peste, que se comen nuestro corazón, incluso en una pandemia como la actual, más mortífera que mortal, pero que aun así cambia nuestra percepción de la realidad, en la que nada parece estar donde debería, y nos hace verlo todo con ojos alarmados, como le pasó al artista e ilustrador asturiano Pedro Fano, en cuyos últimos cuadros, expuestos recientemente en la Galería Aracha Osoro de Oviedo, mucha gente vio la presencia amenazadora del coronavirus, a pesar de que habían sido pintados anteriormente, algunos incluso hace años.

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