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ETA, putas y cárceles

El comienzo del fin de la “omertá” etarra, en un libro del exdirector de la prisión de Nanclares

El conocimiento de la mayoría de la población sobre las cárceles oscila entre la ignorancia más absoluta y las cuatro pinceladas esbozadas por Michel Foucault en “Vigilar y castigar”. De ahí la importancia de la historia novelada por Manuel Avilés en “De prisiones, putas y pistolas”. A lo que se suma que es la revelación de una parte desconocida de la historia real de este país: la política penitenciaria conocida como “vía Nanclares” y seguida por el exministro Antonio Asunción, que, antes de morir, le dijo al autor, ―exdirector de la prisión de Nanclares―: “Escríbelo […]. Igual no lo lee nadie, pero los secretos donde mejor guardados están es en los libros”.

La historia comienza con lo escuchado en los locutorios de la prisión de Alcalá Meco, en enero de 1993, donde se descubre que tres presos etarras, Iñaki de Juana Chaos, Esteban Nieto y Joseba Artola Ibarretxe, junto a sus abogados, Txemi Gorostiza y Arantza Zulueta, “han planeado y ordenado la muerte del director de la cárcel de Nanclares de la Oca, mi muerte” (p.17). Este es el arranque de esta historia contada en primera persona, mientras el narrador espera su asesinato a manos de ETA. A partir de este momento, su miraba regresará al pasado para indagar en las causas por las que la organización le había señalado como objetivo.

La obra está relatada en la jerga de las calles y de las celdas, pues el lenguaje políticamente correcto es inservible en esas realidades. Es una época de la historia de España donde el Sida provocaba terror y los tests Elisa para detectarlo se convirtieron en populares, lo mismo que el eslogan “póntelo, pónselo”. Y el autor nos paseará por las cárceles de España, donde conoceremos a líderes de motines sangrientos, como Antonio Cortés Escobedo, que dirigió el gran motín de la prisión de Fontcalent. También nos hablará de jueces que dieron permisos a reclusos que no regresaron, como el juez Carlos Ollero en 2002, al facilitar permiso al traficante colombiano Carlos Ruiz Santamaría, “el Negro”. O el juez Gómez Chaparro, que dio permiso a uno de los autores de la matanza de Atocha, Fernando Lerdo de Tejada, y se instaló en paradero desconocido.

A esto, el autor sumará un largo anecdotario de acontecimientos habituales en las celdas. En los que nos hablará de delincuentes que no se reinsertan en la sociedad, por una pulsión de delinquir; de la acumulación de objetos inservibles por parte de los presos en sus celdas; de las razones por las que el recto de los internos se convierte en un almacén de objetos inescrutables; de las negociaciones en las cárceles donde siempre se apela en la familia a la madre a los hijos y al respeto. Y, por fin, nos descubrirá cómo, en el mundo de los presos de ETA, las visitas de los abogados eran para ejercer control sobre ellos y cohesionar el grupo. A las que unía las del obispo de Barbastro o los certificados de matrimonio que presentaban las prostitutas, firmados por los curas de los pueblos de Euskadi, en los que ponían a Dios como testigo de que la portadora del documento era esposa del etarra encarcelado, aunque en realidad se tratara de una prostituta pagada por la banda para que los penados tuvieran relaciones “vis a vis”.

Entonces, un atentado de ETA mata al niño Fabio Moreno y otro causa múltiples amputaciones a la niña Irene Villa. A partir de ahí, los miembros del “comando Kioto”, Jon Urrutia Aurteneche y Isidro Etxabe Urrestrilla, comenzaron a criticar sin fisuras las acciones de la organización terrorista y simularán enfermedades para eludir el control de los abogados. La muerte de niños y los atentados indiscriminados –ETA cometía un atentado a diario en esa época–― provocaron la división de la organización en las cárceles. Manuel Avilés grabó estas críticas en los módulos y Antonio Asunción se encargó de difundirlas. Ese fue el comienzo del fin de la “omertá” etarra. Una época brutal, en la que los protagonistas afrontaron con altas dosis de estoicismo, haciendo suya aquella frase: “Si la vida te da limones, pide sal y tequila” (p. 222).

De prisiones, putas y pistolas (El desmantelamiento de ETA en las cárceles)

Manuel Avilés

Alrevés, 282 páginas, 19 euros  

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