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música

Cambio de ciclo

Los festivales de verano han escenificado una paulatina vuelta a la senda de la normalidad

Esteban Cobo, actuando en verano en Santander. | Efe

El verano de 2020 supuso un verdadero cataclismo para las artes escénico-musicales. Una gran cantidad de festivales se vieron obligados a cerrar y otros se celebraron bajo mínimos, sufriendo numerosas cancelaciones debido a las restricciones de movilidad, lo cual lastró gravemente su funcionamiento. Eso sí, salvo brotes muy puntuales, quedó demostrado que se podía trabajar en los escenarios con seguridad y también que esa misma certidumbre estaba entre el público que cumplió a rajatabla las medidas previstas y aplicadas con rigor extremo, algo que, desde luego, no se ha hecho con otros sectores que han disfrutado de indicaciones más ligeras. La cultura era y es segura y lo ha certificado con creces a lo largo de estos meses de restricciones.

Con estos antecedentes, los meses estivales de 2021 eran claves para testar ya un cierto ensayo de normalidad con aforos sobre el sesenta por ciento en las salas y también con una progresiva vuelta de las grandes formaciones sinfónicas y corales. Asimismo, la ópera y la danza eran otros dos segmentos clave y muy damnificados por la pandemia que necesitaban reivindicar su presencia ya de manera efectiva.

Lo primero que hay que destacar es la casi ausencia de cancelaciones en los eventos previstos, más allá de las que son habituales en circunstancias normales. Ha sido una primera señal esperanzadora. A ello hay que sumar que el público comienza a acudir a los auditorios. Aún no con la fuerza prepandémica, pero ya con umbrales de ocupación cada vez más razonables que permiten también un cierto optimismo de cara a los próximos años.

No será fácil reconstruir lo que se rompió. La música patrimonial necesita del apoyo institucional en unos años que van a ser muy difíciles. Hay que volver a generar certidumbre, tener la capacidad para captar nuevo público que se sume al actual y para esto, además de mantener intacta la ambición y calidad artística de la oferta, se debe ejercer un fuerte impulso en la comercialización de las propuestas. El mejor ciclo del mundo se puede hundir si se le asfixia en su difusión.

Los festivales de este verano en nuestro país, y en el resto de Europa, han apostado con energía por la difusión de sus actividades, con presencia continua en los medios tradicionales y también en las redes sociales. Con el avance de la vacunación se conseguirán, sin duda, avances, pero estos han de estar refrendados por una política de comunicación coherente y decidida. La música clásica precisa de amplitud de miras y la pandemia nos ha demostrado, también aquí, de su necesidad. De hecho, las iniciativas virtuales que se han desarrollado en estos meses han concitado a cientos de miles de espectadores, ansiosos de volver a la experiencia musical en vivo.

La defensa del patrimonio es una obligación para las instituciones serias, por lo tanto la música escénica inicia una nueva etapa en la que es imprescindible el compromiso de todos. Veremos en qué queda. En los próximos años se va a medir si el respaldo es real o estamos ante humo de camuflaje.

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