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Arte

Ética y estética de María Jesús Rodríguez

El Museo de Bellas Artes muestra cuarenta años de trabajo de la artista asturiana

Obras de María Jesús Rodríguez expuestas en el Museo de Bellas Artes.

Todo arte es un hacer, una práctica, y por eso lo juzgamos éticamente y decimos que es bueno o malo. Y además puede ser una estética, porque afecta directamente a la sensibilidad y por eso nos gusta o nos disgusta, nos emociona y hasta nos admira. Producir belleza es parte del oficio, como suele declarar el artista británico Richard Long, lo que también incluye a las ideas y hace que se pueda definir el arte como una buena idea bien hecha que es mejor si encima es bella. Hay, sin embargo, pocos artistas contemporáneos que lo tengan tan claro como el maestro del “land art”, pero cuando el vínculo se establece se produce una conexión inmediata que pone de acuerdo a público y entendidos, en una comunidad de sentido que no necesita mayores explicaciones.

María Jesús Rodríguez siempre ha tenido tendencia a la belleza, que encuentra en las pequeñas cosas y recoge minuciosamente en su trabajo. Es una de las más importantes y sensibles artistas españolas de su generación, con exposiciones individuales en Oviedo, Gijón, Madrid, Zurich, París, Lyon o Münster, y cuenta con el respaldo unánime de la crítica que la conoce, así como de cuantos se acercan a su obra, algo que ella oculta bajo una timidez candorosa y una humildad verdadera. Pero no puede evitar que se la considere ejemplo tanto en lo estético como en lo ético, por su innegociable posicionamiento profesional frente a modas y estrategias comerciales y una actitud vital que la han convertido en una de las principales figuras del arte contemporáneo en Asturias.

Como un examen de cuarenta años de trabajo se muestra la exposición retrospectiva que le dedica el Museo de Bellas Artes de Asturias, bajo el título “En un abrir y cerrar de ojos”. Nacida en Oviedo en 1959, expuso individualmente por primera vez en 1983 en este mismo museo que ahora la homenajea y desde entonces ha seguido una coherente trayectoria con la naturaleza como eje de su poética, que se inspira en motivos paisajísticos, morfologías tectónicas o ecosistemas marinos y edáficos para ampliar su pintura y llevarla a terrenos tridimensionales. Se suele hablar de ella como escultora, pero en realidad forma ya parte de la generación expandida, la de los artistas que desbordan las dimensiones tradicionales del objeto artístico, no quieren encerrarse en límites preestablecidos y se saltan todas las fronteras entre géneros, sin preocuparse demasiado por las definiciones.

En su caso, María Jesús Rodríguez está más interesada por cuestiones relacionadas con la vivencia geológica y con la etnografía, desde un punto de vista que mezcla lo abstracto con lo concreto, lo arraigado con lo universal. La exposición recoge ampliamente las dos líneas principales de su trabajo, con incidencia en sus proyectos más ambiciosos y conseguidos, aquellos que supusieron un hito o piedra hincada en su trayectoria, aunque la calidad media de lo que hace es tan elevada que casi cualquier otra selección hubiera sido igual de satisfactoria.

Reúne 66 obras, desde los primeros cuadros de los años ochenta, menos conocidos. Primero están sus cartones negros o sin pintar de los noventa, que remiten a los farallones y estratos pizarrosos de su infancia en el occidente asturiano, en la casa materna de Santa Gadea (Tapia), y a la playa de Penarronda, prensados y cortados en un material pobre y ligero que le permitía trabajar de forma autosuficiente, sin depender de talleres externos al que comparte con el pintor Hugo O’Donnell en su casa de la falda del Monsacro.

Luego sus aluminios grabados y pintados a color a partir de 2005, en un material cuyas posibilidades descubrió en Naval Gijón y con el que pudo reproducir el cosmos diminuto e infinito de los pedreros de la playa y las charcas del camino de una forma agotadora y exhaustiva que también aplica a sus últimos trabajos inéditos, dibujos inacabados y de largo proceso realizados este mismo año 2022. De lo macro blando pasó a lo micro duro para volver ahora a la finura japonesa del papel poliéster y de arroz, que hubo que arrebatarle de las manos sin concluir porque la exigencia le impedía llegar a tiempo a la cita, tal es el detalle con que los hace. Esta dedicación casi obsesiva pero concentrada y a su ritmo la acerca a la tradición oriental, de la misma manera que lo manual y lo hogareño la aproximan a un arte femenino con mucho de reivindicación y alegoría.

Rodríguez se salta todas las fronteras entre géneros, sin preocuparse por las definiciones

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El montaje cuenta con un cuidado catálogo que destaca sobre todo por la imagen, con la potencia de la obra reforzada por las fotografías de Elena de la Puente y el diseño de Tomás Sánchez. Incluye textos de Susana Carro y del comisario de la exposición, Óscar Alonso Molina, más otros recuperados de Javier Barón y de Guillermo Solana, ceñidos a su primera etapa sobre cartón pero todavía vigentes a pesar del tiempo transcurrido, pasado en un parpadeo.

En un abrir y cerrar de ojos

María Jesús Rodríguez

Museo de Bellas Artes de Asturias, plaza de Alfonso II el Casto, Oviedo. Hasta el 12 de junio.

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