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La Historia como supremo juez

Joan Wallach Scott reflexiona sobre el papel redentor y reparador del juicio histórico

¡Con qué frecuencia las innumerables víctimas (o sus descendientes) de los atropellos y persecuciones dictatoriales, supremacistas o genocidas apelan a una reparación basada en el "juicio de la Historia"! Pero no existe tal juicio como entidad autónoma e ineluctable, y la "reparación" pretendida, al cabo siempre insuficiente cuando no imposible, puede concluir en una frustración tan grande que comprometa gravemente el mismo proyecto vital individual de los apelantes.

En su reciente libro "Sobre el juicio de la Historia" (Alianza, 2022), la profesora de Princeton Joan Wallach Scott constata que la idea del juicio histórico descansa en la "creencia" –típica de una concepción progresista y lineal de la Historia– acerca de la necesaria superioridad del futuro frente al pasado en todos los ámbitos, así como de la superioridad del Estado-nación en tanto que encarnación política de ese futuro y máximo logro de la Historia misma.

Los movimientos a favor de las reparaciones de los daños ocasionados a las víctimas, dirigidos contra la política de exterminio ejecutada por la Alemania nazi, contra el apartheid sudafricano o contra la esclavitud primero y la segregación después de los negros norteamericanos, que son los asuntos tratados en la obra de Scott, buscan consuelo o un motivo para la acción en el poder redentor de la Historia. Ahora bien, empezando por los procesos de Núremberg, al término de su recorrido la única certeza disponible era que una victoria militar había otorgado a los vencedores el derecho a imponer "su" juicio histórico.

En cuanto al apartheid, su fin supuso, ciertamente, un magno acontecimiento histórico, y el régimen político que lo implantó fue acusado de crímenes contra la humanidad. Sin embargo, la tarea realizada por la Comisión para la Verdad y la Reconciliación (CVR) no alcanzó la plena realización del juicio de la Historia. Ello porque puso el énfasis ante todo en la necesidad de obtener "un cierre moral" del conflicto, lo que hizo restar atención a los fundamentos estructurales del supremacismo blanco. Como escribe Joan Wallach Scott, entre los impulsores de la CVR existían dos concepciones distintas sobre cómo modelar la nueva Sudáfrica, una de ellas marxista y la otra cristiana. Ambas descansaban en la idea de que, para que el cambio social, económico y político fuera efectivo, era necesaria una previa transformación de la subjetividad, pero mientras que la primera buscaba generar una conciencia colectiva de las estructuras opresoras, la segunda apelaba a la psicología individual. En suma, de un lado catarsis gramsciana, del otro perdón cristiano.

Desde luego, el proceso ante la CVR consistía en dar voz a las experiencias de las víctimas del sistema, obligando a la minoría blanca a aceptar su responsabilidad. Por efecto de la decisiva influencia en la Comisión del obispo anglicano Desmond Tutu, esa responsabilidad, sin embargo, resultaba no sistémica, sino individual, y ante ella el perdón terapéutico era promovido como un acto de duelo que buscaba establecer la normalidad en un país desgarrado por la guerra civil. En suma, la plena realización del juicio de la Historia quedó indefinidamente pospuesta. El compromiso logrado entre los bandos contendientes no hubiera permitido, de todos modos, ir más allá.

En lo tocante a los movimientos "reparadores" impulsados por los negros estadounidenses, también han llamado a la Historia a una rendición de cuentas como forma de canalizar la "melancolía" de quienes han sido ignorados como "seres históricos". Actualmente son conscientes del fracaso de tales apelaciones a la hora de abordar el "pecado original" nacional de la esclavitud. Ello no obstante, frente a las políticas identitarias, impulsadas por el fuerte resentimiento de los años noventa y del presente siglo, una filósofa y politóloga como Wendy Brown advierte que nuestra época posmoderna está marcada por "la pérdida de dirección histórica y, con ella, la pérdida de futuro característica de la modernidad tardía". Hoy sabemos que la Historia "ya no puede (en realidad, nunca pudo) servirnos como redentora". Aunque, como concluye Scott, es posible pensar en el futuro sin necesidad de la noción de un telos de la Historia.

En suma, un libro luminoso.

Sobre el juicio de la Historia

Joan Wallach Scott

Alianza editorial, 192 páginas, 11,50 euros

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