Entrevista | Benito Rabal ‘Contador de historias’

"La literatura y el cine son lo mismo, o al menos yo siento que me sigo dedicando a lo mismo"

El cineasta madrileño, afincado en Águilas, acaba de publicar su segundo libro, 'Gracias por mi vida' (2023), una novela –que no memorias– dedicada a todos aquellos que alguna vez se cruzaron en su vida y le enseñaron el valor de la dignidad del ser humano, y, en especial, a sus padres: Paco Rabal y Asunción Balaguer

Benito Rabal.

Benito Rabal. / L.O.

Asier Ganuza

El de Benito Rabal (Madrid, 1954) es un nombre eternamente ligado al de sus padres, los actores Paco Rabal Asunción Balaguer. Y el no solo lo acepta, sino que lo celebra con orgullo. Más que nada porque probablemente no haya nadie que sienta por ellos la devoción que su hijo les profesa. Esto no es nuevo, lo ha hecho siempre (y cada vez que puede), pero ahora ha quedado plasmado en un libro, Gracias por mi vida (La Esfera de los Libros, 2023). En él no solo habla de sus progenitores, sino también de otras personas –conocidas o no– con las que se ha cruzado en el camino y que le han dedicado positivas enseñanzas, pero, de alguna manera, directa o indirectamente, ellos están siempre presentes a lo largo del relato (que es una novela y no unas memorias, importante). De ello hablará este sábado, a partir de las 20.00 horas, en el Museo Barón de Benifayó de San Pedro del Pinatar, donde lo presentará junto a Andrés Sánchez Caballero, aunque, antes, le dedica unos minutos a La Opinión.

¿Cómo está, Benito?

Bien, en casa. Ayer es que me pillaste en Murcia, que todos los martes doy un taller de interpretación frente a la cámara para Unión de Actores de la Región.

No abandona su relación con el cine, pero últimamente está más a otras artes... ¿Cómo tengo que referirme a usted, como cineasta o como escritor?

[Ríe] Como ‘contador de historias’. Al final, la literatura y el cine son lo mismo; claro que tienen sus diferencias, pero en esencia... Según yo lo veo, me sigo dedicando a lo mismo.

El año pasado publicaba su primera novela, Ayer, mañana (2023), y muy pocos meses después ha llegado a las librerías su segundo libro, Gracias por mi vida. Ha pillado este ‘vicio’ con ganas...

Con ganas, sí. De hecho, ya estoy con la tercera [novela].

La última vez que le entrevisté, con motivo del lanzamiento de Ayer, mañana, me dijo lo mismo: que ya estaba con la siguiente. Ahora entramos en materia, pero... ¿alguna pincelada sobre por dónde van a ir los tiros en esa futura tercera referencia bibliográfica de Benito Rabal?

Pues, fíjate, al hilo de lo que te decía antes, es una historia que parte de una idea que tuve para una película allá por los años noventa, y que se quedó finalmente olvidada, como otras tantas. Sin embargo, pensando en qué podría escribir para este tercer libro, me volvió a la mente. Te diré que se desarrolla en buena parte en Murcia y que tiene como trasfondo el nacimiento de los GAL, pero todavía no quiero desvelar mucho más. Lo importante, de momento, es que está narrada como un thriller político.

Muy cinematográfico; no en vano, es usted guionista, lo que no le hace ajeno a la literatura ‘activa’, digamos. Pero ¿qué ha encontrado ahora en la escritura, en este momento de su vida?

Yo tengo una necesidad por vocación. La gente que es ‘manitas’, por ejemplo, siempre está haciendo cosas; sin ir más lejos, mi mujer siempre anda que si tejiendo algo, que si pintando, que si arreglando una mesa vieja... Yo, en cambio, necesito contar historias. La cosa es que el cine ha cambiado mucho en los últimos años (o yo estoy muy mayor), y cuesta mucho empezar un proyecto cinematográfico. Así que esas ideas que tenía para llevar a la pantalla las empecé a escribir en forma de novela. Es una salida para todo eso.

¿Y qué es lo que le ha enganchado? Porque no es lo mismo... Usted no solo escribe, sino que lo hace casi compulsivamente. 

Me ha enganchado el que es una forma de cumplir mi vocación desde la tranquilidad de mi hogar [Risas].

Aquella primera novela tenía tintes autobiográficos y me dijo en su día que escribirla le removió. Esta no es que tenga tintes, es que es casi una biografía escrita, principalmente, a través de sus padres, Paco Rabal y Asunción Balaguer.

Sí. Es un encargo de La Esfera de los Libros. Leyeron la primera y les gustó mucho, así que me animaron a escribir una novela –y remarco lo de ‘novela’– basada en mi propia vida. Se me ocurrió hacer un recorrido por parte de la historia de mi familia y, de paso, rendirle un homenaje a mis padres y a toda la gente que me he encontrado por el camino y que me ha enseñado el valor de la dignidad del ser humano.

Importante eso que dice de que estamos ante una novela.

Sí. Quitando algunos pasajes que no me ha quedado más remedio que fabular –principalmente porque yo todavía no había nacido–, todo lo que se cuenta pasó de verdad; es, digamos, un caso de realidad ficcionada. Vamos, que no son las memorias de Benito Rabal. En este tipo de escritos, lo importante es lo que pasa, mientras que en Gracias por mi vida lo realmente relevante es el poco que ha dejado aquello que pasó. Y sí, por supuesto, el hilo conductor del relato es la relación con mi padres, pero también se habla del cine, de la cultura, etc.

Me decía que es un encargo. La gente no le olvida ni a usted ni a sus padres, lo que supongo que es motivo de orgullo.

Pero sobre todo se acuerda de ellos [Risas]. Y menos mal que es así. Digo esto porque, evidentemente, como personajes son mucho más interesantes que yo –son dos personas que rompieron con su destino y que lograron vivir de su vocación y ser reconocidas por ello–, pero en este libro también se narran muchas vivencias mías, tanto en el mundo del cine como de la vida en general.

Pero siempre con ellos presentes de algún modo. Al final, si ha tenido la vida que ha tenido en el ámbito cinematográfico es porque ellos fueron los que, de algún modo, le ‘metieron’ en ese mundillo.

Sí. Pero bueno, tampoco de una manera muy consciente. Quiero decir: me imagino que si mis padres hubieran sido orgullosos carpinteros yo también habría querido seguir ese camino, y me habría congratulado trabajando la madera. Pero, claro, yo les vi disfrutar de su oficio –porque lo disfrutaron muchísimo–, y es inevitable que eso no te llame al menos la atención; incluso a mí, que iba para músico.

¿Qué pasó?

Que un buen día vi, aún sin terminar –en una proyección privada, junto a mi padre–, La leyenda del alcalde de Zalamea (1973), de Camus. Aquello fue como un alumbramiento: inmediatamente decidí que lo que yo quería era contar historias, y hacer con imágenes en movimiento. Por suerte, el trabajo de mis padres me abrió la puerta, pero ojo con esto: una cosa es que te abran la puerta, pero mantenerla abierta es cosa tuya.

Lo que es casi más difícil... Benito, ¿cómo de difícil ha sido escribir esta historia, la historia de su familia? Porque una vida da para mucho (para mucho bueno y para mucho malo).

Pues no ha sido un trabajo difícil. ¿Sabes qué pasa? Que como no era una biografía, como el objetivo no era decir: «Pasó esto. Y después, esto otro», sino contar una historia, no he tenido esa presión de narrarlo todo; simplemente he ido contando aquello que me ha aportado alguna enseñanza positiva, así que ha sido una escritura muy fluida (pese a haber estado un año trabajando en ella). Y siempre me dicen: «Aún así, te habrá removido», y lo cierto es que..., sí, en algún momento me he emocionado y en algún otro me he reído recordando cosas, pero no ha sido nada particularmente gravoso. La verdad es que, echo la vista atrás, y siendo que he tenido una vida muy feliz.

¿Y se ha quedado satisfecho con el resultado? Quiero decir, las suyas no han sido vidas anodinas, seguro que hay muchas cosas que se han quedado fuera...

Claro. Es decir, tengo muchas más cosas que contar, pero estoy contento con cómo ha quedado. La gente que lo ha leído dice que es una lectura muy amena, que está llena de pasajes divertidos y, sobre todo, de buenas enseñanzas. Pero es que he vivido siempre rodeado de buenas personas, además de inteligentes; también me he encontrado con canallas, obvio, pero esos cargan con su propio castigo... [Risas]

¿Con qué mensaje le gustaría que se quedaran quienes se sumerjan en las páginas de Gracias por mi vida? ¿Qué es lo que quería reflejar, ante todo?

La importancia del amor. Y de la humildad. Y de cumplir con tu vocación. Y, sobre todo, la enseñanza de que hay que estar siempre del lado del más débil, y no perder nunca las raíces ni la honestidad. Y a nivel más personal, me gustaría que los lectores se quedaran con esa sensación de: «Pues qué bien, qué buena vida ha tenido». Pero no solo por mis padres, ¿eh? De hecho, el libro iba a llamarse en un primer momento Gracias por la belleza –porque es cierto que con Gracias por mi vida y con la portada, en la que sale una foto de ellos dos, parece que solo hablo de ellos–, y a lo largo de mi vida he tenido la suerte de cruzarme con otros grandes artistas, muy conocidos, como Aute, García Márquez, Buñuel, Alberti..., así como con gente desconocida que también me han enseñado mucho. Una amiga –a raíz de esto– me decía que este libro inaugura un nuevo género literario: la ofrenda [Risas]. 

Pero es obvio que hay dos personas que están por encima del resto: Paco y Asunción. En esta viaje interior que ha tenido que hacer para escribir esta novela, ¿ha aprendido algo de sus padres? Algo nuevo, me refiero.

Más que algo nuevo, me ha ratificado en ciertas cosas, como en la inmensa generosidad que tuvieron siempre, así como en la confianza ciega que ambos tenían en el ser humano. Fíjate: rememorando historias me di cuenta de que nunca les escuché hablar mal de nadie; ni siquiera de gente que igual se aprovechó de su buena fe. Recuerdo que a lo mejor les paraba gente –me viene a la mente una pareja que estaba de luna de miel– y que les pedían dinero: les decían cualquier cosa y les pedían el número para luego poder devolvérselo, y ellos siempre aceptaban y luego nunca nadie se ponía en contacto con ellos. Y les preguntábamos por qué lo seguían haciendo, y decían: «Bueno, con que uno solo nos lo devuelva algún día nos vale». Ese era su nivel de confianza en el ser humano.